Estos días, en torno a Semana Santa, el que esto escribe experimenta profundas reflexiones acerca de la vida de Jesús. No les llamó meditaciones porque no lo son, pero pienso mucho en Jesucristo, del que, además de hijo, Dios y él eran uno mismo (“Yo y el Padre somos una sola cosa”, Jn. 10, 30).
Me asaltan certezas, dudas, preguntas… Es que, aunque no quiera, me cuesta trabajo despojarme de mi formación como pensador de la política como ciencia para dar paso al culto. Lo que se llama secularización. Es un debate muy viejo –esas dudas que me asaltan-, prácticamente desde que comenzó la era cristiana. El ser o no ser del cristianismo. ¿La ciencia incompatible con la fe?
Pero a su vez yo estoy metido en un profundo dilema en el que está de por medio mi madre y buena parte de mis mayores, en donde la fe y la devoción no está a discusión. Y aunque estoy cierto de que Dios es una creación del hombre (“Dios no nos ha creado a nosotros: los humanos hemos creado a Dios”, Ginés Morata, genetista español, El País, 25 de abril de 2019), al mismo tiempo no puedo negar a Dios porque sería tanto como traicionar a mi madre y a su devoción inquebrantable.
Cómo he podido conciliar entre estas dos posturas, pues he tratado de ver el mundo y las cosas de los hombres a través de dos ventanas, dos planos distintos pero no necesariamente opuestos que no se sobreponen el uno sobre el otro. Más allá de lo estrictamente religioso-espiritual, veo en el cristianismo una fuerza que ha sido capaz de inspirar algunas de las más hermosas manifestaciones del arte humano. Desde la arquitectura (centros ceremoniales, iglesias, templos, etc.), la pintura, la música e inclusive la teología como el estudio de Dios como objeto, principio y fin.
No me gusta entrar en contradicciones por una u otra visión. Las mantengo separadas en la mente y obra. Una no eclipsa a la otra. Tengo claro el mundo religioso sin ser esencialmente religioso ni practicante de la religión católica cristiana y, por el otro, soy consciente del mundo del César y la ciencia como la disciplina del saber que se ocupa de los procesos que explican al universo desde las reglas de la física: el espacio interestelar, la composición de la materia y el origen y la evolución de los seres vivos, incluyendo los seres humanos.
Por eso no entré en conflicto cuando hace unos días se reveló al mundo una increíble imagen de un agujero negro situado a 55 millones de años luz de nuestro planeta, y recordé una cita de Stephen Hawking su obra ‘Agujeros negros y pequeños universos’: “Todo lo que mi obra ha demostrado es que no se debe decir que el modo con el cual el universo ha tenido un inicio sea un capricho personal de Dios, sin embargo permanece todavía la pregunta: ¿por qué vale la pena que exista el universo? Si crees, puedes decir que Dios sea la respuesta a esta pregunta”.
gama_300@nullhotmail.com
@marcogonzalezga