La vida transcurre en la normalidad con sus rutinas. Cada día uno sale a la calle y cumple su jornada, en lo que sea. Se vuelve ordinaria y lineal como regla. En la excepción hay sobresaltos y sorpresas, con cambios incluidos. Se puede caer en la monotonía dependiendo de edad y cultura. La vida también se vuelve burocrática si solo nos repetimos, sin innovar. Somos lo que determina la condición humana, con el matiz de la Educación y la calidad de cada quien. No se es bueno o malo para siempre. La gente cambia para bien o para mal. No es sencillo mantener una línea infinita de conducta; quien lo logra, es sabio y más feliz que todos. Nadie es más importante que otros. Somos comunidad y, por tanto, ínteractuamos y nos aceptamos tal como somos. Nos falta más involucramiento sostenido en la vida pública. No se puede pretender ser bueno desde la soledad, sin hacer contraste con los demás.
Tanto se habla de que estamos ante ciertos momentos especiales que, cuando en realidad se presentan, no los descubrimos o no les damos el valor que tienen. En algún sentido los devaluamos al tomarlos sin filtros y depuración. Se suele afirmar que un acto es especial cuando se presenta envuelto en cierta novedad o cuando queremos darle mayor relevancia. Pero es obvio que pocas veces uno se encuentra ante situaciones excepcionales, verdaderamente importantes, que impliquen detener la marcha y destacarlos con empeño individual. Cuando sí ocurre hay que evitar la sensibilidad a flor de piel porque puede reaccionarse desproporcionadamente y hacer algo extraordinario de actos medianamente especiales. Es cuestión de atención, experiencia y valoración objetiva. Quedarse con lo singular y ocasional, actuar correctamente, distinguiendo los niveles de importancia de los hechos.
Sin duda existen los momentos definitorios, cuando hay que tomar decisiones, con tiempo o no, con calma o no, con criterios claros o no. Pueden ocurrir más allá de la voluntad, actitud y cálculos de los actores. Pueden poner a prueba un momento, objetivos y estabilidad. Si hay riesgos reales de fracasar, es importante; si se asoma la incertidumbre, es real; si conforma un momento estirado en lapsos más largos, es de verdad. En ese escenario se debe actuar sin recelo, de frente y con toda la actitud. Estamos ante un momento definitorio en el sentido de que es especial y no deja margen temporalmente para evadirse. Esa coyuntura nos define, nos pone ante el espejo y muestra nuestro mejor rostro, el de los momentos extraordinarios. Es una prueba para saber y demostrarnos que somos aptos, tenemos la actitud y entramos en los círculos de la confianza.
Algo similar ocurre conmigo ahora que soy testigo y relativamente actor de un conflicto. Se trata de la autoridad educativa local, donde se desconocen las leyes y se procede abusivamente. No tengo alternativa a pesar de que prefiero, por mucho, alejarme del protagonismo y los reflectores. Insisto, es la coyuntura actual la que marca nuestra ruta. Es un momento definitorio en el que cumples con un deber. Los retos excepcionales pueden ser jornadas de mayor tiempo. Tienen que ver con retos fuertes que están ante nuestros ojos. Cruzarse de brazos baja el nivel humano y nos coloca fuera del compromiso. En esa línea lo importante es dejar testimonio y dar seguimientos. Todo se puede perder menos la dignidad, parte principal de nuestra personalidad y motor de movilización. Se requiere ser exigentes con los funcionarios, hacerles ver que tienen responsabilidades que cumplir, que no hacen favores; que si no cumplen pueden ser despedidos. El caso es que cuando haya que tomar partido, optar por los extremos y asumir responsabilidades mayores, no vacilemos y seamos congruentes con nuestra forma de pensar y ser.
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