La corrupción es tan vieja como el hombre primigenio. La anticorrupción es tan vieja como la corrupción. Se piensa que ambas reposaron en el mismo líquido amniótico. No se entiende la una sin la otra. Aunque la anticorrupción posiblemente fue una reacción a la presencia de la corrupción. Pero como hermanas no podían estar peleadas por siempre. En sus inicios la anticorrupción pretendió ser una vacuna preventiva que inhibiera la intencionalidad de la corrupción. Se pensó en algún momento en utilizar a la anticorrupción como el germen correctivo contra la corrupción. La verdad es que todo el legado de la anticorrupción como medida curativa es insuficiente. Tiene mayor efecto la anticorrupción en las estrategias y acciones preventivas. Algunos pensadores afirman que quienes practican la corrupción son todos aquellos que carecen de valores éticos y morales. La corrupción es un acto que como virus se irradia y colectiviza con rapidez en los grupos sociales. La corrupción se hace presente con muchas caras que la embozan. En el pórtico de la historia están insertas las formas en que se ha combatido a la corrupción, algunas por demás drásticas y poco inhibitorias. La corrupción no solo se refiere a caracteres económicos, comprende tráfico de influencias y doblaje de conductas rectilíneas. La naturaleza de la corrupción de sobra está estudiada y tipificada. Las decisiones anticorruptivas no han sido suficientes para controlar el tumor enquistado en lo más profundo de los cromosomas del hombre. Quien ofrezca terminar con la corrupción, no tiene la menor idea de lo que dice. Quien ofrezca que podría disminuir la corrupción, tendrá posiblemente mayor credibilidad. La corrupción no tiene puntos medios: se es o no se es corrupto. No se necesitan normas o aparatos institucionales tan complejos o sofisticados para controlar a la corrupción. Solo dos cosas se necesitan: voluntad política y cumplimiento de las normas. En muchas ocasiones lo creado para combatir la corrupción lo es para cubrir el acto inconfesable. Las medidas correctivas más eficaces están en el seno del hogar, en la educación asistemática. Cuando el acto moral se ejemplifica, queda registrado en el intelecto del niño. Tengo en mis manos en este momento el último libro escrito por José Lorenzo Álvarez Montero, auspiciado por la Universidad de Xalapa. El título trata precisamente de la corrupción: La Responsabilidad De Los Servidores Públicos y El Sistema Anticorrupción en el Estado de Veracruz de Ignacio De La Llave. Muchos le apostamos a investigadores como José Álvarez, cuyas opiniones refrescan desde afuera el entendimiento sobre materia tan intrincada. El texto es sobrio, vale la pena recorrer con el investigador la evolución del tema en los estadíos históricos. Cuentan que un periodista le preguntó a un revolucionario que acaba de derrocar al dictador de aquella isla caribeña: después de que usted ha estado frente a la metralla, seguramente no le tiene miedo a nada. El revolucionario contestó: no le temo a la pólvora, a lo que más temo es a la corrupción. Y vaya que el revolucionario aquel sabía de lo que hablaba. Gracias Zazil. Doy fe.