En su libro “Dogma y Ritual de la Alta Magia” el Maestro Eliphas Levi nos dice y enseña: Toda intención que no se manifiesta por actos, es una intención vana, y la palabra que los represente una palabra ociosa. Es la acción la que demuestra la vida y es también la acción la que manifiesta y comprueba la existencia de la voluntad. Por esto se ha dicho en los libros simbólicos y sagrados que los hombres serán juzgados, no por sus pensamientos y por sus ideas, sino por sus obras. Para ser es necesario hacer.
La mayor parte de los rituales mágicos conocidos son: o mistificaciones o enigmas.
Revelar la santidad de los misterios es remediar su profanación.
Las operaciones mágicas son el ejercicio de un poder, natural pero superior a las fuerzas ordinarias de la Naturaleza. Son el resultado de una ciencia y de una costumbre que exaltan la voluntad humana por encima de los límites habituales.
Lo sobrenatural no es otra cosa que lo natural extraordinario, o lo natural exaltado; un milagro es un fenómeno que asombra a las muchedumbres por lo inesperado; lo maravilloso es lo que maravilla, o sea, los efectos que sorprenden a los que ignoran las causas, o que les asignan causas desproporcionadas a los resultados.
No hay milagros más que para los ignorantes; pero como no hay ciencia absoluta entre los hombres, el milagro puede, no obstante, existir para todo el mundo. Comencemos por decir que creemos en todos los milagros porque estamos convencidos, por experiencia propia, de su completa posibilidad.
No hace falta que nos expliquemos más, sino que los consideremos como explicables. Más o menos o menos o más, las consecuencias son idénticamente relativas y las proporciones rigurosamente progresivas. Sin embargo, para hacer milagros es necesario colocarse fuera de las condiciones comunes de la humanidad.
Es preciso abstraerse por la sabiduría o exaltarse por la locura, por encima de todas las pasiones y apartándose o desligándose de éstas con frenesí o por éxtasis.
Tal es la primera y más indispensable de las preparaciones del operador. Así, por una ley providencial o fatal, el mago no puede ejercer su omnipotencia más que en la razón inversa de su interés material; el alquimista hace tanto más oro cuanto más se resigna a las privaciones, cuanto más estima la pobreza protectora de los secretos de la gran obra.
El adepto, de corazón sin pasiones, dispondrá por sí sólo del amor y del odio de aquellos sobre quienes quiera servirse de instrumento para la realización de su ciencia; el mito del Génesis es eternamente verdadero y Dios no deja aproximarse al árbol de la ciencia más que a hombres suficientemente abstemios y fuertes para no codiciar sus frutos. ¡Vosotros los que buscáis en la magia el medio de satisfacer vuestras pasiones, deteneos en esa vía funesta! No encontraríais en ella más que la locura o la muerte, porque cuidado, como reza un viejo adagio, el diablo puede terminar por retorcerle el cuello al aprendiz de brujo. Hasta aquí la voz del Maestro
Como podemos ver y de acuerdo a Eliphas Levi la magia no solo es un recuerdo, porque las leyes que la rigen ahí están, solo que no es dable usarlas sin ton ni son y tiene que haber una preparación previa en todos los sentidos, física, emocional, mental y espiritual. La única diferencia entre el ahora y el pasado remoto cuando existían los reyes sacerdotes es que en esa antigüedad era una práctica de estado, para usar los términos tan en boga ahora, en mano de los dirigentes. Actualmente eso ya no existe, hasta los nuevos tiempos, pero si existen personas que pueden practicarla con prudencia y mucha sabiduría, y si así lo quieren deben ser siempre para servir a sus semejantes pues de otra manera se exponen a graves consecuencias cuando la finalidad es meramente personal y material.
La magia o la maestría verdadera, es el conocimiento y manejo de los cuatro elementos terrestres y el elemento celeste, agua, fuego, aire y tierra, además el éter, con su energía electromagnética o sutil, pero para este manejo se debe tener una identificación plena y una firme integración con la Madre Natura y el Padre Cosmos, como seres vivientes poderosos, partes de un solo ser del cual nosotros somos una minúscula partícula como nos denominaba el premio Nobel en medicina, el eminente humanista y fisiólogo Alexis Carrel, a lo que yo agregaría minúscula partícula pero divina, lo que hace la diferencia. De esa dualidad surge el trino, lo que la iglesia católica llama Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, símbolo de la voluntad, el amor y la inteligencia divina porque a final de cuenta El es mente. Mente omnisciente, omnipresente y omnipotente. Mente absoluta, verdadera, real, gloriosa, amorosa, virtuosa, infinita e indeterminada, porque no existen palabras que lo puedan definir, calificar ni cuantificar, está más allá de cualquier comprensión humana. Entender esto es lo que nos puede conducir, si lo permitimos, a la verdadera Maestría, así, con mayúscula…