*Y entonces, los caminos se nublaron, se escondieron. Camelot.

LOS PAISAJES

En estos días de lluvia, cuando ya la canícula se aleja y el huamachito florece, los paisajes y escenarios nuestros son de maravilla. Ayer mismo, al regresar por la Puebla-Orizaba, en sitio de contrastes de climas, porque en una zona el termómetro del auto marca 12 grados y en otros sube a 20. Uno se baja por Esperanza, y es un frió del carajo. Y los volcanes en su esplendor. Los tres, los dos de los chilangos y el nuestro, Pico de Orizaba. Cuando ya empiezas a apretar aquellito, es cuando pagas la caseta y te enfilas a bajar la Cumbre de Esperanza. Si corres con suerte, no habrá neblina Ayer no corrí con suerte. Había neblina, mucha, dicen los viejos traileros que la consigna es pegarse a un camión grande con sus luces traseras muchas y él te va guiando, solo que con cuidado, no vaya a desbarrancar el muy despistado y te lleve al despeñadero, como El guardián entre el centeno, el libro de J. D. Salinger: (me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio). Por mucho tiempo se les ha insistido a los funcionarios inútiles de Capufe, de que arreglen ese estropicio. Es muy sencillo, ayer mismo envié un tuiter a la cuenta del secretario Jiménez Espriú, que lo será de AMLO, para que se venga un día y se anime y baje esa cumbre de neblina, para que vea lo que se siente. El mayor deterioro y descuido en autopistas lo tuvo este gobierno, escribí que Carlos Salinas de Gortari construyó 5 mil kilómetros de buenas autopistas. Luego se fueron descuidando, por los gobiernos del PAN (12 años) y el PRI. La neblina es terrible, no se ve más allá de las narices, allí en ese sitio ha habido choques, alcances y muertes, y tragedia, que se evitan poniendo en todo el tramo pequeños reflectores que van adheridos al piso y no valen gran cosa. Hay también una displicencia de los organismos empresariales de las dos ciudades: Córdoba y Orizaba, se debía de ver, junto con autoridades municipales de la zona, al mismo Jiménez Espriú, que está recibiendo gente en México, o al ingeniero Cedric Iván Escalante, que será el subsecretario de Infraestructura en SCT. Esos dos lo arreglan, porque el inútil de Gerardo Ruiz Esparza, solo andaba viendo sus comisiones. Pero hay que subir a verlos, adonde ellos citen.

AQUEL BERLIN/AÑO 2010.

Hace un tiempo, exactamente en un julio del año 2001, anduve por Berlín. La Guerra Fría había terminado y el Muro caído. Caminé por sus parques, frente a su Ayuntamiento donde el presidente Kennedy, en aquel señero discurso de 1963, se llamó ‘un berlinés’ (“Ich bin ein Berliner”), lo que hizo que la perrada alemana lo amara y adorara por siempre, caminé por sus grandes avenidas. La capital bombardeada renació de entre sus cenizas, una vieja iglesia con su campanario fue lo único que quedó en pie, eso y la dignidad de ese pueblo que hoy son los campeones económicos de Europa, con la mamá Merkel al frente, para que vean que las mujeres bien gobiernan sus países. Me hospedé en el afamado y caro hotel Adlon, pegadito a la Puerta de Brandemburgo, que un tiempo sirvió de sitio de reunión del Führer y su staff de malosos. Incluía a Goering, Rudolph Hess, Himmler, Martin Borman, Goebbels, el arquitecto Albert Speer y allí, en sus salones, se hacían eventos de gran pompa, filmados por la extraordinaria cineasta de Hitler, Leni Riefenstahl. Por Berlín vi lo que se pudo ver, no salí de la ciudad, lo más lejano fue a Potsdam, famosa porque allí se celebraron los Tratados así llamados, cuando el trio de malosos: Churchill, Truman y Stalin, le echaban diente a Berlín para dividirla en cuatro partes: Francia, Estados Unidos, Inglaterra y los osos Rusos. Pasé por la Embajada Rusa, un edificio todo sellado, como acostumbran, visité el Palacio Sancssouci y llamó mi atención un viejo avión que allí posaba como recuerdo de cuando los americanos pelearon con los rusos en el Berlín dividido, en aquel bloqueo. Un día de 1948, los rusos cerraron el paso al tráfico terrestre. Los americanos pusieron un avión cada tres minutos y acabaron con ese padecer, durante casi un año vuelo tras vuelo. Berlín era el botín de la Guerra Fría. Las golosinas caían del cielo para esos niños berlineses. El Primer Puente aéreo de la historia, con cuatro mil toneladas de víveres al día. Estuve también en el Checkpoint Charlie, donde se dividía esa zona, allí mismo donde un mal día los tanques rusos y los americanos se apuntaron, en espera de la orden presidencial de disparar, para iniciar la otra Guerra, que sería la Tercera y última, porque la cuarta, según míster Albert Einstein, la cuarta Guerra se pelearía a piedras y palos. Algo no encajaba en mi sentir. Caminando vi un monumento gigante con un soldado ruso, un monumento extraordinario. Mi sentir histórico me llevaba a preguntarme qué carajos hacia ese ruso allí, cuando ellos fueron los que les dominaron, los saquearon al tomar Berlín, violaron a sus mujeres con el consentimiento de los americanos, y se habían convertido en sus captores. No encajaba en mi coco, como no encajaba, aun con todas las atrocidades, que en esos días estuviera a punto de inaugurarse un bloque de concreto en homenaje a los judíos caídos en la Guerra, víctimas del Holocausto.

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