A partir del 1 de julio y en la medida en que avanzan los días, toma espacio la construcción del pensamiento único. Lo que dice el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, no importa lo que sostenga, se convierte en el pensamiento que todos deben seguir. No hay otro.

Los que serán los integrantes del próximo gabinete y los líderes de la bancada de Morena en el Congreso, estos funcionarios ya en ejercicio, repiten a pie de manera exacta lo que dice el presidente. Eso sí, es parte de los nuevos rituales del poder, siempre lo citan.

Académicos e intelectuales, antes críticos del poder, se hacen parte de quienes reproducen el discurso de López Obrador. Una buena parte de los medios de manera acrítica replica, sin más, lo que dice el presidente electo.

Si alguien se atreve a criticar el nuevo discurso presidencial, López Obrador contesta de inmediato y de manera agresiva lo que considera que es un desacato. Sólo su pensamiento vale. Los que no piensan como él son fifís o corruptos. No hay más.

Los simpatizantes en las redes sociales del presidente electo alaban todo lo que dice y reaccionan de manera particularmente agresiva en contra de cualquiera que contradiga sus ideas. No hay espacio para el diálogo. Sólo hay un pensamiento y camino. Ellos son sus guardianes.

En ese contexto, el actual gobierno está borrado y no se atreve a salir del clóset en el que se ha encerrado en espera de que termine el sexenio. Los partidos de oposición no logran articular un pensamiento alternativo. Lo que dicen es irrelevante para la sociedad.

Las organizaciones de la sociedad civil con sus posturas críticas y pensamiento alternativo están desaparecidas. La avalancha del pensamiento único del presidente electo las ha relegado de los medios. No se les escucha.

López Obrador asume actitudes y discursos que se pensaban que estaban superados. Su estilo se asemeja mucho al de los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo. En esos tiempos, sólo tenía lugar su pensamiento. Los suyos de manera sumisa y acrítica se les sometían.

En ese tiempo, sólo había lugar para que el presidente, el gran tlatoani, dijera su palabra. No había otra. Todos los días aparecen evidencias de que regresamos a tiempos pasados donde el presidente era todo. En él se concentraba el poder de los tres poderes.

Conocemos el poder destructivo del pensamiento único. Hay muchas experiencias trágicas en la historia mundial y en nuestra propia historia. Es siempre una amenaza para la democracia. Es también un freno al desarrollo de los países.

A partir del 1 de julio se ha empezado a construir, una vez más en nuestra historia, un gobierno de pensamiento único. Estamos en presencia de un real peligro para el país. Se requiere de voces disidentes poderosas que impidan que eso ocurra.

raguilar@nulleleconomista.com.mx

El Economista