Leí por primera vez a Sergio Pitol ya bastante grande. Peor aún, lo leí por primera vez después de entrar a la Facultad de Letras de Xalapa, donde se respiraba admiración y respeto por el maestro. Es más, ahora que lo recuerdo, ¡hasta me salté uno de sus libros del temario de una de mis clases de Literatura Mexicana! La historia es corta: estaba en plena fiebre por la saga Canción de Hielo y Fuego (AKA Juego de Tronos) y mi escaso tiempo libre sólo me permitía leer un libro a la vez: Festín de Cuervos, de George R. Martín, o Cementerio de Tordos, del escritor poblano de nacimiento y xalapeño por adopción. “Si es cuestión de elegir pájaros, me llaman más la atención los cuervos”, pensé. Hasta la fecha aquel título de mis años universitarios sigue descansando en mi carpeta electrónica de pendientes.
Sin embargo, dicen que mejor tarde que nunca, así que un día, hace ya un par de ferias del libro, me hice de un par de títulos del escritor: Infierno de Todos y El desfile del amor. Aún recuerdo el placer que me embargó desde las primeras páginas, entremezclado con la sensación de que me había estado perdiendo de algo enorme durante años. Fue así como me pasé un par de días en un mundo de ensueño, fascinada por la escritura de Sergio Pitol. De esos momentos me quedan apenas la memoria del estremecimiento y cinco estrellas de cinco de calificación en Goodreads.
Este domingo, el escritor cumplió 85 años. Me pregunto cómo habrá sido la celebración, más allá de lo que la nota periodística compartió. Y me lo cuestiono con tristeza, pues durante varios años Pitol ha estado en medio de una trifulca indigna de su maestría. Dimes y diretes se han entremezclado con su nombre, exabruptos egoístas que de artísticos poco tienen. ¿Habrá soplado las velas del pastel de tres leches que medios de comunicación compartieron con él y su familia? Y si lo hizo, ¿qué habrá deseado? Hurgando en mis memorias, lo veo en la misma Feria del Libro en la que compré aquellos títulos que mencioné antes, platicando animadamente con Margo Glantz: la sonrisa bonachona, el brillo en los ojos. Quizás…
Para festejar sus 85 años de vida, se preparan algunos festejos. En primer lugar, será la figura central de la próxima Feria del Libro Infantil y Juvenil en la prepa Juárez. Además, la Orquesta Filarmónica de Boca del Río ofrecerá un concierto especial en agosto. Pero yo siempre he sostenido lo mismo: la mejor forma de homenajear a un artista es disfrutando de su obra. Por mi parte, quizás sea hora que por fin le dé una oportunidad a esa novela que me salté durante mis años universitarios, la cual, por cierto, se encuentra en línea y disponible en PDF gracias a la UNAM, en su sitio http://www.lanovelacorta.com/.
DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA
Este miércoles 21 de marzo no sólo es el natalicio de Benito Juárez, sino también el Día Mundial de la Poesía, proclamado por la Unesco en 1999. Su propósito es el de ensalzar la capacidad de este género literario como otra faceta posible de diálogo entre culturas, así como promover su lectura, la tradición oral, vigorizarla y apoyar a pequeñas editoriales.
Digo “poesía” y tres autores me vienen a la cabeza: Rosario Castellanos y su “Meditación en el umbral”, Gonzalo Rojas y su “Fornicio” y A.E. Quintero con aquel poema que inicia: “¿Qué voy a hacer sin él? / Me pregunta la niña / por su gato / que cada 10 minutos muere más”. Cada poema es un trozo de historia personal. De quienes los escribieron y de nosotros, quienes los leemos y cada tanto volvemos a ellos.
“La poesía da para todos los ojos que quieran mirarla, para todos los oídos atentos a escucharla, porque es un diálogo personal entre el poema y tú. Aunque un millón de lectores lean el mismo libro, el poeta siempre estará hablándote a ti, a tus propias emociones, a tus secretos inconfesados, y tú le responderás con tu voz interior, que es la verdadera, la que saldrá a la luz, para tu propia sorpresa. En realidad, es todo lo que hay que saber para acercarse a la poesía”: Ethle Krauze, en Cómo acercarse a la poesía.
DRAGON BALL
¡A mí ni me gusta Dragon Ball! Y aun así, he tenido que echarme, a medias, esta última temporada. “Las cosas que hago por amor”, diría Jaime Lannister, del ya mencionado Juego de Tronos. En efecto, el amor es una fuerza muy poderosa, por eso fui a ver el “final” que tanto revuelo causó durante la semana pasada. Y digo “final” porque aún queda otro capítulo. Cuestión de clickbait: el episodio literalmente se llamaba “El gran final” y la sinopsis revelaba la caída de Gokú, el héroe de la serie. De esta manera muchos se fueron con la finta y pidieron su transmisión en vivo en plazas públicas, volviendo la solicitud una bola de nieve que arrasó por todo el país.
A pesar de la tajante separación entre “arte y cultura” y Dragon Ball que hiciera nuestro alcalde, Hipólito Rodríguez, a quien nada más le faltó mandar a los jóvenes xalapeños a leer en vez de ver la tele, el comercio no se quedó atrás con la oportunidad que tenía ante sí. Jóvenes y adultos deseaban no sólo presenciar la pelea magistral que el “final” prometía, sino que además anhelaban compartir el momento con otros fans. Cinetix dijo “de aquí soy” y con mucha alegría anunció que el sábado transmitiría el capítulo en vivo, completamente gratis, para quienes llegaran a tiempo. Eso sí, todo muy legal, a través de Crunchyroll, servicio oficial de streaming para contenidos asiáticos.
Debo decir que a pesar de que Dragon Ball no es mi anime favorito, ni siquiera uno que vería por cuenta propia, disfruté la experiencia y la algarabía compartida. Si no puedes con ellos, úneteles.
La sala no sólo rebosaba de gente, sino de entusiasmo. Las dificultades técnicas del principio fueron abucheadas, sí, pero con buen humor. Aunque durante un primer momento muchos temieron que no pudiera disfrutarse el esperado desenlace, aquel que nos diría cuál sería el destino del Universo 7, todo problema fue sorteado, para alegría de los espectadores.
El japonés no fue problema para los fans. Al fin y al cabo, Dragon Ball es una caricatura de más acción que diálogos y éstos eran fáciles de interpretar gracias a las expresiones de los personajes: sorpresa, amor, ira e indignación.
Aunque gritos de júbilo fue lo que más se escuchó durante el episodio, la pronosticada caída de Gokú provocó una oleada de pesar de la que –admito– participé. Pero antes de que tuviéramos tiempo de procesarlo, la ambientación había cambiado y Gokú, aunque débil, se había salvado. Y de nuevo, gritos de alegría: dos personajes reaparecían. Uno de ellos era sabido que sería vuelto a ver, pero al segundo nadie se lo esperaba. “¡Número 17, Número 17! ¡Está vivo Número 17!”, exclamaban los fans con sorpresa y emoción. No era para menos, hacía capítulos que pensaban que había muerto.
¿Alegó Hipólito que la caricatura contiene violencia? Sí, por supuesto que la hay. Pero esa violencia no es ensalzada en la serie. Gokú pelea, pero no en la búsqueda por el poder, sino por superarse a sí mismo. Es un deportista, un practicante de artes marciales. A veces debe competir buscando derrotar no a un rival, sino a un enemigo, pero lo hace para salvar a quienes ama. Es un héroe capaz de congregar a fans de todas las edades y hacerlos gritar de alegría, sorpresa y emoción. Y eso me parece algo que festejar.
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