Juan Noel Armenta López y Zazil Armenta
Y el pueblo vio la primera luz. A las ocho de la noche Juan la “roca” subió la cuchilla del foco con una garrocha. Y en ese momento se prendió la pálida luz. En realidad para todos, esa luz fue todo un resplandor. Y todos aplaudimos por ese foco de luz pública. Después todos queríamos ver de más cerca eso que llamaban foco. En el poste de madera se podía ver aquella luz como la de un cocuyo. Que digo, de muchos cocuyos. En esa inauguración fue hasta el presidente municipal. Rutilo, el carpintero del pueblo que hacía cajas para muertos “de madera”, por mero y se cae en el caño por estar viendo aquel palo de luz. Don Chucho el español, comentó que en las “Uruapas”, su tierra, había muchos focos como ese en las calles. Total que la luna en palo, como se le empezó a conocer al foco, era algo así como un gran avance en la civilización. Juan la “roca” quedó como encargado de prender el foco al anochecer y apagarlo con el primer rayo de luz. Con esa encomienda, Juan la “roca” agarró más importancia que cualquier mortal de toda la zona. Todos los días pasaba Juan la “roca” con su garrocha al hombro para dar cumplimiento a su importante tarea. Juan la “roca” recorría con su garrocha al hombro toda la amplia calle hasta llegar al palo de luz. Pudiendo ir más rápido, Juan la “roca” se tomaba su tiempo. A paso lento, muy semejante al viejo Quijote, cual lanza en ristre, pasaba entre la gente que abarrotaba las banquetas. Los pobladores aplaudían a Juan la “roca” como si fuese la mejor obra de Dios. Juan la “roca”, con la seriedad del caso, con reverencias de cabeza agradecía las muestras de afecto a todos sus coterráneos. Y prendía la luz Juan la “roca”. Y la gente seguía aplaudiendo. Después permanecían familias enteras hasta muy tarde bajo el haz de luz que no venía de ningún astro, sino de la inventiva propia del hombre. Esa invención era un caso maravilloso que la gente común no entendía, nosotros tampoco. ¿Cómo agarraba el hombre y ponía la luz del sol en ese vidrio transparente? No lo sabíamos. Y menos entenderíamos si nos hubieran explicado que allá por el camino de Paso del Burro estaba una gran rueda con cucharones que giraba cuando un trozo de agua le caía del acantilado. Decían que de la rueda era de donde agarraban la luz con un motor de explosión. Siquiera que no nos explicaron, como quiera no hubiéramos entendido. Se hizo una tradición ir al manto de luz a platicar por las noches. A la gente que iba a platicar bajo el foco, la empezaron a llamar “palomilla”. Todo estaba muy bien. La gente estaba contenta con el foco que alumbraba caminos de esperanza. Pero aquella noche todo cambió. De entre las sombras, alucinada por el resplandor del foco, apareció ante nosotros una figura fantasmal de mujer. Apareció envuelta en un manto negro. Tenía el pelo blanquecino, largo y desgreñado. Nos veía con esos ojos hundidos en unas cuencas de muerte. De repente abrió sus ropajes y mostró su cuerpo esquelético con la piel pegada a los huesos. Luego dio un gran grito y se volvió a perder en la noche. Esa mujer era lo que llamaban los pobladores: el fantasma de la mariposa negra. Y desde ese día, la gran luna en palo, quedó en la más espantosa soledad, ni quien saliera a la calle. Gracias Zazil. Doy fe.