En un diciembre de 1947 nació el conocido estadio Santiago Bernabéu. La sede donde juega el Real Madrid, estadio bello, ubicado en el Distrito de Chamartín, en la calle de La Castellana. El nombre obedece al presidente que lo ayudó a construir, y la UEFA lo tiene catalogado como ‘estadio de élite’. No es tan hermoso como el Estadio Azteca nuestro, y en la gayola, cuando te trepas hasta pujas para subir. Se construyó como todos los estadios sin pensar que un día crecerían enormemente, y le han hecho adecuaciones tras adecuaciones, a este le caben 85 mil almas y en conciertos llega hasta los 110 mil. Allí el mexicano Hugo Sánchez dejó su gloria y sus records y Cristiano Ronaldo anotó el gol 4 mil del club. Quienes hemos estado en él, notamos sentir el espíritu de los grandes futbolistas. Una vez, en lugar muy cercano al campo, vi anotar a Cristiano Ronaldo tres goles extraordinarios. Nos pusimos de pie, como gritaba Ángel Fernández cada que lo maravillaba algo. Por allí han paseado su gloria Di Steffano, Zidenine Zinane, Beckham, Puskas, Gento, Amancio, Hierro, Butragueño, Kopa, Zárraga, Roberto Carlos, Ronaldo, Figo y Hugo Sánchez, por supuesto. Muchos. Imposible nombrarlos a todos. Los estadios se convirtieron en monstruos urbanísticos donde no había espacio para los estacionamientos. Le ocurrió al Azteca mexicano y a muchos en el mundo. Si uno ve una foto aérea, notará que no hay manera de estacionar un auto, miles mucho menos. El Bernabéu tiene una ventaja. Al pie, a solo atravesar la calle está el Metro, y es el transporte que utilizan todos los madrileños cuando van a ese estadio. Pues ahora la directiva y el Ayuntamiento de Madrid llegaron a un acuerdo, hace dos años lo habían hecho para crear un aparcamiento, pero no se hizo realidad. Van a permutar tierras de otro lado con valor de 13 millones de euros, con la condición de que la autoridad les dé espacio para construir un hotel y un centro comercial, en una operación urbanística donde todos saldrán ganando. Porque a la salida de los juegos, solo hay bares de copas y unos tendajones donde te venden todos los suvenires del glorioso equipo. Va a ser interesante terminando un juego pasarse al Centro Comercial, hospedarse en el hotel no, porque los mexicanos al grito de guerra, como yo mero, preferimos el Liabeny de la Calle Salud 3 en Plaza Sol, donde está el Kilómetro Cero y una tienda de El Corte Inglés y La Gran Vía a dos cuadras, y todo ese resplandor nocturno. Además, el Liabeny tiene el mejor Concierge del mundo, el gran Pedro, que te consigue boletos para el Real Madrid en fila sexta y los mejores restaurantes de la ciudad. Alguna vez me recomendó y fui al L Hardy (calle carrera de San Jerónimo nº 8. Abierto en el año 1839 por su fundador el francés Emilio Huguenin Lhardy. Es considerado uno de los primeros y más antiguos restaurantes de Madrid), que tiene ciento y pico de años de dar servicio, meseros con librea, muy caché pero sobre todo muy rico. Tiene una puerta de caoba antillana del exterior del restaurante, realizada por el decorador Rafael Guerrero en 1884. Hay una tienda, a su entrada, donde se puede apreciar el samovar (recipiente de origen ruso que se utiliza para hacer té, en el que se hierve el agua y se conserva caliente: el samovar consta de un tubo interior en el que se pone carbón) y el espejo isabelino del fondo. Se va uno caminando de Plaza Sol, está a dos cuadras. Larga vida al Bernabéu. Entre Real Madrid y El Barcelona tienen entretenidos a los españoles y al mundo. Con esa magia de juego, muy propia de ellos. Muy acojonados, como diría un gachupa, como lo demostraron en el juego de Copa del Rey. Qué para eso son grandes.

VIENTO A FAVOR

Eliseo Alberto es un escritor cubano. Por desgracia fallecido en 2011. Para entender un mucho la Cuba de sus amores, había que leerlo. Era columnista semanal de un diario capitalino y uno de los mejores de esa elite de grandes escritores. Era un poco como aquel critico implacable del régimen cubano, Guillermo Cabrera Infante, quien un día dejó Cuba y nunca regresó. El autor de Tres Tristes Tigres. En ese exilio que mata y que a veces las horas del reloj enloquecen, sobre todo cuando se está tan cerca y a la vez tan lejos. O de Miami o de México. De aquellos, las famosas 90 millas donde por las noches huele a Cuba y ese aire impone nostalgia. Quienes hemos estado en La Habana comprendemos el amor de México y Cuba, como rezan sus cantores, lo mismo Beny Moré que Celia Cruz y los grandes soneros. ‘No hay que olvidar que México y la Habana son dos ciudades que son como hermanas, para reír y cantar”. Hay tantas historias que se cuentan de pescadores que en los botes arriesgaron la vida para buscar la libertad. Esa libertad de la que no gozan, aunque sean brillantes en los deportes y en la medicina muy limitada y en los cantos soneros. Algún día vendrá un nuevo amanecer para Cuba. Toqué el tema de Eliseo Alberto porque me hice de un libro suyo, Viento a favor, las crónicas periodistas con que nos deleitó antes de morir ‘rajado por la mitad’, como solía decir de él mismo al compartir las dos nacionalidades: cubano y mexicano. Que eso debe ser picante y sabroso. Compren el libro cuando puedan y deléitense, como lo hago ahora mismo, con historias del exilio, el cómo deslumbraron al mundo aquellos genios de la Tremenda Corte, la radionovela más exitosa de habla hispana, que aún resuenan Nananina y Rudecindo Caldeiro y Escobiña y José Candelario Tres Patines. Cuenta Eliseo: “No hay taxista o mesero de restaurante o enfermera o vendedor de tamales o tragafuegos o policía de tránsito que, al detectar ni acento habanero, no intente imitar las voces de esos queridos personajes, sólo conocidos por las muy frecuentes emisiones radiales de La Tremenda Corte. Siempre sentencian: ¡A la reja!”. Amigo de Gabriel García Márquez, amistad que se perdió por el barbudo Fidel, hijo del poeta Eliseo Diego, fallecido en julio de 2011 en hospital mexicano por una operación de trasplante de riñón, Eliseo pasa a formar parte de los grandes novelistas cubanos, de los inmortales, de aquellos que no regresaron vivos a su tierra pero que sus cenizas se esparcieron por ese suelo amado llamado Cuba. Buen libro.

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