Se ve y se oye en todo el país el apoyo a la candidatura presidencial de López Obrador. Las principales encuestas lo validan, y los medios, otrora acérrimos enemigos del tabasqueño, empiezan a ceder ante los vientos cambiantes; las voces del hartazgo ante tanta violencia y corruptelas, entre la gente que habita las redes sociales ya son un buen índice de lo que está por ocurrir. México está una vez más ante una encrucijada importante:
Votar y girar el volante, darle un nuevo rumbo al país, quizá no uno tan idílico como el que muchos esperan, pero al menos un nuevo rumbo en el que las decisiones estarían basadas en la voz de la mayoría de la gente y no de las élites políticas o de una televisora.
Las cartas están sobre la mesa, y todo apunta a una apabullante victoria del abanderado de Morena. Pero, me atrevo a confesar mis temores en estas respetuosas líneas.
Pesa sobre México una sombra, una maldición, una que ha estado presente desde su génesis como nación, y que hoy por hoy, representa el mayor obstáculo a vencer. La sombra del derrotismo.
Ya desde que Miguel León portilla nos etiquetó como “Los vencidos”, con la ayuda de Octavio Paz quien nos vino a rematar con lo de “Hijos de La Chingada”, el mexicano ha llevado una marca de hierro en su frente, la del “pobrecito desafortunado”: “Es que nos conquistaron, es que nos mal gobiernan, es que nos abusan, es que nos roban, nos burlan, nos nos nos… Y nosotros como polluelos, indefensos, legado de aquellos indios infantilizados que cambiaban oro y pieles por cuentas de vidrio, y que confundieron a Cortés con Quetzalcóatl (relato absurdo a la vista de cualquier historiógrafo serio), no tenemos otra opción que apechugar, sufrir como Marga López, llorar como La Llorona y chingarnos bajo la Ley de Herodes, pues de nosotros no se espera más que lo que se espera de un rebaño obediente: ver, oír y callar.
Fuimos criados con ese espeluznante temor cristiano, y somos “bienaventurados” por ser pobres. Nuestra pobreza es nuestra “cruz” y nuestra realidad de injusticia no es más que “una prueba de diosito, que tiene grandes planes para nosotros”.
Somos por otra parte el pueblo de la muerte. Bailamos con la huesuda, es nuestra amiga y no le tememos, y por eso quizá no nos parece extraño encontrar cabezas y cuerpos tirados en cada esquina, oír de jovencitos disueltos en ácido, total que “es lo que nos toca vivir”.
Así es ahora y así ha sido desde el inicio. Cuando exterminaron a Madero, a Villa y Zapata, a Carranza, cuando reprimieron a los ferrocarrileros, cuando mataron al General Francisco Serrano de quien ya nadie se acuerda pues fue borrado cobardemente de la historia; cuando acribillaron a los estudiantes en Tlatelolco, cuando redujeron el peso mexicano a basura con sus malas políticas y saqueos; cuando firmaron el TLC en la peores condiciones de desigualdad; cuando firmaron el FOBAPROA y le quitaron todos sus bienes a miles de mexicanos durante la devaluación del 94; cuando asesinaron a Colosio frente a todo el país porque ya no les convenía apoyarlo; cuando le voltearon la victoria a Cuauhtémoc Cárdenas con una “falla en el sistema” y cuando le arrebataron la presidencia a Andrés Manuel metiéndole las manos a las boletas y actas electorales con un fraude vergonzoso.
La gente se indignó, se rasgó las vestiduras, salió de casa a marchar, habló de ello en cada esquina, durante algún tiempo mostró su enfado, y después, de repente, todo mundo se retiró pacíficamente a la comodidad del hogar, a seguir, con la cola entre las patas, siendo el pueblo del futbol, de la novela, de la virgencita, de la pobreza y del agachismo.
Me incluyo en este panorama, yo también defendí y me indigné, pero pasado un tiempo y ante la falta de acción de los demás, también regresé a mi vida diaria, también olvidé. Porque pareciera que en este país sólo eso queda, olvidar y seguir, luchar y morir en la raya, o lavarse las manos y largarse al exilio.
Suena cruel y derrotista, pero hasta no ver no creer. Hoy México pareciera estar despertando. Y no digo despertando porque piense que Obrador es el Mesías, lo digo por el hecho de que por fin pareciese que el mexicano está quitándole de las manos la decisión a esos pocos que se han encargado de pisotear nuestros derechos y nuestras oportunidades.
Votar por Morena y comenzar a explorar el ejercicio democrático genuino, no es algo tan burdo y elemental como votar en pro de un partido o un candidato. Como yo lo veo, es girar el timón, limpiar la casa, es un por nosotros mismos, es por proyecto de nación a futuro, ¡no inmediato! como por arte de magia, es por un NO a repetir la historia, un NO a dejar que nuestros hijos y nietos paguen con pobreza y muerte por nuestra apatía y abulia, por nuestro “¿qué caso tiene?”. Es un NO a seguir hundiéndonos en el lodo y en el atraso, a NO conformarnos con sobrevivir y aspirar con valentía a vivir, a crecer.
Lo que la gente tiene que entender es que darle la presidencia a otro partido, a otra opción fuera de “las de siempre”, es apenas el primero de muchísimos pasos que el pueblo mexicano tiene que dar en el camino hacia el autorrespeto y la soberanía. No sólo es ir y votar, ni escribir las palabras más acaloradas, ni compartir los mejores y más ácidos memes, se trata de todo eso y de quedarse a defender lo decidido, de no permitir un robo ni permitir que alguien nos compre nuestra decisión, es defender aun cuando hayamos votado en contra, pues si pisan las libertades de uno, pisan y pisarán por siempre las de todos; es incluso aceptar la derrota si la contienda fue evidentemente justa y no fabricada, y unir esfuerzos en el tiempo posterior para ser cada vez más y más fuertes.
La democracia y el civilismo no sólo se ejercen en año electoral o en día de Jornada, se ejercen cada día de nuestras vidas, en todos los espacios de convivencia, deben de traerse en el ADN, y deben de construirse en comunidad sin importar el color.
No se trata de que todos votemos por el mismo, o de que todos seamos de un sólo partido. Se trata de que desde nuestras trincheras, cada uno seamos conscientes de las decisiones que tomamos. No es congruente apoyar a ciegas a un partido que denosta y calumnia en vez de autocriticarse, que roba y que trafica influencias, que miente y que se burla de sus propios militantes. Lo congruente es limpiarlo, renovarlo, quitárselo de las manos a quienes lo rebajan y corrompen. Eso es la democracia.
Este año pues, México se encuentra ante la Prueba de Fuego. ¿Somos capaces de cambiar? ¿Somos capaces de abandonar a nuestro “marido golpeador”? ¿Somos capaces de alzar la voz si resulta que nos robaron la decisión? O seguiremos siendo “Los de abajo”, “Los agachados”, “Los vencidos”, “Los chingados”, “Nosotros los pobres”, viviendo nuestra “Corona de Lágrimas”, a “La Sombra del Caudillo”, jodidos por los siglos de los siglos amén Jesús…
No importa qué partido milite, hágalo suyo, sea usted serio, ya déjese de excusas, el gobierno lo hacemos los ciudadanos, lo elegimos nosotros, no es una especie de maldición edipiana. Esto ni es tragedia griega ni novela del 2, esto es nuestro, y si nosotros no lo cuidamos, no lo respetamos ¿entonces quién?