Seguramente ya se enteró usted que Alfonso Cuarón ganó el León de Oro de la Mostra de Venezia 2018 (Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica di Venezia), que es un festival cinematográfico italiano, de los más prestigiosos del mundo y también el más antiguo, desde 1932 se celebra. Esta es la 74 edición.

Pues nuestro paisano Cuarón (CdMx 1961), se hizo acreedor al máximo galardón de la Muestra con la película ‘Roma’, producida por Netflix para su transmisión streaming en su plataforma digital y para salas de cine. Es un relato nostálgico y autobiográfico del cineasta, centrado en la vida de la empleada doméstica de su casa familiar, Cleo, una joven de origen mixteco, quien trabajaba devotamente para su familia en los tiempos en los que el realizador entraba en la adolescencia y vivía en la colonia Roma de la capital mexicana. Es, hasta donde sé, un relato de la vida familiar y retrata en blanco y negro aquel México tumultuoso de principios de los años 70, en donde estaban latentes las manifestaciones impetuosas estudiantiles.

No la he visto, creo que llega a las salas de cine del país hasta diciembre, pero me tiene verdaderamente entusiasmado. Híjole, y es que qué difícil ha de ser olvidarse de los recuerdos, finalmente somos nuestra memoria, nuestras vivencias pasadas, nuestros recuerdos.

Y la colonia Roma también es un espacio citadino del ex D. F. que me resulta profundamente entrañable al que echo mucho de menos. Desde sus míticas calles arraigadas en mi memoria: Monterrey, Medellín, Baja California, Aguascalientes, Querétaro, Córdoba, Colima, Tabasco, Yucatán, Orizaba, Tonalá, Xalapa, Colima, Nuevo León, Baja California, Puebla, Álvaro Obregón, y así podría seguir mencionando muchas calles que en la gran ciudad me remitieron a la provincia mexicana.

Pero en la Roma viví algunos de los momentos más disfrutables de mi estancia defeña. Desde aquellas noches de rumba y son en la emblemática ‘Embajada Jarocha’, en donde pegué de brincos añorando a Veracruz al ritmo del mítico sonero tabasqueño-veracruzano Moi Domínguez. Ni en Tabasco se ha cantado ‘Vamos a Tabasco’ como la cantaba el flaco en la esquina de Veracruz y Xalapa. Y qué decir de ‘El Gran León’ de la calle de Querétaro 225, en donde rolones como ‘Caballo viejo’, ‘Lágrimas negras’, ‘Veracruz’ y otras mil sonaron y resonaron en aquellas noches en que la juventud me traicionaba con ánimo desbordado, en el feudo de Pepe Arévalo y sus mulatos.

Gran colonia la Roma, con su Plaza Río de Janeiro y su réplica del ‘David’ de Miguel Ángel, con el hermoso templo de ‘La sagrada familia’ en Orizaba y Puebla, con sus siempre misteriosas sinagogas en Monterrey una y la otra en Querétaro, entre Jalapa y Orizaba, y qué decir del piano bar del ‘Chato Parada’ en las calles de Colima y Tonalá, en donde alguna vez coincidimos con Jacobo Zabludovsky, al que no le gustaba comer con el estómago vacío. Y la verdad a mí tampoco, siempre un tequila era bueno para hacer hambre.

Caray, qué recuerdos de la bohemia defeña, en donde llegamos a alternar con la Tigresa, Irma Serrano y el infaltable noctámbulo Ultiminio Ramos, que se la vivía y se la bebía con Pepe Arévalo, en donde también le daba a los bongos como buen cubano que era. Ahí llegamos a saludar a doña Alejandra Meyer, la esposa de Pepe, señora más guapa y elegante en persona que en la pantalla chica. Eran las noches en donde todavía era políticamente correcto invitarle una copa a una dama sin que se sintiera acosada o agredida sexualmente hablando.

“… Veracruz, rinconcito donde hacen su nido las olas del mar”. Ay ay ayyy.

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@marcogonzalezga