Lugar:
Fuente:
Crónica del Poder

Las parábolas de la misericordia. En este día, 31 de marzo de 2019, celebramos el Cuarto Domingo de Cuaresma, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (15, 1-3 11-32) el cual inicia así: “Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: ‘Éste recibe a los pecadores y come con ellos”. En seguida, Lucas presenta tres parábolas: La oveja perdida; La dracma perdida; y El hijo pródigo. Las parábolas de Lucas tratan de la moral personal de los individuos. Con frecuencia son dirigidas a los antagonistas de Jesús, tales como los escribas, los fariseos y los sumos sacerdotes. Las parábolas de la misericordia expresan el amor de Cristo hacia los publicanos y pecadores, en respuesta a las críticas corrosivas de los escribas y fariseos. Jesús revela a Dios en estas parábolas como alguien pletórico de amor que busca lo perdido, que perdona y recrea. Dios es un Padre que a todos ofrece la gracia del perdón y la posibilidad de una existencia nueva; su mayor alegría consiste en ayudar a los que están extraviados o en peligro de perdición: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión” (Lc 15,7).

El hijo pródigo. En esta parábola, también conocida como la parábola del Padre misericordioso, Jesús resalta el amor de Dios Padre que respeta la libertad de sus hijos. Efectivamente, el uso de la libertad que el hijo menor obtuvo de su padre, lo lleva al fracaso personal ya que sólo él es responsable directo de sus opciones. Sin embargo, al derrochar su herencia prueba la soledad, el abandono y el desprecio. Así, toca fondo ante su triste realidad y entra en un proceso de conversión que lo impulsa a regresar a la casa de su padre. El hijo menor representa a los publicanos y pecadores, quienes juntamente con las adúlteras y prostitutas, representan al sector más inmoral del pueblo de Dios. Sin embargo, al ser aceptados con amor y sin recriminaciones por parte de Dios, reconocen su debilidad e indignidad y están más abiertos a la conversión, al cambio de vida, a la entrega total. En cambio, el hijo mayor representa a los fariseos y escribas, quienes orgullosamente se sienten justos y con muchos méritos ante Dios, por lo cual es muy difícil que comprendan la misericordia divina hacia los pecadores, pues consideran a éstos indignos y despreciables.

La misericordia de Dios Padre. Es fácil descubrir en el padre de la parábola a Dios mismo. La descripción de sus actitudes, desde dejar marchar al hijo menor otorgándole su herencia, esperar su retorno mirando todos los días hacia el horizonte, hasta recibirlo con inmensa alegría y devolverle su dignidad de hijo, con una gran fiesta y sin reproches. Esta manera de proceder sólo puede ser de Dios Padre, que tanto ha amado a la humanidad hasta entregarnos a su propio Hijo. La Cuaresma es un tiempo oportuno para reconocer nuestra propia situación personal, para regresar al Padre si nos hemos apartado de su amor y su presencia, o para superar nuestro fariseísmo y nuestra tonta actitud de sentirnos mejores que los demás. La misericordia y la paciencia de nuestro Padre Dios son infinitas. Sin embargo, mientras más rápido reconozcamos nuestra situación de pecado, más pronto podremos dar frutos de conversión, de humildad y de amor.

La tragedia de un Padre. Se trata de un padre que, a pesar de su amor increíble por sus hijos, no logra construir una familia unida. La actuación del hijo menor es imperdonable ya que pide su herencia y abandona la casa paterna. Tras su experiencia de pecado retorna a la casa paterna destruido por el hambre y la humillación. El padre lo recibe sin reclamos, lo perdona y le restituye su dignidad de hijo. El hijo mayor es un hombre de vida correcta y ordenada, pero de un corazón duro y resentido. Humilla públicamente a su padre, intenta destruir a su hermano y se excluye de la fiesta. El padre anhela ver a sus dos hijos sentados a la misma mesa en un banquete festivo, sin enfrentamientos, sin odios y sin condenas. Este es el mismo deseo de Dios y de Santa María de Guadalupe para todos los habitantes de nuestra patria mexicana, dañada por la discordia y la inseguridad.

+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa

Foto de encontacto.mx