No hace mucho que tuvieron lugar las elecciones presidenciales y legislativas, con resultados claros y contundentes. Hace tan poco relativamente, con lapso extenso de espera y transición, que para el análisis en general se pierden de vista los hechos más concretos. Hubo una expresión categórica con mandato preciso. Se optó por una alternancia distinta y radical en el sentido de una aspiración de cambios profundos. En consecuencia, ese proyecto y su programa se aplicará con la legitimidad suficiente. Todavía es demasiado pronto para definir a la actual administración federal. Nos puede gustar o no el rumbo, los tonos y algunas mediadas pero ya se verá, con mayor tiempo, cuáles son los resultados de sus políticas públicas. Me parece que somos dados a desgarrarnos las vestiduras y solemos polarizar sin más ante cualquier coyuntura. Así está ocurriendo con los problemas de los combustibles.
Creo que es indispensable que haya voluntad política para encarar los problemas, más allá de imágenes y cálculos facciosos. Sin una decisión contundente, como acto de autoridad y preeminencia del interés general, los problemas crecen y se vuelven complejos en su manejo. Venimos de esas posturas, de contubernios y simulación. Es de fines positivos que se hagan las cosas de manera diferente. No hablamos de alguna orientación política o ideológica, son, más bien, funciones básicas del Estado y muestras de eficacia con funcionamiento. También la delincuencia toma decisiones, sus actos son producto de una visión de la ilegalidad, casi siempre gozando de la impunidad que le garantiza la colusión de distintas autoridades y la debilidad gubernamental, muchas veces inducida. Esa delincuencia, poderosa, ha contaminado el tejido social y creado una cultura de antivalores. A las acciones gubernamentales, auténticas, corresponde un mayor compromiso social. La ciudadanía debe poner su parte; lo debe hacer en la prevención, en la práctica de la legalidad, en el seguimiento transparente de las acciones de autoridades y en la participación permanente en la vida pública.
No es ocioso decir que, como país, vamos todos en el mismo barco. Lo que pase con los problemas de México nos incumben y afectan a todos. Tal realidad nos condiciona a ser cuidadosos en todo, en opiniones y actos. Sin inhibir la crítica no debe hacerse de cualquier problema un debate político. Se requiere una opinión pública muy activa, una ciudadanía despierta y una oposición constructiva. Poco habríamos aprendido de las elecciones referidas y los gravísimos problemas que nos rebasan si nos quedáramos en lo anecdótico, lo coyuntural y la descalificación. Tal vez no sea inoportuno mencionar que somos un país brutalmente desigual y excluyente, con escaso crecimiento económico, con una sociedad civil todavía débil, infestados de violencia y con aquella vieja clase política alejada de la gente y dedicada a enriquecerse. En ese escenario se hace indispensable tanto la más amplia unidad nacional como una tregua en lo banal. Dar tiempo a la concreción del proyecto apoyado masivamente en la renovación presidencial y de legisladores es lo mas sensato, sin claudicar en opiniones y posturas.
Quedarse en los alegatos y la ocurrencia desvía la atención en los temas importantes e inhibe el desarrollo democrático. Es indispensable, señal de tiempos nuevos, elevar el debate y colaborar en lo sustancial y de interés general. La línea que nos hace distintos es muy delgada, sin embargo debe acentuarse con ideas e inteligencia para ser tan plurales como es la sociedad. Bienvenidas la crítica y las propuestas alternativas en el marco de nuestro viaje en el mismo barco que se llama México. Del lado del poder político se espera apertura, sensibilidad y respeto. Bien que cuenten con condiciones para cumplir con su mandato sin caer en la tentación de la uniformidad y la aventura. No tengo mayores dudas en el plano nacional, donde no es muy claro el panorama es en las Entidades federativas. Aun así, lo reitero, todos vamos en el mismo barco.
Recadito: nada mal que se viera en XALAPA el llamado cambio verdadero.
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