Quisiera escribir de otras cosas quizá más trascendentes, pero el cerebro no me da, estoy emborrachado nada más de recordar la fiesta olímpica de México 68. Me gusta emocionarme con los recuerdos de aquella gran gesta deportiva de la que nuestro país fue anfitrión.
Estoy cierto que el momento político que vive el país es como para ocuparse de los temas de actualidad, la Cuarta Transformación (4T) requiere de todos los sentidos para analizar sus alcances, pero no, perdónenme, por el momento voy a rememorar algunas de las cosas que me dejaron profundamente marcado de aquella histórica olimpiada de la que todavía hoy me siento orgulloso. Las imágenes se suceden en mi cabeza como flashazos (flashbacks) de luz intermitentes, que me revelan instantáneas que se niegan a desvanecerse de mis recuerdos eternos.
La imagen del presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Avery Brundage, nació en 1887, tenía en 1968 nada más 81 años y era todo un emblema del movimiento olímpico internacional, y qué decir del récord olímpico imbatible de Bob Beamon. Hasta parece que lo estoy viendo correr sobre la grama de las pruebas de atletismo del “México 68”, cual simbiosis entre un guepardo con su presa favorita la gacela de Thomson y pegar el salto inmortal de 8.90 metros, el récord olímpico que no han podido derribar todavía hoy cincuenta años después, y verlo salir trotando feliz al negro, en una especie como de baile watusi cruzado de batucada brasileña, fenomenal. Tardaron en dar el registro histórico que estaba dejando ahí para la eternidad Beamon, los jueces no podían medir algo tan escandaloso, mandaron a traer dos cintas métricas, unas escuadras y dos reglas de 30 centímetros para dar con la nueva marca. Beamon y el mundo deportivo no lo podían creer, pararon las rotativas de todo el orbe para dar la increíble noticia.
Qué imágenes chingao, se imaginan trasladarla a estos tiempos de los IPhones, con miles de gentes grabando el momento exacto del salto de longitud de Bob Beamon. Apenas se hubieran dado abasto los Whatsapp, Instagram, Facebook, Twitter y demás redes sociales para “subir” y reproducirlas para 7 mil millones de seres humanos en todo el planeta de una hazaña deportiva tan increíble. Y todo sucedió en suelo azteca.
Pero si hay una imagen en verdad memorable, que no sé si muchos de los lectores la recuerden como el que escribe, y que todavía me parece que lo estoy viendo al tipo, impresionante, me refiero al en aquel entonces soviético Leonid Ivanovych Zhabotynsky, que si viviera hoy sería ucraniano. Les platico la escena, cuando apareció sobre la pista de tartán del olímpico universitario la delegación deportiva de la URSS, al frente de la misma venía un gigantón impresionante portando la bandera soviética, un hombre de 1.94 metros de estatura que cargaba más de 160 kilos sobre su humanidad, era el gran campeón de levantamiento de pesas en la máxima categoría de Tokio 64, y era también el gran favorito para llevarse la presea dorada en México.
El pesista apareció al frente de la delegación marchando marcialmente, casi a paso de ganso, pero con la particularidad de que portaba la bandera roja de la hoz y el martillo con el brazo derecho totalmente extendido, horizontal y casi a la altura del hombro, inamovible, sin el más mínimo asomo en el levantador de pesas de que estuviera haciendo esfuerzo alguno para cargar la bandera de su país, simplemente ¡im pre sio nan te!, entre el asta y el lábaro han de ver pesado dos o tres kilos, y Zhabotinsky como si fuera empuñando una baqueta de tambor, que en realidad se veía como un mondadientes.
Por supuesto que el mastodonte humano refrendó el título de levantamiento de pesas en la máxima división de la prueba imponiéndose a otro gigante también soviético, Yuri Vlasov. Qué pruebas y qué tiempos aquellos que me niego a olvidar, y creo que no voy a olvidar jamás hasta que me muera.
Esas fueron las Olimpiadas de México 68. Recordaba con Ernesto Aguilar Yarmuch de toda esa parafernalia de los juegos: timbres postales, el boleto del Metro, que estaba recién inaugurado con la iconografía de todas las pruebas, vasos, tazas, camisetas, lápices, estilográficas, gorras, etc., y los más grandiosos escenarios como el Auditorio Nacional para gimnasia olímpica, el Teatro de los Insurgentes para halterofilia, el gimnasio “Juan de la Barrera” y la alberca olímpica “Francisco Márquez”. Y ya lo había recordado aquí, la boda a todo lo alto en la Catedral Metropolitana de la gimnasta checoslovaca Vera Caslavska, casada por el mismo arzobispo primado de México en aquellos años, el cardenal Miguel Darío Miranda -¿de qué estará hablando este loco?, se preguntarán muchos-.
Aquella boda fue como el antecedente más remoto de otras bodas transmitidas en directo y a todo color por el “Canal de las Estrellas”, como fue el caso de la de Lucerito y Mijares ocurrida muchos años después. Fue la de la Caslavska un acontecimiento mundial.
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@marcogonzalezga