En México, hay un proyecto de cambio en marcha que tiene el respaldo de una categórica mayoría electoral y ciudadana. Es un mandato para transformar a fondo. En sus efectos estarán los asuntos centrales mezclados con problemas que interesan a algunos sectores específicamente; la pobreza y la corrupción, por ejemplo, son de inquietud general, mientras que asuntos como la reforma educativa resulta prioridad para grupos sindicales. En el desarrollo de la ruta de cambios puede haber excesos (soberbia), desproporciones, errores graves y desequilibrios. Pero lo deseable y perfectamente posible son los aciertos y buenos resultados. Es un cambio inédito, por tanto lleno de incertidumbre y sorpresas. Pero era necesario y abre otro horizonte para nuestro país. Si asumimos el espíritu de la renovación, entendiendo su carácter transformador, mejor papel podremos jugar tanto en apoyo como en crítica. Sencillamente hay que dar una oportunidad paciente y de mediano plazo para que se observen los efectos concretos de los cambios. Se trata de otra visión, de otros actores y de un programa distinto, radicalmente distinto a lo conocido y tradicional.

Dado que los más duros problemas de nuestro país tienen un carácter estructural, sus soluciones serán graduales. Los impulsos transformadores deben tener mucho cuidado en no mover tan bruscamente esas estructuras porque se corre el riesgo de que se vengan abajo y aplasten el proceso. Es clave que los votantes de este proyecto de cambio se mantengan en apoyo y actitud vigilante del Gobierno emanado de esos sufragios. Del masivo apoyo electoral, algo difuso en su momento, ahora se pasaría a un respaldo más consciente y concreto. Los verdaderos cambios sociales y políticos se verán en una democracia de calidad y la más amplia y consciente participación ciudadana en la vida pública de México.

Hay mucho de cambio que es perfectamente viable en términos políticos y legales, incluyendo a la sociedad. La sacudida al mundo político tiene que ser, como se ofreció y empieza a verse, radical. Es sencillo cumplir en eso porque se tiene la absoluta voluntad para hacerlo. Es imperativo moral y democrático dejar atrás a la actividad política como sinónimo de corrupción; dejar atrás al tipo de político tradicional: simulador, ostentoso y alejado de las mínimas nociones de lo que representa ser un servidor público. En eso debe haber consenso. Los políticos de ahora deben ser auténticos y modestos. Se debe inaugurar una etapa renovadora de dicha actividad como oficio de servicio y de los mejores. Obvio que no está mal que se coloreen de una cuántas ideas y de definiciones básicas para que no se vuelva un mero ejercicio pragmático. Pero de que no hay que vacilar en el fin de la política de cúpulas y excluyente, no debe haber ninguna duda.

Si no se cae en excesos ni en ningún tipo de autoritarismo, si no se invocan experiencias de exaltación pero fracasadas, si no se cierran los espacios al pluralismo y las libertades, si no se embarcan en meros voluntarismos, si no se cree que el cheque va en blanco, si no se mezclan anhelos populares auténticos con intereses grupales, entonces las posibilidades de cambios y un futuro inmediato de progreso y bienestar estarán al alcance de nuestras manos. Por todo eso, desde el realismo y la conciencia, debe haber un voto activo de confianza para AMLO y el proyecto que encabeza.

Recadito: mientras tanto, hay que trabajar sirviendo en lo local.

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