*“Si me amas me pruebas y me lo sostienes”. Camelot.

CADA QUE TE VEO PALPITO

Los diarios nacionales y hasta los muy prestigiados de España, como el diario El País, rindieron homenaje póstumo, un responso a la memoria y vida de Lourdes Ruiz, tepiteña, mujer conocida como La Reina del Albur. Qué para echar un albur se necesita, una poca de gracia y otra cosita, y ella, dicen quienes la conocieron, hacía gala de los albures, esos albures finos que no caen en lo corriente. Como vengo de una tierra de Dios, Tierra Blanca, en la Cuenca del Papaloapan, donde el albur es la comida del día, rememoro un escrito del gran Mariano Martínez Franco, (QEPD), colega y uno de los mayores poetas decimeros de ese planeta, colaborador hasta su muerte del diario Crónica Tierra Blanca, que habló de la Anatomía, así:

“Dios al hombre lo formó / Le puso partes valiosas / Sin embargo en ciertas cosas / al darle cuerpo falló. Los huesos los colocó / por toda su anatomía: el hueso de la rodía / el del cráneo, el del pescuezo… ¡Pero no le puso hueso / donde más falta le hacía!”.

(Dime tú qué piensas de eso. Yo creo que está bien ansina).

LOS DOS REPORTAJES

Uno de ellos lo escribió Humberto Díaz Navarrete, autor en Milenio de Crónicas Urbanas. Dijo así de esa reina del albur:

“Lourdes Ruiz, La Reina del Albur, era famosa por su carisma, siempre sonriente, con su inseparable mandil, símbolo de trabajo cotidiano, el cigarro en los labios, y en cualquier descuido te dejaba caer un albur con ese hablar de barrio, pues sabía que el suyo, Tepito, es sinónimo de chamba, talacha y bulla desde el amanecer hasta morir el día. Es llorada por la gente del barrio y sus amigos de otras colonias. Los recuerdos giran por la memoria de conocidos de esta mujer, integrante de un grupo denominado “Las 7 cabronas de Tepito”, que inició en el comercio a los 8 años de edad, cuando su padre le regaló unos pesos, hasta tener su propio negocio en el que vendía ropa de niños. Uno de sus albures más conocidos lleva el nombre de un libro: Cada vez que te veo palpito. Así era ella, Lourdes Ruiz, entrevistada por todo el mundo y conocida por gente que vio y escuchó su nombre rolar en los medios informativos, y no solo impartió cursos sobre albur, sino que inauguró un diplomado sobre ese subgénero que renació en el barrio. La medianoche de ayer se supo de su muerte y algunos llegaron a su casa de la colonia Morelos, mientras otros asistieron a la funeraria García López, de la colonia Juárez, hasta donde la siguió una amiga de la infancia, Marcela Torres Romo, los ojos rojos de tanto llorar, quien suspira y solloza. —Se fue, se fue una de “Las 7 cabronas de Tepito” —exhala después de reprimir la respiración—, se fue la alburera más chingona que tuvimos y que hereda una cultura, ¿no?, al barrio. Era tan chingona, tan chingona, que se fue así —roza los dedos pulgar y de en medio—, sin darnos chance de nada; a todos nos agarró en curva; todos estábamos en chinga, trabajando, como buenos tepiteños que somos”.

Le digo: estaba yo desayunando y me dice: quiúbole, bizcocho; le digo: “quiúbole, cabrona”. Y me dijo: “¿Ya te lo ganaste?” Y le digo: “Ahuevo, porque obrero que no come, obrero que no rinde”. Y me dice: “Sácate a la chingada”. Y le digo: “No mames”. Es que —trata de disculparse, quien vive en la Cerrada de Matamoros— algunas así hablamos en Tepito… Alguien escribió en las redes sociales: “¿Ya se va, señora Lourdes?”. Ella contesta: “Sí, ya me voy, voy a alburear a Dios”.

EL PAIS Y LOURDES

“De sonrisa franca y ágil con la palabra, la comerciante de Tepito siempre mostró recelo a revelar su edad, ante esta pregunta solía contestar con un albur: «Tengo cuarta y todavía pico». El reinado de Lourdes Ruiz comenzó en 1997, año en que ganó el concurso de albures Trompos contra Pirinolas, organizado en la capital del país. Esta victoria fue el primer paso de una trayectoria de más de 20 años combinando el ingenio, el humor, el sexo y la picardía mexicana. Enferma de cáncer desde la niñez, según contaba sin querer entrar en detalles, la risa fue su principal medicina. En una entrevista con EL PAÍS el año pasado la también comerciante de ropa reconoció los altos y los bajos de su salud. “El cáncer no se cura, ni aquí, ni en China, ni en ninguna parte del mundo, pero la sustancia que emana la sonrisa nos hace resistentes al cáncer”, declaró entonces.

Su abuela fue su mejor maestra de albures y Tepito fue la cuna que la llevó a dominar los laberintos del lenguaje y el doble sentido: «Cuando tú vas de subida, el otro ya se vino de bajada; qué pasitos tan cortos, te imaginas cómo están los largos; qué sientes cuando me voy, qué emoción cuando me vengo yo», son algunas de las frases con las que hizo gala de su creatividad. En un barrio donde imperan las noticias de violencia y contrabando ella era un orgullo para los comerciantes de Tepito. Todos sabían dónde estaba su puesto de ropa, bastaba con permanecer en silencio a escasos metros de su lugar para empezar a escuchar su tradicional pregón: «¿Qué talla jefa, qué talla?». Sus ingeniosas frases eran razón de alegría entre los clientes y sus compañeros.

EL FIN Y EL HAMBRE

Y como ya da hambre, al cerrar este artículo me remito al gran Constantino Blanco Ruiz (Tío Costilla): “Ando mal del apetito, es muy poco lo que como, me sobo bastante el lomo pues mi trabajo es durito. Me bajé en Arbolillo, a echarme una campechana. No me quedé con la gana, de un torito de limón, pa’ hacer buena digestión, y comí con precauciones, ocho docenas de ostiones y un kilo de camarón”. Venga.

www.gilbertohaazdiez.com