Algún día lo comenté en privado y lo escribí en público. Las personas deben ser juzgadas, y analizadas, por su comportamiento y, en este caso, muy particular, el de Andrés Manuel López Obrador, por sus compromisos electorales, debido a que es el hombre que pretende –desde hace más de doce años-, gobernarnos.

Parte de su presunta arrolladora superioridad, en la que lo muestran las encuestas y los sondeos de opinión, se puede explicar de varias formas pero, principalmente, es porque él toma una ventaja sobre algo que, seas partidario de AMLO, o no, todos los mexicanos podemos decir que estamos de acuerdo: Estamos hartos de la delincuencia; estamos hartos de la impunidad; estamos hartos de la corrupción, y de la injusticia social.

Es indudable que los mexicanos no toleramos un día más de vivir en estas angustiosas condiciones. El gobierno -como se marca en la Constitución Política, desde su artículo primero-, debe garantizar a todos sus gobernados digna calidad de vida y, la actual administración –y las pasadas-, dan la impresión de haber permitido que, esas circunstancias de ingobernabilidad, anteriormente mencionadas, se fortalecieran en lugar de haberlas combatido con firmeza.

Esas son algunas de las razones por las cuales se dice que la mayoría de los mexicanos están con Andrés Manuel. Porque están enojados, y de esa forma piensan emitir su sufragio de castigo en contra del sistema actual. El famoso ‘establishment’.

Empero, es ahí donde se anticipa el primer problema con su candidatura. No hay una discusión abierta y sana en la sociedad; motivo por el cual me alegré tanto de que se hubiera celebrado, por fin, el primer debate presidencial del pasado domingo veintidós de abril. Porque, ¿qué es un debate sino una confrontación de ideas?

El Palacio de Minería, fue el escenario ideal para que los candidatos, que pretenden persuadirnos de contratarlos para que nos gobiernen o, en muchos otros casos, refuercen nuestras convicciones, contrapusieran sus propuestas.

El internet y el fanatismo.

Desde que surgió el internet, la red se ha convertido en la plataforma de comunicación más democrática de la historia. Absolutamente todos los que tenemos acceso a ella, y a las redes sociales, compartimos nuestra vida diaria y, cómo no, nuestras opiniones sobre lo que nos dé la gana, sin ningún tipo de censura.

Lo anterior, en un mundo ideal, desde luego. Todos hemos notado que el internet es tan libre, que cada que emitimos, en nuestro legítimo derecho, una opinión desfavorable acerca del abanderado de MORENA, con razón, o no, recibimos cualquier cantidad de insultos.

Cuando lo que se debería juzgar objetivamente del ex Jefe de Gobierno, es la visión que él tiene del mundo y de sí mismo; ya que el único capaz de proyectar su imagen de la forma en la que lo desea, evidentemente es él. Y sus seguidores. Principalmente ellos.

Y es que a pesar de los llamamientos de los pasados días de López Obrador, para no usar la violencia verbal, y contestar a sus adversarios con memes; las ofensas, amenazas y descalificaciones, no han hecho más que aumentar.

Es de llamar la atención lo que él les ofrece, con base en el mal desempeño del gobierno: una esperanza. El cambio, la radicalización en la forma de gobernar y hacer política. Sólo eso. Nada más importa.

Siendo eso, precisamente, lo más preocupante: se sabe el problema, no cómo resolverlo; pero ya lo intentaré explicar más adelante.

En lo personal, ¿qué es lo que yo quisiera del puntero en las encuestas? Que respondiera directamente a cuestionamientos; que intentara tomar en cuenta a los que escépticos, y se interesara por convencerlos con argumentos, no con evasivas.

Que fuera capaz de explicar, por sí mismo, sus propuestas, y no sus “asesores”. Y lo entrecomillo porque creo firmemente que, en vez de asesorarlo, lo están perjudicando, y de qué forma.

Se ha vuelto carne de meme la frase: “lo que Andrés Manuel quiso decir…” porque cada día que pasa, y él se para en alguna plaza pública, o habla ante los medios, parece hacer un esfuerzo especial por superar el nivel de absurdo de su declaración anterior; tanto, que sus voceros oficiales, y no oficiales, tienen que dar más de una, y más de dos maromas mentales para justificarlo.

El qué y el cómo.

La mayoría de las dudas surgen en el momento en el que, por ejemplo, se lee con detenimiento su Plan de Gobierno.

Ya sabemos cuáles son los problemas. Él adelanta algunos pero, en realidad, no cómo resolverlos.

Como mencioné en mi columna del lunes 27 de Noviembre del 2017, su propuesta para erradicar la corrupción, sigue siendo reemplazar la “Ley de Responsabilidades Públicas” (a pesar de que ya fue derogada) por una que prevea nuevos medios de combate y castigo a la corrupción; misma que, durante la actual legislatura, fue sustituida, con todo lo que él propone, por la “Ley General de Responsabilidades Administrativas”. Pero ha añadido algo más. Sus buenos deseos.

