El debate público del momento adquiere velocidad de vértigo, sube y baja, genera estrés y se vuelve una especie de campo de batalla. En la polarización siempre pierde la moderación y el buen juicio. Típico. Se convoca a las definiciones, se dramatiza con énfasis en fases terminales y se alinean posturas en las imágenes más fuertes y retóricas. Sin duda son tiempos de cambio, que traen incertidumbres y cambios o asentamiento de posturas. Eso se entiende. Las dudas de buena fe, de unos, o de rumbo, en otros, se explican por las posibilidades de cambios profundos e inéditos. Los nuevos en el poder requieren altura de Estadistas, con una comprensión precisa del entorno mundial y un respeto escrupuloso de nuestra pluralidad y las instituciones fundamentales. Los opositores tienen que reflexionar sobre su papel en las condiciones actuales y el servicio que le van a dar a la democracia mexicana. Los ciudadanos en alerta y con el mejor ánimo participativo. Los que apoyaron el vuelco político deben seguir respaldándolo con la certeza de que hicieron lo correcto y que necesitan un poco de tiempo para ver resultados importantes. Los que no sufragaron por ese rumbo deben mantener sus objeciones, ser críticos pero apelar a un sentido de unidad nacional para apoyar lo positivo y cuestionar cualquier tipo de exceso y desviación.
Es algo molesto, en grado de patetismo, que nuestra vida pública se mueva entre los pros y los antis, entre la incipiente soberbia del neo poder y el victimismo de la nueva oposición. Estas conmigo o estás contra mí es la postura más primitiva que puede haber, sin embargo sigue siendo de mucho peso en las relaciones sociales y políticas. Es una especie de proeza pero vital el intento de abrir un espacio amplio y útil entre los polos. En esa apuesta civilizada radican las posibilidades de un desarrollo democrático que transite con la velocidad e incidencia concreta en nuestro sufrido Mexico. Ni los ganadores de la mayoría electoral tienen mandato para todo y lo que sea, ni las minorías deben practicar posturas de bloqueo y destrucción. En el intento reformador, no revolucionario, se debe cuidar no derribar las estructuras sobre las esperanzas y la indispensable estabilidad en general de nuestro país.
Habrá que buscar puntos de coincidencia nacional, acordar sobre lo básico y hacer posible una ruta de transformaciones necesarias pero posibles. Hay un terreno enorme para los cambios, sin embargo debe darse paso a lo prioritario para avanzar sobre seguro y no exponernos a alteraciones regresivas. Menos descalificaciones y ocurrencias de lado y lado; nada de imposiciones ni simulaciones. Con respeto y decisiones explicadas se caminará en rutas influyentes. Hoy y siempre hay que recordar que el poder es para servir y que tiene limites, no es mandato en blanco y seguirá con respaldo social o no dependiendo de sus resultados. Tampoco hay que espantarse y desgarrarse las vestiduras: hay una votación determinada por gobernantes concretos y aspiraciones generales pero muy fuertes. El nuevo bloque mayoritario tiene que poner a prueba sus ideas y propuestas. Aún tomando en cuenta antecedentes y comparativos están en su derecho de aplicar su programa; ya se verá después cómo les va, cuáles son sus resultados.
La polarización es mucho más fácil en torno a siglas partidistas, permite una identidad al menos alrededor de membretes políticos. Puede ser que atrás de una definición respecto a determinado partido no haya mucho, o nada, que se le siga por novedad o tradición, por interés o necesidad, por ideas o no. Es altamente posible que nuestra deliberación pública de estos tiempos se vaya a los extremos y se asocie a los partidos políticos. Es de respetarse, se comprende, la opción partidista que se tome o se haya tomado. No hay pureza ni perfección de ese nivel en ningún lugar. Quienes militen en organizaciones políticas tienen sus razones y están asumiendo posturas públicas y concretas. Pero no son los únicos. Hay otros ciudadanos, tal vez la mayoría, que no están en los Partidos o que prefieren vías independientes de participación política. Eso también debe respetarse, es más, debe estimularse como parte del fortalecimiento de nuestra democracia. Al mexicano de hoy no lo define, ni hace mejor o peor, su pertenecía a algún partido político. Considerar eso es una señal de atraso y propensión a la demagogia. El ciudadano demócrata, moderno, útil socialmente y con las mejores credenciales es el que cuida el medio ambiente, respeta la equidad de género, vota, defiende los derechos humanos, honra nuestra cultura y tradiciones, tiene compromiso social, vigila al poder, es incluyente y se pone del lado de nuestras libertades y dignidad.
Recadito: Xalapa, como siempre, debe ser parte activa y libre de los cambios nacionales.
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