La gente votó en México, por cambios y, aún sin mucha claridad, los quiere rápidos y profundos. Finalmente en la elección presidencial del año pasado culminó un proceso de libertad y democracia de fuerte inspiración transformadora, que viene de los movimientos sindicales de los años sesenta, el simbólico movimiento estudiantil del 68, la irrupción Cardenista del 88, la fallida alternancia Foxista del 2000 y sacudida Obradorista del 2006. Habiendo vivido la alternancia azul y el retorno del PRI con Peña Nieto, la ciudadanía desea una alternativa real y concreta; por ahora se conforma, extasiada, con muestras simbólicas de desmontaje de rituales del poder. Después vendrán las comparaciones mayores, por el momento el saldo es ampliamente favorable para Lopez Obrador, quien ha visto aumentar su popularidad con un lenguaje sencillo y comprensible para la inmensa mayoría de la sociedad. No deben perderse de vista los motivos que dan sentido a la coyuntura actual. Dado el deterioro nacional en todos los ámbitos y su efecto en las elecciones presidenciales recientes que llevó al poder a quien había venido intentándolo con firmeza, así como volvió fuerza hegemónica a su partido Morena, ahora estamos ante una nueva realidad política que es, al mismo tiempo, una oportunidad histórica de transformar a nuestro país en una realidad mucho mejor en todos los órdenes. Ese es el punto de partida.

Al cambiar los actores públicos y las reglas de la convivencia social, con una línea de austeridad, honradez, legalidad e incorporación de amplias capas de la población, se ven comportamientos novedosos. Al menos hay otras intenciones. Esos pasos pueden resultar incomprensibles a la luz de los criterios tradicionales, pueden también generar rechazos. Es normal. Algo muere y algo nace. Lo nuevo tarda en tomar forma mientras que lo viejo tarda en morir. Así son los cambios de fondo, sin maquillaje. La inspiración de cambios es clara en los liderazgos claves, donde la coherencia es natural; sin embargo, en los niveles menores resulta algo confusa y contradictoria. El proyecto de regeneración es operado por personas concretas, de carne y hueso, tan humanas como cualquiera y susceptibles de todos los factores que rodean a la naturaleza humana. Del dicho al hecho hay mucho trecho, como reza el refrán. Del papel a la realidad siempre puede haber una distancia significativa.

Todo a debate. Desde el Presidente se alienta la más abierta y masiva deliberación pública. Es un dato nuevo y mayor. Se habla de todo, a todas horas. Ese es un cambio cualitativo. Se incorporan amplias capas sociales a la opinión pública. Hay un un sentido pedagógico y democrático en todo ello. Cuestionar la abundancia de temas que surgen de los discursos y presentaciones de AMLO, es no entender su forma de ser; estamos ante un Presidente fuerte y audaz. El inicio de estas formas novedosas de hacer política y comunicarse con la gente será enredado e impetuoso por algún tiempo; después se tomará con normalidad y servirá mucho para el fortalecimiento del diálogo democrático. La comunicación es de vías múltiples y circular, por tanto brinda oportunidades parejas a todos: Presidente, opositores, analistas, ciudadanos, etc..

Hay riesgos sin duda, no hay recetas para los cambios sociales por mucho que se acuda a las experiencias mundiales. Habrá altibajos y sobresaltos más allá de las buenas intenciones de los conductores y operadores de los cambios. Es normal que se den los alineamientos y las polarizaciones entre los anti y los pros, eso es inevitable. Debe decirse que al correrse a los extremos las posiciones políticas, se sacrifica lucidez, armonía e inteligencia. Hacer un esfuerzo de luz e intermedio es complejo pero indispensable para el diálogo constructivo. Hacerlo desde ahora es lo mejor que le puede pasar a México. Entre las confrontaciones hay que aportar racionalidad, asumiendo que se puede ser omitido o aplastado. Es tarea difícil pero indispensable. No todos tenemos que atrincherarnos. Hay que insistir hasta la eternidad en puentes y espacios de diálogo. Debe impulsarse con vigor la cultura de la tolerancia y ser absolutamente respetuosos con los otros. Desde la Presidencia deben evitarse las descalificaciones. No es juego. Sus seguidores y subordinados pueden creer que eso está bien. Un cambio verdadero será incluyente o terminará en algo falso. La película del autoritarismo ya la vimos por décadas; esa del pensamiento único, el partido aplanadora, las épicas ficticias, la polarización excluyente, etc.. En estos tiempos es otra línea de transformación la que se requiere. Más México y menos facciones, más colectivo y menos culto individual, más diálogo y menos monólogos, más Educación y menos ignorancia, más tecnología y menos primitivismo.

Recadito: cuidemos más a XALAPA, nuestra casa común.

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