Durante todo el periodo de campañas, ha declarado que su forma principal para combatir la corrupción será que, “ si el Presidente pone el ejemplo, y no es corrupto, los demás no serán corruptos”. Hasta parecería comedia involuntaria.

Más aún, si se presta atención a su visión económica. En términos simples, planteando subsidios, pensión universal, o becas para todos los que deseen estudiar, el gobierno se desfalcaría. La gente debe entender que esa esperanza que él asegura, no debe ser a cualquier costo. En otras palabras, el gobierno no debe, ni tiene la obligación de mantenernos; o como se dice vulgarmente, no debemos acostumbrarnos al “papá gobierno”.

Según El Economista, su plan económico, distribuido entre las becas para jóvenes ‘ninis’ (108 mil millones de pesos), aumentar la pensión para adultos mayores (50 mil millones), y aumentar el salario a burócratas (33 mil millones), entre algunas de sus promesas más destacadas; se calcula, costaría de más de un billón de pesos. Aproximadamente, un 28.8% del gasto gubernamental programado solo para 2017. Es cuando uno se pregunta, ¿cómo y de dónde saldría el dinero que alcance para mantener, por seis años, esas promesas de campaña? No es viable.

El nuevo aeropuerto

Construir el muro, quiero decir, cancelar la construcción del nuevo aeropuerto, más que una razón necesaria que aporte algo positivo al desarrollo del país, se ha convertido en eso: el muro de Trump. Una promesa, o lema de campaña, vaga y sinsentido debido a que no es factible echar marcha atrás con el proyecto.

Ha trascendido que ya se han licitado contratos por más del 75% del monto total de la inversión prevista; ya ha comenzado la construcción de las pistas, y se han emitido bonos (afores y fondos internacionales) por más de 6,000 millones de dólares, entre 2016 y 2017.

El términos financieros, el cancelarlo, según el Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México, costaría al gobierno aproximadamente 120,000 millones de pesos. Eso, sin tomar en cuenta la liquidación al personal ya contratado –perdiendo miles de empleos formales-, y las compensaciones para los inversionistas al momento de cancelarles los contratos; los cuales, conviene recordar, están protegidos por la legislación mexicana vigente.

Un despropósito total.

El combate a la inseguridad y a la corrupción.

Por último, pero no menos importante, está el tema de la seguridad. Ha declarado que pretende, “juntar a un grupo de expertos en el combate a la delincuencia, incluido el Papa Francisco, que ya está invitado, con la finalidad que se haga un llamamiento a la paz”.

Ante los fuertes cuestionamientos de la opinión pública acerca de esta ingenua, preocupante y disparatada declaración, que le exhibe de cuerpo entero, al dejar claro que no tiene idea de cómo enfrentar el grave problema de la inseguridad, como es propio de él, su respuesta no ha decepcionado: “las dudas son parte de la guerra sucia emprendida por la mafia del poder”.

Cuando se le ha cuestionado sobre su postura para la designación del fiscal anti corrupción, el cual idealmente debiera ser autónomo; ya que él propone que sea nombrado directamente por el titular del poder ejecutivo –volviéndolo su empleado-, ha descalificado dichos cuestionamientos, argumentando que, “la sociedad civil que plantea el debate, son un grupo de ‘fifís’, que quieren apoderarse de la fiscalía para que sea tapadera de corruptos”.

Al igual que la ocasión en la que descalificó a los que marchaban en su contra, vuelve a atacar a quienes, no solo piensan diferente a él, sino que desean una explicación convincente y, sobre todo, seria acerca de lo que planea hacer con el país.

Radiografía general.

Todo lo anterior, sumado a sus polémicas alianzas políticas, el error que supondría el cancelar de facto la reforma educativa, o la incorporación de candidaturas de ciudadanos sin ninguna preparación, o inclusive estudios profesionales (“Pato” Zambrano, Sergio Mayer o Cuauhtémoc Blanco), son indudablemente las mayores preocupaciones que genera el proyecto que él encabeza.

Sinceramente, podemos convenir que sus propuestas están plagadas de buenas intenciones y condiciones deseables; no obstante, da la impresión de que la finalidad es tergiversar, una vez más, a través del enojo social, y dirigirse únicamente a sus votantes.

Por eso se percibe exclusión para quien no comulga con sus premisas. Postura bastante inadecuada ya que él aspira a ser Presidente de todos los mexicanos, no solo de unos cuantos.

Vivimos en medio de un clima político tenso, generándose día a día una fuerte división en el país, y sus simpatizantes -algunos de ellos, hay que decirlo, bastante indocumentados-, optan por recurrir a la violencia verbal, para tapar cualquier cantidad de ocurrencias que se puedan llegar a plantear. Dejar a un lado la pasión, parece una gesta titánica, ya que suelen ser irascibles, intolerantes, descalificadores, y arrogantes.

Por ello, el problema, en todo caso, serían sus seguidores, y la gente de la cual se rodeará de llegar al poder. No es estar en contra de él. Simplemente es muy difícil, por no decir imposible, creerle.

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