El Estado surge como un fenómeno social violento en donde el poder de los menos se impone al derecho de los más. El estado no es una creación divina sino una creación humana, en el cual, por principios de cuentas, se reflejan las leyes de la naturaleza en su forma descarnada y cruel, porque el hombre, animal ahora racional, fue transitando, evolutivamente, del primitivismo grupal al clan familiar y del clan familiar a la tribu y de la tribu a una confederación de tribus, que con el tiempo dieron lugar al feudalismo social, a las ciudades estado y por último al estado propiamente dicho.

Pero en todos estos procesos nunca ha dejado de imperar la ley del más fuerte, ya que al ser, el estado, una creación natural, no ha podido dejar de manifestarse en su desarrollo el instinto animal que ha empujado al hombre desde la barbarie a la civilización actual.

Si observamos detenidamente cómo se comportan los animales que se encuentran viviendo en la naturaleza, observamos que en la cúspide de la cadena alimenticia están los más feroces, muy naturalmente crueles porque sus instintos primitivos así los impulsan, como es el caso del león, por citar solo un ejemplo, quien, como todos los demás animales carnívoros, devora a su presa prácticamente viva, porque entre más fresca esté la carne obtendrá mayor vigor y vitalidad, otra de las características de los animales superiores es, también, su territorialidad, esto al margen de que sean herbívoros o carnívoros, característica que los seres humanos aun poseemos en función de nuestros propios y personales instintos, y estos instintos, muchas veces más allá de la razón, se proyectan en las creaciones humanas mas estructuradas, como es la sociedad y su principal instrumento de operación, que en este caso es el estado.

Así, el hombre, dejándose llevar por estas fuerzas internas, totalmente irracionales, ha creado las guerras, originándose estas desde los tiempos más remotos, cuando el homínido estaba en sus primeros balbuceos, y en los principios de la racionalidad, pero el hombre fue avanzando, catapultado por el instinto y la razón y las guerras también, hasta llegar a los armamentos más sofisticados que han sido utilizados para bombardear ciudades y matar miles de personas sin ninguna consideración.

Pero más allá de las guerras, el hombre también ha creado otros instrumentos de dominación, un poco más sutiles, pero no menos imperativos, como es el caso de la política y sus diferentes matices de poder, plasmados en la teocracia, la plutocracia y la democracia entre otros; todos ellos imperfectos como imperfecta es la humanidad.

Podríamos afirmar que las guerras, ahora, son consecuencias de las malas políticas de los dirigentes de estado, que hacen que se enfrenten unos con otros, la mayor parte de las veces por ambiciones personales, manifestadas en grupos dominantes que buscan siempre satisfacer sus egoísmos individuales, sin importarles las consecuencias de sus actos y decisiones, con tal de conseguir sus ansiados fines.

Aparte de estas guerras externas que se dan entre países, existen otros tipos de manifestaciones de luchas internas, que se producen cuando se trata de obtener el poder de un país a costa de lo que sea y como sea, sin importar quien tiene o no la razón, y muchas veces se rebasan los límites de la llamada democracia para caer en insultos, trampas y actitudes fuera de toda ética, y muy alejadas de una verdadera moral de estado que debiera dar realce a eso que llamamos política.

La política la definía Aristóteles como la ciencia de todas las ciencias, porque alrededor de ella deberían girar todas las manifestaciones sociales que permitieran la paz y la armonía de los conciudadanos, buscando siempre el bien común o el bien de todos, sin excepción, sin embargo es un ideal muy lejano de cualquier realidad social.

En estos momentos, cuando estoy escribiendo estas líneas, recuerdo que en Honduras existió un grave problema de estado, porque el presidente, entonces en funciones, de ese país, trató de hacer una encuesta sobre la posibilidad de una reelección, a la cual se opusieron diversos grupos de poder. En Irán se efectuaron elecciones en donde se reeligió al presidente actual y las multitudes se volcaron a las calles para protestar pues consideraron que el proceso electoral no fue hecho con toda la transparencia debida, para favorecer al presidente en turno. En México, en el 2006, las elecciones presidenciales se realizaron bajo sospecha, debido a la intervención permanente del presidente, lo que ocasionó que hasta un presidente “legitimo” surgiera, a la par que el presidente formal.

En Estados Unidos, país que presume de la mejor democracia del mundo, cuando Bush ganó por primera vez, el triunfo también fue dudoso, porque este se definió en el estado de Florida donde un hermano del supuesto ganador era el gobernador. Esto para citar solo algunos casos más recientes, pero si nos retrotraemos en la historia de la humanidad encontraremos, sin mucho esfuerzo, desaguisados al por mayor. Solo recordemos que en nuestro país hubo un prohombre que se levantó en contra de la reelección, pero una vez que llegó al poder nadie lo movió de la silla presidencial durante 30 años. Hasta hace algunos años América Latina estaba llena de dictadores, desde Centroamérica hasta la Patagonia.

Ahora, a unos cuantos meses, un candidato, que durante 18 años buscó la presidencia de la República, asumirá la investidura como responsable del Poder Ejecutivo Nacional, con una enorme responsabilidad por todas sus promesas de campaña que no fueron menores, y la ciudadanía permanece en ascua esperando el desenlace de la incógnita que no sabemos a dónde nos llevará, si al paraíso prometido o al más profundo infierno social que nadie quisiera padecer, el tiempo se encargará de confirmar una cosa u otra. Esperemos lo mejor, con la protección de Dios, tanto para él como para nosotros.