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¡No sé cómo explicarle a mi familia! ¡No sé cómo decirles que les fallé! ¡No podré volver a ver de frente a mi esposa después de que se entere que hemos perdido nuestra casa, el esfuerzo de muchos años! ¿Qué voy a hacer?.
Son algunas de las expresiones que escuché de un hombre común; dedicado a alguna actividad de negocios, pues en varios eventos empresariales estuvo presente.
Antes se veía bien; tal vez tenía un coche de modelo reciente; su semblante denotaba la tranquilidad que proporciona el saber que se tiene lo suficiente para cumplir con la familia, la empresa, los trabajadores y consigo mismo.
Ahora se veía como saliendo de un funeral, desvelado, algo desaliñado, como sin haberse bañado y sin desayunar; un aspecto que contrastaba con lo que muchas veces transmitió.
No fue necesario hacer preguntas, porque las respuestas estaban ya fuera de él; – “tengo 2 hijas estudiando y todavía tengo la ilusión de verlas concluir sus carreras”-.
El dolor reflejado en su rostro demostraba frustración y coraje.
– ¡En qué momento pasó todo, que no lo vi venir! –
Si, era claro que formaba parte de los cientos de damnificados directos de la nefasta administración de Duarte.
– ¡Concursé en las licitaciones, firmé contratos, presenté fianzas y puse todo mi capital en cada proyecto contratado! ¡Todo era normal, todo era como siempre! –
Quería hablar, seguir procesando verbalmente todo lo que le sucedió, como tratando de encontrar una explicación que le indicara qué falló o que hizo mal en toda esta maraña de cosas que ahora no parecían tener sentido, porque todo se hizo bien, pero todo salió mal.
Fueron meses formado en la fila de cobradores de Sefiplan; muchas veces regresó a casa sólo con las promesas de pago que le hicieron en la tesorería, pero sólo eso, porque el pago nunca llegó.
– “Me llené de ira y muchas ocasiones tuve impulsos de agredir a los funcionarios que me hicieron esperar por horas, para despacharme con las manos vacías y sin esperanza de pago”.-
Comenta que se alegró cuando vio un vehículo arder enfrente de Sefiplan y pensó para sus adentros que ojalá y hubiera sido el del Secretario.
Dijo que también pensó en contratar a “alguien” que agrediera al que él consideraba el directamente responsable (¿) incluso se soñó con una pistola en su mano dispuesto a realizar el atentado él mismo.
Estaba lleno de furia y coraje, pero pensó que la ruta ideal era por la vía de su voto y que el “alguien” que estaba buscando debería ser el próximo gobernador y así todo transcurriría por la ruta de la Ley.
Cruzó la boleta con decisión y luego salió a las calles a celebrar su victoria y esperó pacientemente el inicio de la nueva gestión para que la justicia llamara a cuentas a los pillos y que a él le devolviera la confianza en las instituciones.
Ahora estaba sentado en la guarnición de la banqueta enfrente de lo que había sido su casa y que ahora ya era del banco. Su familia aún no lo sabía y por eso estaba librando una más de sus batallas internas que a partir del sexenio anterior se habían llevado su paz, su tranquilidad y su confianza, además de su dinero y ahora sus bienes.
Y terminó agregando: – “he salido a manejar en la carretera y cuando observo un tráiler frente a mí, pienso en mi seguro de vida y lo mucho que ayudaría a mi familia a salir de ésta crisis, porque creo que valgo más muerto que vivo”. –
Me alejé llorando en mis adentros y pensando en mi propio caso y en el de muchos empresarios veracruzanos que, al ser hombres y mujeres de bien, igualmente buscamos justicia por la vía del voto y que todavía la justicia no nos llega.
Mi teléfono sonaba, pero no le hice caso. – Era una más de las llamadas del banco para amenazarme con sus estrategias de cobranza. Porka Miseria.