Cuando leí por primera vez sobre este poco menos que increíble africano, no daba crédito a sus hazañas olímpicas. Fue en 1960 cuando por primera vez un etíope, un africano, conseguía una medalla de oro en una justa olímpica. Abebe Bikila ganó la maratón de Roma rompiendo todos los récords, y lo hizo descalzo, su tiempo: 2 horas, quince minutos, 16 segundos y dos décimas en 42 kilómetros con 195 metros. Abebe, dicho con el más absoluto respeto, parecía todo menos un atleta, su figura correspondía más al de un aborigen de alguna tribu somalí, pastor de vacas y cabras. Nadie antes de Roma había escuchado mencionar siquiera su nombre, todo mundo se preguntaba que hacía allí ese hombre delgado, con aspecto de asceta, mal comido, esmirriado, más acostumbrado al polvo y la arena del desierto que al asfalto de las grandes urbes. Bikila, nacido en 1932 en un pequeño pueblo de Etiopía, era hijo de un humilde pastor de cabras y no aprendió a leer hasta los 14 años. A los 20 años, se alistó a la Guardia Imperial del ‘hijo de Dios’, Haile Selassie, como una forma de subsistencia. Bikila construyó su leyenda a partir de que decidió correr aquel histórico maratón por las calles de Roma como tantas veces lo había hecho en la ardiente arena de su pueblo, descalzo, nadie lo podía creer, todo el mundo lo miraba estupefacto. Cuatro años después, esta vez con calzado, volvió a ganar el oro en la prueba de maratón de Tokio 1964, batiendo de nuevo la plusmarca mundial con 2 horas 12 minutos 11 segundos. Abebe Bikila, el hombre increíble de Etiopía. Lo escribió Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.