Agustín Basilio de la Vega.
A tan solo diez días del cambio de gobierno, la preocupación por la estabilidad económica crece casi al mismo ritmo que la aceptación social del próximo presidente de la república. Paradójicamente los mercados están nerviosos pero la esperanza de la población mexicana en una vida mejor aumenta.
El ciudadano común piensa que México no puede estar peor y eso es lógico pues se trata de un país de jóvenes que no conocieron las crisis de los años setentas y ochentas cuando la inflación y la devaluación del peso era de más de dos dígitos. En aquellos años el poder adquisitivo y la capacidad de ahorrar se pulverizaron. México era un país del “tercer mundo”.
Se tocó fondo al final de los ochentas y de manera gradual nos hemos convertido en una democracia liberal que hoy en día es un ejemplo en América Latina. En materia política los mexicanos construimos instituciones ciudadanas como el INE, las Entidades Federativas hoy gozan de auténtica autonomía, hay división de poderes (hoy en riesgo) etc.
Se despretrolizó la economía, se incrementó el sector privado, se redujo la intervención del estado en la producción de los bienes y servicios, se logró la autonomía del Banco de México, nuestro país es el segundo de América Latina con más tratados de libre comercio y es el sexto en el mundo que más turistas recibe así como la décimo primera economía global.
La última gran crisis se tuvo fue en diciembre de 1994 y desde entonces la macroeconomía ha tenido resultados aceptables pues se ha tenido disciplina en las finanzas públicas y eso ha mantenido tanto a la inflación como al valor de las divisas con incrementos de tasas anuales predecibles.
Esta estabilidad ayuda a que las personas accedan a créditos para comprar casas, vehículos, enceres domésticos, ropa etc. y a las empresas les beneficia para invertir en fábricas, equipos y tecnología. Este círculo virtuoso nos hace más competitivos y de manera gradual se incrementa la inversión y la generación de empleos.
Desde el anuncio de la cancelación del NAIM y de la reducción o eliminación de las comisiones bancarias, los “mercados” se han puesto nerviosos. Como resultado de esto, el peso ha sufrido presiones y la Bolsa Mexicana de Valores contracciones. Un ciudadano puede constatar el efecto de estos vientos de desconfianza con solo revisar como las Afores han tenido minusvalías en estos días de noviembre.
Si el próximo gobierno abandona la ruta del liberalismo económico y deja de dar seguridad jurídica a la iniciativa privada es posible que se pierda la confianza en México y de detengan las inversiones nacionales y extranjeras. Si ocurre esto, el enorme gasto del gobierno propuesto para construir refinerías petroleras, trenes, subsidios a personas mayores y jóvenes, será el inicio de un desequilibrio que nos puede llevar a una crisis de enormes proporciones y hacer retroceder al país cuarenta años.
Sin duda México puede estar mejor combatiendo la corrupción y la inseguridad, pero cambiar el modelo económico es un grave error. Se necesitan políticas públicas que impulse la creación de empresas y para ello se necesitan señales claras de sensatez. Cancelando inversiones productivas y amenazando al sistema bancario es una manera de generar desconfianza e incertidumbre. Ojala el Gobierno entrante rectifique y se aplique en combatir la corrupción y la inseguridad pero que no eche por la borda la democracia y el liberalismo económico.
@basiliodelavega 19 de noviembre 2018