*De Santa Teresa: “Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por las no atendidas”. Camelot

EL PODER DE LAS REDES SOCIALES

Con las redes sociales se nació de nuevo. Hay un antes y un después. Quizá se vivía en el tiempo de los cavernicolas, cuando las piedras hablaban, y los lenguajes eran corporales, a señas. El presidente electo, AMLO, las llamó benditas redes sociales. A él le favorecieron. Trump vive a diario con sus tuiters, desde ahí gobierna y mal gobierna o aplica el racismo o se pelea con el qué se le ocurra cada mañana. Barack Obama ganó la elección gracias a su calidad de político, a su carisma y a sus tuiters y mensajes en las redes sociales. A Hillary Clinton la acabaron los rusos con los hackers moscovitas, y la elección se fue al partido republicano, lo dicen y lo sospechan y lo sabían todos, desde el FBI hasta la CIA y hasta Minga, una gente de mi pueblo. Lo escribo por el caso de los hermanos Porras, desalojados injustamente de su casa. Lo subí al Facebook mío y se volvió viral, y llegó la ayuda de todas partes, desde la primera mujer vecina, que les dio un cuarto para que encontraran cobijo, hasta todos aquellos que les tendieron la mano. “Que sepan tender la mano, que sepan ayudar al caído a levantarse, a encontrarlos, a levantarlos, a mirarles a los ojos”, ha dicho el Papa Francisco. Gracias a todos. Y en eso me acordé del otro poder, del poder de la palabra, texto único del Nobel García Márquez.

EL PODER DE LA PALABRA

“A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: «¡Cuidado!». El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.

Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual.

Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es «la color» de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?”.

Eso es el Poder de la Palabra.

SI, PASAMELO

Al presidente electo, cuando toma aviones como cualquiera de nosotros, en las filas de la perrada, le van a ocurrir muchas cosas, como esa de la demora de 5 horas en un viejo avión de Viva Autobús. Ahora, cuando estaba en el aeropuerto de Ciudad Obregón, Sonora, narra el periódico El Universal, una señora llamaba a su marido y le platicaba el chisme. Estoy aquí con López Obrador, le dijo la vieja al viejo. No mames, vieja, le habrá dicho aquel todo incrédulo, cuéntame una de vaqueros. Cómo el hombre dudaba, ella se vio lista y le pasó el teléfono al presidente electo, y Andrés Manuel, después de saludarlo, ni tardo ni perezoso le dijo: “Qué se rayó con un marido como tú. ¡Qué inteligente, Hugo!. Te mando un abrazo”. Así será la vida sexenal de este presidente. Goza y gozará como nadie la poderosa presidencia, rodeado del pueblo, estrechando las manos y tomándose selfies con quienes se lo pidan. O llamando al marido escéptico. Para decirle, confía en tu mujer, no mammy blue.

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