En los viajes se aprende, se aprende, y a veces se sufre, sin duda. Camelot.
Escrito desde Madrid. Octubre de 2018. Llegamos al aeropuerto Adolfo Suárez Barajas Madrid, un nombre largo porque le legaron y sumaron el del jefe de Gobierno de España, Adolfo Suárez que, junto al rey Juan Carlos, caminó para consolidar los 40 años que tiene ahora esta nueva Constitución, después de los mil años que los gobernara Francisco Franco, muy quietecitos todos, ni los de Catalunya brincaban. Ahí se me están, quietecitos, decía el Generalísimo. Adolfo Suárez fue tocado por el Alzheimer, años después de ser jefe de Gobierno, una mañana apoyaba en un mitin a su hijo, candidato a un cargo de elección popular y se le apagó el foco. Jamás volvió a saber quién era y cómo se llamaba. Cuando el Rey le visitó, cuentan que le dijo: “Si vienes a pedirme prestado, no tengo”. El rey le abrazó y hay una foto mítica, legendaria, muy cariñosa, que tomó el hijo, donde el Rey le pone su mano sobre su hombro y esa estampa quedó reflejada hasta ganar un premio nacional de Periodismo, en fotografía. Llegamos al aeropuerto y a recoger el par de maletas, la otra que aparece en fotos es mi carcaj de mi computadora, donde por las noches le robo un poquito al sueño y escribo estas líneas. Tomamos el taxi. Ha creado el Ayuntamiento de Madrid una sola tarifa de taxis. Única. Por 30 euros el taxista te trae desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad. O zona aledaña. Ni un peso más. Al salir llovía, la Autovía de cuatro carriles, hagan de cuenta la mugre Capufe, congestionada, no se movía nadie, como si estuviéramos en la mugre caseta de Fortín. Como es tierra extraña nada comenté. El taxista, ahora sé su nombre, Julián, se orilló y agarró un atajo, como el que tomó Roberto Madrazo en su caminata del Maratón de Berlín, pero este burro taxista en lugar de cortar, se fue a dar la vuelta creo que dos veces a la luna. El asunto es que, para no platicarla muy larga, ya llevaba una hora y traía un humor del carajo, peor que el de Héctor Yunes Landa porque nadie le hace caso (quiso arbitrar el Veracruz-AMLO y ni le tomaron la llamada, mucho menos le contestaron, exhibicionista, supe que dijo de él Manuel de la Huerta Ladrón de Guevara). Bordeando la Gran Vía avizoré que ya llegábamos. Conozco bien esta zona que tiene años está en obra, cosa de la que se aprovechó el ingrato taxista para dejarnos a una cuadra, diciendo que por obra no se podía entrar. Mintió. Allí nos tenéis a Chicharito y a Yo Mero arrastrando las maletas con un poco de lluvia, como Romero buscando a Dios.
EL PRIMER SUFRIR
Llegamos al lobby y con nosotros llegó el primer sufrir. Chicharito había dejado el teléfono abandonado en el taxi. Brincamos de la desesperación. Alguna vez mi cuate Rico, el amigo que no es rico, perdió su cámara con las fotos de París, incluida la Torre Eiffel, se echaba a llorar. Le hicimos al Sherlock Holmes y comenzamos a marcarle al taxista, con la esperanza de que el enojón lo escuchara, lo trajera y se llevara una propina. Nada. Mudo. En silencio. No entraban las llamadas, entraban pero el otro no contestaba. Llegó mi nieta Maraya en media hora y entre ellos dos y su madre desde el war room de Orizaba comenzaron a aplicar el proyecto Tormenta del Desierto. Llamar, ubicar el número, el sitio por dónde se encontraba. Estos teléfonos ahora son más inteligentes que cualquiera. Tienen su ubicación, donde está, te manda fotos del cielo si pides, en pocas palabras sabíamos la zona donde merodeaba. Y ahí nos tenéis de nuevo, los tres en otro taxi, este si muy amigable, buscando la ubicación como si tuviéramos un Dron de los de Yunes Linares, para ubicar a la maluria. Una hora después lo ubicamos. Ahora el asunto era saber si él mismo lo tenía, pues pudo haberse dado el caso que subió otro pasaje y ese pasajero se lo apañó. Como se apañan las cosas cuando se encuentran y no tienen dueño. Llovía, el parabrisas del taxista casi dormía a uno. Con diez horas de mal dormir y andar en el tingo al tango haciendo al sabueso de Bakersville, como Arsenio Lupin o el gran Sherlock. Desde México mi hija lo monitoreaba, y ahí andaban los chavales tocando puertas como evangélicos, puerta por puerta hasta que abrió el mismo taxista y bajó al taxi y que entrega el dichoso teléfono, ya casi agotándose la pila que fue otro milagro, pues si la pila se agota, no lo encuentras ni buscándolo con lupa. Chicharito juró que no lo volvería a soltar nunca jamás. Y así fue, la triste y luego alegre historia de un IPhone que se perdió y se recuperó, mediante una investigación que ni el Fiscal Winckler haría.
Mañana les cuento de esta lluvia que no deja de caer en Madrid, y un poco del juego del Real Madrid en el Bernabéu, que no dan una, se parecen a los Tiburones Rojos del Veracruz. Más historias mañana.
www.gilbertohaazdiez.com