Mis palabras son espíritu y vida. En este día, 26 de agosto de 2018, celebramos el Domingo 21 del Tiempo Ordinario, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (6, 55. 60-69): “Jesús dijo a los judíos: ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida’. Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: ‘Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?’ Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: ‘¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen’. Después añadió: ‘Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Las palabras de Jesús son tan drásticas e impactantes que provocan también la murmuración de algunos de sus propios discípulos. Jesús los confronta ante el escándalo que manifiestan y hace alusión a su procedencia del Padre, como Hijo Único de Dios, y a su Ascensión al cielo, como verdades más exigentes para la débil fe de los Doce Apóstoles. Enseguida hace una contraposición entre el Espíritu y la carne ya que se trata de dos principios: uno divino, que procede del Padre y del Hijo, y el otro humano, que procede de la naturaleza del hombre, dañada por el pecado. El Espíritu, siendo Dios, es capaz de dar vida a todos mientras que la carne se rige por el egoísmo característico del ser humano, el cual no se abre a la gracia de Dios. Las palabras de Cristo son espíritu y vida, son divinas y superan los límites de la razón humana. Son palabras de vida eterna.
Decidirnos por Jesús. La última parte del texto evangélico de Juan dice: “Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: ‘¿También ustedes quieren dejarme?’ Simón Pedro le respondió: ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Se trata de un asunto crucial en la vida de Jesús ya que la mayoría de sus discípulos lo abandonan. La respuesta de Pedro, en nombre de los Apóstoles, es la versión joánica de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, que presentan los Evangelios Sinópticos: “Jesús les dijo: ‘Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?’ Simón Pedro contestó: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,15-16). Los verbos ‘creer’ y ‘saber’ introducen una confesión de fe cuyo contenido es que Jesús es el Santo de Dios, el Elegido de Dios. Este título se une al de Hijo de Dios y al de Mesías, y de alguna manera los contiene. La respuesta de Pedro es ejemplar para todos los seguidores de Jesús, a quienes se les pide primero una experiencia de vida con él, después creer en él y, finalmente, captar el significado de su mensaje. De esta manera, aceptar el misterio de la Eucaristía es esencial para quienes hemos hecho nuestra opción de fe por Jesucristo. La celebración eucarística es el centro, la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana. Abrazar la Eucaristía y hacer de su celebración lo más importante de nuestras vidas, es vivir la permanente y amorosa relación que hace de Cristo y nosotros una sola carne, porque nosotros también creemos que Cristo es el único que tiene palabras de vida eterna, y sabemos que su carne y su sangre son verdadera comida y verdadera bebida.
La opción por Cristo hoy. El mundo en que vivimos no puede ya ser considerado como cristiano. Las ideas y criterios que predominan en la cultura actual se alejan mucho de la inspiración cristiana. Algunas políticas del nuevo orden mundial y la ideología de género, pretenden imponer costumbres y prácticas que descalifican la fe en Jesucristo y desacreditan tanto la ley natural como la moral cristiana. Aceptar a Jesucristo como el Dios verdadero, respetar la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, proteger a la familia integrada por el papá, la mamá y los hijos, requieren una profunda convicción de fe y de compromiso social, que sobrepasa al cristianismo por tradición y exige la opción personal y apasionada por Jesucristo.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa