Fui a mi tierra el fin de semana y he aprovechado el viaje para visitar a mi madre en el nicho de mi familia en el área de criptas de una iglesia del pueblo –ahí está la gran Rosa Gama escoltada por tres hermanos: Octavio, Carlos e Isabel-, al tiempo que fui al panteón municipal a hacer lo mismo con la tumba en la que reposa mi padre que goza del descanso eterno junto a su progenitora, mi abuela materna. Ahí están los dos solos gozando del descanso eterno.

 

En otro lote está toda la familia de mi madre, son muchos los antecesores y parientes en distinto grado los que reposan en ese espacio. Materialmente ya no cabe un alfiler, y es que mi familia materna es enorme. Muchas hermanas y hermanos de mi abuela, tías y tíos, primos, sobrinas, son muchos que reposan haciéndose compañía mutuamente. Qué bueno.

 

Y miren, no los quiero envolver con mis acostumbradas historias intimistas, pero el regreso al terruño ha sido el pretexto que me ha llevado a reflexionar sobre algo que, me parece, va a ser imposible evitar. Me explico, a ver si comparten conmigo esta reflexión.

 

La generación a la que pertenezco, a saber la conocida como ‘Baby Boomers’ (el término viene de Baby Boom, expansión de la natalidad-crecimiento demográfico), somos el bloque social que nacimos entre 1946 y 1964, es decir, nuestras edades se mueven en el rango de los 73 a los 54 años. Posterior a la nuestra vienen tres generaciones: la X que nacieron entre 1965 y 1979, la Millenial que va de 1980 a 1999 y la Z de los que nacieron a partir del año 2000.

 

Bueno, dirá usted, ¿y esto qué significa?, pues significa que fuimos la última que escuchó la radio y escribió sus textos en una máquina de escribir mecánica o eléctrica y a partir de ahí agréguele lo que usted quiera en cuanto a las cosas que nos diferencian y nos distancian a la vez. Y esas diferencias y distancias han modelado un nuevo ser humano en el cada vez va a ser más difícil tener el impulso por asistir a los camposantos y a los templos de culto.

 

Perdóneme por lo que voy a decir, no quiero ser apocalíptico ni hacerle a Nostradamus, pero es posible que cuando rinda culto a la tierra el último de nuestra fila, los que vendrán atrás es difícil que conserven ese muy humano impulso. Los cementerios, creo que tienen los días contados por la distancia, el olvido, la desidia o el desinterés, y los templos para el culto, me parece que el destino que les espera es el de convertirse en una especie museos-galerías a los que las generaciones posteriores a la nuestra van a acudir a admirar una magnificente construcción, un retablo, un órgano barroco, unos vitrales o unas pinturas de ángeles y seres celestiales.

 

Pocos van a ser los que acudan a escuchar misa, pocos van a ser los que van a recurrir al matrimonio religioso y pocos van a ser los que van a refrendar una creencia a través del bautismo y la confirmación, en el caso de los católicos.

 

No sé si esto sea bueno o malo, ni tampoco soy nadie para censurar a nadie. Simplemente me queda la sensación de que es algo lo más parecido al fin de la historia.

 

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@marcogonzalezga