Estar en la República Popular de China representa el vértigo de un viaje a una cultura milenaria, y al mismo tiempo, a una nación que se prepara para ser la primera economía mundial. El sistema internacional ha cambiado y hoy todos los caminos conducen a China.
Su capital, Pekín, es una mezcla de la arquitectura moderna con sitios históricos como el complejo del palacio de la Ciudad Prohibida y la plaza de Tiananmén; mientras que Shanghái es un centro financiero global adornado con rascacielos –una especie de Manhattan asiático-, donde ya se toman las principales decisiones que inciden en la economía y el comercio mundial.
Ningún país tiene la población de China –casi mil 400 millones de personas- y muy pocos su desarrollo económico. En marzo pasado, el primer ministro Li Keqiang anunció que el objetivo del gobierno es tener un crecimiento anual de alrededor del 6,5% en 2018, el mismo que el del año pasado. Y mientras muchos países están ocupados en mantener estabilidad macroeconómica, para los chinos la principal preocupación es solucionar los problemas que afectan a la calidad de vida.
El gigante asiático derrumbó las murallas para convertirse en el nuevo líder global, al grado que la mayor parte de los países tienen un déficit comercial con este país. En el caso de México, ellos han sabido aprovechar muy bien las oportunidades que les representa nuestra nación: una economía abierta y con el mayor número de socios comerciales, su ubicación geográfica y una población superior a los cien millones de personas.
Desde que hay registros oficiales (1993), México siempre ha tenido déficit comercial con China, es decir, le compra más de lo que le vende. Las importaciones procedentes de China han crecido a gran velocidad; apenas el año pasado, el país tuvo un déficit récord de 67 mil 432 millones de dólares (mdd), que hoy debemos equilibrar si queremos ser socios competitivos.
Tal vez la principal diferencia entre China y nosotros es que cuentan con un sistema de economía de Estado muy bien estructurado que sabe cómo invertir los recursos humanos y del sector público. Allá la prioridad es la población y no su gobierno.
No es casual que la semana pasada, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador tuviera un encuentro con el embajador de China en México, Qiu Xiaoqui. El próximo gobierno de México sabe que en breve concluirá el proceso de renegociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, sin embargo, será nuestro vínculo con China el que desarrolle todo nuestro potencial, lo que hasta ahora no hemos logrado tras 24 años de TLC.
Son muchas las cosas que debemos saber de China; demasiadas para un viaje tan corto como el que realizamos la semana pasada, en una misión diplomática para abrir nuevos vínculos que sirvan a la inversión y el comercio de Veracruz.
Por ejemplo, México trae desde China teléfonos celulares, pantallas, computadoras y partes para armarlas. China es la segunda fuente de las importaciones que hace México, sólo detrás de Estados Unidos. Por nuestra parte, nosotros le vendemos a China principalmente cobre y sus concentrados, aceite crudo de petróleo, plomo y plata, entre otros. El territorio chino es el tercer destino de las exportaciones de México, lo que significa que nuestro país es el principal socio comercial de China en Latinoamérica.
Y pude comprobar también que somos su principal destino turístico en América del Sur, mientras que los chinos representan la segunda fuente de visitantes para México dentro de la región de Asia, sólo atrás de Japón. Considerando que cada año 140 millones de personas de aquel país viajan al extranjero -sólo 120 mil vienen al nuestro-, estamos ante una gran oportunidad de hacer del turísmo nuestra principal fortaleza.
No es casualidad que muchas escuelas en México, de todos los niveles educativos, empiecen a impartir el mandarín como idioma opcional, de la misma forma que se hizo con el inglés durante décadas. Hoy debemos lograr que nuestra lengua también sea un referente para la población de aquél país.
Agradezco el trato personal e institucional que recibí de mi amigo José Luis Bernal Rodríguez, Embajador de México en China, a quien conozco desde principios de los años 90’s, cuando becado por mi muy querido amigo Dante Delgado, realicé mis estudios de maestría en Derecho Internacional y Comparado en las universidades de Georgetown y George Washington; entonces él colaboraba de manera muy estrecha con el embajador de México en Estados Unidos, don Gustavo Petricioli.
Con una experiencia de cuatro décadas en el Servicio Exterior de México, tenemos en nuestro Embajador en China a uno de los diplomáticos más preparados para enfrentar el reto que hoy significa fortalecer una relación política y comercial que debe ser cada vez más equitativa.
Si queremos mirar al futuro con optimismo debemos hacerlo a través de los ojos de China. Estar en esta gran nación ha sido una experiencia invaluable.
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