*“Muy sentida es la muerte cuando el padre queda vivo”. Séneca. Filósofo. Camelot.
LA MUERTE DEL HIJO DE LINCOLN
Del exitoso libro, ‘Lincoln en el Bardo’, extraje el capítulo donde el hijo del presidente, Abraham Lincoln, Willie, en medio de la Guerra Civil falleció por enfermedad de tifoidea. El jueves, 20 de febrero de 1862, a las 5:00 p.m., Willie murió. Abraham dijo: “Mi pobre chico. Era demasiado bueno para este mundo. Dios lo ha llamado a su casa. Sé que él está mucho mejor en el Cielo, pero entonces lo amamos tanto. Es duro, duro tenerlo muerto”. Willie fue enterrado en el Cementerio Cerro del Roble en Georgetown. Después de que su padre fuera asesinado en 1865, el ataúd de Willie fue exhumado y movido a una tumba provisional. Fue re-enterrado en el Cementerio Cresta de Roble en Springfield, Illinois el 19 de septiembre de 1871, junto a los restos de su padre y su hermano Eddie, sosteniendo un pañuelo azul. Tad y Mary Todd Lincoln fueron más tarde enterrados en la misma tumba.
Un tema muy emotivo. Del autor del libro, lo cito:
“Se enterró a Willie Lincoln un día de mucho viento, que arrancó los tejados de las casas e hizo jirones las banderas. En el cortejo que subía al cementerio de Oak Hill, en Georgetown, dos caballos blancos llevaban la carroza con el cuerpo de aquel niño que solo había conocido la felicidad. Pero del carruaje en que iba sentado el agotado y desolado presidente tiraban dos caballos negros. La galerna había arrancado los tejados de las casas blancas, había roto cristales de ventanas, había arrasado los campos donde el ejército tenia plantadas sus tiendas de campaña, había convertido las calles enfangadas en canales y los canales en rápidos. Las ráfagas del viento habían destruido varias iglesias y muchos cobertizos, habían desarraigado árboles y habían roto las claraboyas de la Biblioteca del Congreso; las olas también habían inundado el Long Bridge, que llevaba a Alexandria cruzando el rio Potomac. El padre pasó en su carruaje entre las ruinas sin verlas.
Los carruajes del cortejo fúnebre se extendían por tantas manzanas que se demoraron mucho en llegar serpenteando hasta la zona de Georgetown y hasta el hermoso cementerio de Oak Hill con su corona de robles. Cuando la cabeza del cortejo llegó al cementerio de Oak Hill por Washington Street se consideró necesario, por lo largo de la comitiva, desviar una parte de esta por Bridget Street.
El cortejo subió entonces la colina pasando junto al nuevo embalse de nivel elevado, giró por Road Street y siguió rumbo al este hasta el cementerio, donde el cuerpo de William Wallace Lincoln iba a ser depositado en la cripta de W.T. Carroll, en la parcela 292. Por fin reinó la quietud y los cientos de asistentes se bajaron de sus carruajes y cruzaron la cancela del cementerio hasta la hermosa capilla gótica de piedra roja y vidrieras azules.
En un momento dado salió el sol y su luz, entrando a raudales por las pequeñas ventanas, tiñó todo el interior de un resplandor azul, como si el lugar estuviera en el fondo del mar, causando una pequeña pausa en las oraciones y una sensación de sobrecogimiento entre los congregados.
Allí con el ataúd presente, el doctor Gurley entonó mas plegarias. “Podemos estar seguros – y por consiguiente pueden estar seguros los desconsolados padres y todos los hijos del dolor – de que su aflicción no ha salido del polvo, y de que sus problemas tampoco han brotado del suelo. Es el proceder recto de su Padre y Dios. Puede que ellos lo consideren un obrar misterioso, pero sigue siendo Su obra. Y aunque ellos estén de duelo, Él les está diciendo, tal como Jesucristo nuestro Señor les dijo una vez a sus discípulos cuando estos estaban desconcertados por su conducta: ‘Mis obras no las conocéis ahora, más las conoceréis después”.
ESE TRISTE FUNERAL
Y allí estaba sentado el hombre, con una carga en su mente que sobrecogía al mundo, y encorvado con esa carga tanto en su mente como en su corazón, ¡tambaleándose por el golpe que era que le hubieran quitado a su hijo!
El presidente se puso de pie, se acercó al ataúd y se quedó allí plantado él solo. El presidente le dio la espalda al ataúd, en apariencia con un gran esfuerzo de su voluntad, y pensé en lo duro que resultaba dejar atrás a su hijo en un lugar tan sombrío y solitario, algo que nunca habría hecho cuando era responsable del niño en vida. Daba la impresión de que había envejecido enormemente en los últimos días. Ahora, mientras se dirigían a él muchas miradas compasivas y plegarias, pareció volver en sí mismo; a continuación salió de la capilla con expresión de gran aflicción pero sin ceder todavía al llanto. Me acerqué al presidente y cogiéndole de la mano, le di mi más sentido pésame. No pareció que me escuchara. Un oscuro asombro le iluminó la cara. ‘Willie está muerto’, me dijo, como si acabara de ocurrírsele en aquel momento”.
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