Allá donde el pueblo esté bien informado se le puede confiar su propio gobierno
Thomas Jefferson
El año 2018 no es cabalístico, pero sí, profundamente coyuntural. Como nunca la era de la indignación ha traspasado todas las alegorías del fingimiento, es otrora la necesidad apremiante de solventar los esquemas que persistentemente erosionan las instituciones mexicanas.
Las elecciones federales de este año son concurrentes con los comicios en 30 entidades federativas. Además de votar por la presidencia de la República, se elegirán 500 diputados federales y 128 senadurías, ocho gubernaturas y un jefe de gobierno, diputados locales e integrantes de las autoridades a nivel municipal (presidencias, alcaldías, sindicaturas, regidurías y concejales), en total más de 18 mil cargos de elección popular.
Lo anterior acude como un esquema de profundo cambio, y en términos orgánicos lo es, quizás el caleidoscopio por el cual ver la trayectoria, nos dé un giro de 360 grados, por sí mismo alude a un proceso natural de transición política.
El andamio por el cual avanzan mis aseveraciones, acude al entendido de que como nunca las denostaciones y no las ideas son la base central de la discusión en intercampañas. La creencia de superioridad moral ha sido unas de las grandes angustias de la humanidad. Como decía Kant, no hay ninguna manera de resolver esta cuestión mientras se plantee como una guerra entre sistemas morales incompatibles.
Por otro lado difiero, de que la agenda atienda, a que cada situación se analiza exclusivamente en términos de que la gente mala que actúa para preservar su poder y privilegios en detrimento de la gente buena.
Esto es carencia de educación porque no se duda, más bien parece una inducción a un sectarismo, una actitud fundamentalista, una visión paranoica del mundo que separa a las personas y las manda por el camino de la alineación, la ansiedad y la impotencia intelectual.
A ello se suma José Luis Pardo, que por el contrario menciona que la única idea admisible de progreso moral es el que justamente lo hace consistir en el cese de ese enfrentamiento interminable que, pese a que desde los inicios de nuestra cultura siempre se ha presentado.
Una de las encarnaciones más importantes son las planteadas por Michel Foucault, según las cuales los grandes aparatos políticos de la sociedad (el Estado, el parlamento, el gobierno, la prensa libre, etc) son solo el resultado superficial de una correlación de fuerzas subterráneas en la que pugna una multiplicidad de “Micropoderes”.
Si a esto se le suma la carga de malestar relacionadas con las guerra de identidades, hemos desatado el concepto nietzscheano de “el insensato furor del resentimiento”, esto lo podemos entender como que el verdadero tigre no son las fuerzas sociales buscando un ideal, sino una sociedad profundamente triste que se encuentra a la defensiva.
Es evidente que la fuente de indignación social versa sobre los grandes problemas de este país, principalmente la ineficacia de su administración pública; permite que la materia se condense y que el enojo aparezca, alimentando el tribalismo de nuestros corazones y de nuestras mentes.
Por otro lado, la crudelísima guerra entre facciones y microfacciones de algo llamado: crimen organizado, la ruptura paulatina del clientelismo sindical y la incongruencia del discurso, avecinan una obstaculización en el accionar de los gobiernos. El maquillaje ya no tapa las imperfecciones propias de una ruptura que limita las potencialidades del alcance del interés colectivo.
Quien gane la próxima elección llevará – me excuso a lo que la ley me asista- consigo la responsabilidad de la integración federal, añadido a los problemas que nos son comunes: la educación, la salud, la seguridad y el desarrollo nacional.
En definitiva, erradicar las problemáticas sociales es el tigre que verdaderamente debe domar el estadista, para mostrar fuerza y yunque de trabajo.