“Haga cada uno su parte de deber,

y nada podrá vencernos”.

José Martí

El mundo sigue girando y se supone que así seguirá mientras los pronósticos científicos, religiosos y charlatanes no nos alcancen, cuando sea demasiado tarde para acelerar acciones contra la catástrofe que bien podría haberse evitado pero nos valió un carajo, porque cada quien estaba en lo suyo: vivir en la concupiscencia, indiferentes al sufrimiento del prójimo. Lamentables tiempos cancerígenos que nos van devastando por una metástasis que ha alcanzado hasta los rescoldos de la esperanza. Pareciera que la humanidad se está complicando la vida, como si la humanidad se hubiese cansado de ser humanidad, lo dice Ramón Gómez de la Serna. No de otro modo se entiende la dejadez de la gente que prefiere dejar que otros tomen el timón y decidan el rumbo hacia donde les plazca, con tal de que nos dejen en la complacencia, el conformismo y la mediocridad, sin importarnos el submundo que clama una oportunidad para sobrevivir ni de aquel donde mueren en el abandono. No vemos –no queremos ver- ni oímos porque somos de palo.

Es, digámoslo así, una ambición por desbocarnos. Cierto es que el hambre, la guerra, la muerte y muchas otras cosas más han desmoralizado al mundo, como si hasta que no vengan otros vivos diferentes de los que viven no se pudiese arreglar el asunto, acusa Ramón Gómez de la Serna.

Nada agradable resulta la realidad que vivimos, pero depende del color del cristal con que la miramos y hasta donde estamos dispuestos a llegar para verdaderamente cambiar al mundo y a uno mismo –o al revés, como gusten. Ya sabemos que estamos en el mismo barco y todos somos responsables de llegar a buen puerto o naufragar.

No soy seguidor de ningún partido político, sí de las personas que tejen en la vida encuentros y amistades sólidas, actitudes que buscan el derrotero a seguir, levantan la roca atravesada, la hacen a un lado y continúan hacia nuevos horizontes, imaginan, sueñan, crean, construyen. Aunque algunas veces la debilidad de la carne y el espíritu nos encamine hacia otros rumbos.

Seguro estoy que México necesita un cambio positivo –ojo: los hay cambios tramposos, negativos en superlativo. Tampoco creo en el cambio de la noche a la mañana. Sí, con Arthur Schopenhauer, en el cambio porque es la única cosa inmutable. De otra manera, ¿de qué lado masca la iguana?

Y como estoy cansado de tanta mentira, no me referiré, por ahora, a los políticos, gobernantes, representantes populares, autoridades vigentes, salvo que surja por ahí alguna mala jugada. Estaré atento, como lo estaré del próximo gobierno, del supuesto cambio que tendrá sus altas y bajas, puesto que el sistema en el que estamos enlodados hace muchos años que huele a podredumbre. Mi posición es crítica, no pesimista.

La solución es difícil, desde luego; pero pienso, nuevamente con Ramón Gómez de la Serna, que lo que hay que propugnar es el cultivo mayor de la inteligencia y del alma, pues cuando falta la inteligencia y el alma, la vida no es conllevable.

De cinismo y anexas

El 11 de junio pasado, en entrevista, el actor Joaquín Cosío a la pregunta “¿Con qué actitud debemos asumir a nuestro nuevo gobernante?”, contestó: “Con una actitud crítica y exigente. Solidaria, pero firme. Tenemos mucho que pedirle y tiene mucho que darnos. Tiene mucho que regresarnos, mucho que hacer, tenemos que pedir resultados. Tenemos que pedir acciones concretas. No podemos más con el simulacro, con la farsa que han sido al menos estos tres últimos sexenios, que han pasado del delirio, la megalomanía, hasta la soberbia monárquica. Tenemos que asumir, si las cosas cambian, como críticos, a demandar. Aprender a exigir, porque nos deben mucho.” (vanguardia.com.mx).

Por cierto, “Paz es aceptar la diferencia del otro”, escribió Mario Benedetti. Alejémonos de odios y discriminaciones.

Ahí se ven.