*Vayas donde vayas, se convierte de alguna forma en parte de ti. Camelot.

RUMBO A LONDRES

Para cuando mis lectores lean estas líneas, debo andar entre aeropuertos, esperando tomar el vuelo nocturno de Aeroméxico en la capital rumbo a Londres, del Juárez al Heathrow. No voy a nada de lo que ustedes sospechan, ni de Sherlock Holmes de espía ni de camarógrafo, quizá me dé una vuelta por ese famoso 10 de Wilbraham Place, en Belgrave, que para nosotros los veracruzanos y buena parte de mexicanos se ha convertido en tan famoso como el 10 de Downing Street, donde duerme la Primer Ministro, y desde donde Churchill dictaba los pasos de la guerra. Voy a un asunto familiar, escasamente una semana. Sucede que una sobrina muy querida, María Fernanda (Fer), hija de mi hermana Flor, que ha trabajado muy duro parte de su vida levantándola y dándole estudios y carrera de Actuaria, una carrera de Ciro Peraloca, Fer se enamoró de un inglés súbdito de Churchill y, por esas cosas del destino, ambos trabajaban en el sector financiero de México capital y de la noche a la mañana al inglés Lord Mike, lo cambiaron, como cambia de jugadores el inútil entrenador, Juan ‘Cambios’ Osorio, a la mugre selección, de rotación, dice, pues a mi futuro sobrino lo cambiaron a Londres, en Inglaterra, que también es pueblo. Y para allá vamos de a rapidito a su boda londinense, porque hay que regresar a ver el México contra Alemania y a estar listo para los juegos mundialistas y la elección del primero de julio, cuando se dé la madre de todas las batallas.

EN LOS AEROPUERTOS

Alguna vez de hace algunos años visité Londres. Bella y cara ciudad, fuera de la Comunidad Europea para el billete, nada de Euros, su libra esterlina no fue moneda de cambio, como acostumbraba Pancho Villa en los pueblos que conquistaba, adónde llegaba creaba su Moneda, como financiero a la J.P. Morgan, o recurría a los banqueros. Cuando tomó Torreón (Oye tú, Francisco Villa, que dice tu corazón, ya no te acuerdas, valiente, cuando tomaste Torreón), citó a los banqueros de las cinco sucursales, les pidió un préstamo en abonos chiquitos como los de Elektra y sin los grandes intereses de Coopel, so pena de que los ahorcaba allí mismo. En menos que canta un gallo tenia los 10 mil pesos pedidos. Así era la Revolución. Aquella vez de hace tiempo vi lo que pude, estaba de moda la serie del gordo Rey, Enrique VIII, había películas y series como Los Tudor, con Jonathan Rhys-Meyers en el papel principal. Y en mis ratos me iba de tour cuenqueña a conocer la historia de esa Torre de Londres, cuando este desgraciado panzón hizo decapitar a Ana Bolena, nomás porque ya no la quería en su cama y el gordinflón quería oler a leña de otro hogar. A la horca, inventándole hasta infidelidades incestuosas. Todo eso lo veía en esa serie aclamadísima. Estuve en el mismo sitio donde la decapitaron, renté un audio guía y me puse frente a ese lugar rememorando lo de 1536. La primera reina inglesa decapitada en público. Comenzó la escisión de los católicos y los ingleses se separaron de Roma. De ella nació, Isabel, la llamada Reina Virgen, que sería una gran reina por 44 años.

ENRUTADOS

Volaremos en manos de Dios y de esos pilotos mexicanos, los 8,950 kilómetros que marca la ruta, doblar por la parte canadiense de Halifax y enfrentar al mar, allí donde enterraron a los muertos de aquel Titánic, la ciudad que el Titánic convirtió en cementerio. Ese barco que sus constructores gritaban presumidos que no lo hundía ni Dios, y Dios andaba ocupado en otras cosas, lo hundió un Iceberg, porque los burros no vigilaron los grandes hielos de frente. Antes haber cruzado Nueva York y doblar la esquinita, quizá llegar a las 10 horas si el viento es a favor, como probablemente es en las idas. Ya al regreso creo que 11 horas, por el viento en contra. Siempre que salgo a Europa o cruzo sus mares, el Atlántico o el Pacifico, rememoro ese escrito genial de Gabriel García Márquez, El miedo a volar: “Mi madre no ha volado más de dos veces en su larga vida. Nunca ha sentido miedo, pero conoce muy bien el de sus hijos -que son doce-, de modo que mantiene siempre una vela encendida en el altar doméstico para proteger a cualquiera de nosotros que se encuentre en el aire. Su fe es tan cierta, que a uno de sus hijos -que es ingeniero de caminos- se le cayó hace poco un buldozer en una cuneta. Mi madre oyó decir que el rescate podía costar más de 100.000 pesos, y le dijo a mi hermano que no gastara ni un céntimo, pues ella iba a encender una vela para sacar el buldozer. Mi hermano la reprendió: «Sólo a ti se te ocurre que una vela puede sacar un buldozer de una cuneta».

Mi madre, impasible, le replicó:

-¡Cómo no va a sacarlo, si sostiene un avión en el aire!”

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