Todas las mañanas en la Sala de la Tesorería de Palacio Nacional, ahora convertida en templo, el presidente López Obrador pronuncia sermones, sin apoyo de ningún texto, a la manera que lo hacen los pastores de las iglesias evangélicas, que son distintos a los de las iglesias protestantes de la Reforma.
En ocasiones en su predicción hace referencia a Jesús y la Biblia, pero en la mayoría de las veces el fundamento de sus sermones es su muy personal concepción moral que está, él lo ha dicho en diversas ocasiones, por encima de la ley.
A las tareas de predicador, que han sido analizadas por periodistas y comentólogos, eso lo haré en otra ocasión, el presidente ahora añade las funciones de inquisidor del nuevo Tribunal de la Santa Inquisición, recientemente instalado.
En el mismo espacio donde todas las mañanas predica y en el mismo púlpito ahora, en su carácter de inquisidor, a la manera del dominico Tomás de Torquemada (1420-1498), primer inquisidor general de España (1483-1498), juzga y condena a quienes no piensan como él.
El presidente con base en acusaciones claramente falsas acusa y descalifica, desde el púlpito, a funcionarios de gobiernos anteriores que se comportaron con apego a la ley, pero que cometieron el gravísimo pecado de no actuar de acuerdo a la moral del presidente.
Pero no son sólo funcionarios públicos sino también académicos, periodistas, dirigentes de organizaciones de la sociedad civil y líderes sociales que son acusados y juzgados por el presidente sólo por tener otra posición y no pensar como él. Eso provoca de inmediato el anathema sit.
El presidente desde su propia moral, no a partir de la ley, juzga y condena a todos los que no están de acuerdo con lo que piensa. Su muy particular moral es la medida de todas las cosas.
La Constitución, expresión del pacto social, y las leyes reglamentarias que de ella se derivan quedan relegadas. La nueva norma es la moral del presidente. No hay más.
Así, es algo inédito, estamos en presencia de una nova y vera doctrina, la única válida, como también lo hacía Torquemada en tiempos de la Inquisición, desde donde se juzga y condena a los demás.
Para Torquemada la supuesta superioridad moral de la Iglesia y el pensamiento que ella proponía, que era el único válido, justificaban las acciones en contra de los herejes, que podían terminar en el quemadero.
Ahora de la misma manera el presidente se siente con derecho, desde su supuesta superioridad moral y su forma de pensar, a insultar y descalificar a todos los que no piensan como él, pero también, y eso es mucho más grave, los juzga y condena.
Por la vía de los hechos con el nuevo gobierno se ha restablecido el Tribunal de la Inquisición que tiene como su inquisidor principal, pero no único, al presidente de la República. No son buenos tiempos para el país.
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El Economista.