La elección del año pasado que encumbró a Morena y aliados dejó como directos damnificados a los partidos políticos restantes. Los colocó, a excepción del PAN, en una situación precaria y casi marginal. Es evidente que todavía no se les ven signos importantes de recuperación, ni siquiera que tengan claro lo que pasó y las causas de lo que les ocurrió. Envueltos en el confort de la política tradicional, de privilegios y cúpulas, caminan desorientados en un inercia contestaría. Son impresionante las similitudes de lo que ocurre ahora con el sistema de partidos en los ochentas, con cambios de actores y expectativas en doble sentido: negativo y positivo. Habrá que pasar las elecciones locales de este año, como momento clave y sereno de balance, para que se vea el color de sus reflexiones, estrategias y voluntad de transformación democrática.
El PRI va a su elección de dirigencia nacional, mientras que ya resolvió sin mayores sobresaltos su comité local. El PAN eligió rápido su presidencia nacional y tiene un litigio en la dirigencia local. El PRD optó a nivel nacional por una presidencia colegiada y ha pospuesto su definición estatal. MC, un partido emergente, procesó bien sus mandos nacionales y no se sabe lo que haga en lo local. No desaparecieron, pero perdieron mucha presencia. Algunos de ellos tienen gubernaturas, son mayoría en ayuntamientos, cuentan con diputados locales y juegan un papel más o menos relevante en San Lazaro y en el Senado. Además siguen disponiendo de jugosas prerrogativas. Lo más importante son las definiciones estratégicas que tomen para los dos siguientes años.
No hay democracia sin partidos políticos, eso no se debe festinar. Esos oscuros tiempos los vivimos para mal con el PRI en calidad de partido de Estado, primero, y luego como hegemónico. Había un partido aplanadora, partidos satélites y un aposición marginal. Hay que hacer un titánico esfuerzo de memoria y reivindicar el pluralismo y las reglas básicas de la democracia. No es sano el fenómeno de la cargada en torno a Morena, más bien es fuente de oportunismo, atraso y corrupción. Quien lo vea con optimismo está en un grave error. Morena no debe ser partido de Estado ni la secretaría electoral del gobierno como lo fue el PRI.
Es muy importante para la democracia mexicana que se reconstruya el sistema de partidos políticos. En tanto somos una sociedad plural se requieren partidos distintos, que representen visiones e intereses de la ciudadanía. Tendrán que empezar por tener liderazgos reales y fuertes, militancia auténtica, vida institucional y democrática, así como propuestas y estrategias que signifiquen algo para la gente. Es vital que prescindan del rollo, la pose, la manipulación, él despenseo, la simulación y las incoherencias en general. Son o no son, tienen un color o no, portan ideas o no, cuentan con convicciones o no, hacen política para servir o no.
Morena tiene grandes retos, al ganar el poder político, como sigla de plataforma de AMLO, asume grandes responsabilidades y corre abismales riesgos. Puede o no ser un partido orgánico, con vida institucional y regias democracias; puede o no quedarse como un movimiento amorfo y sin reglas; puede o no ser únicamente el mecanismo electoral del gobierno; puede o no ser un partido de Estado y caer en la tentación autoritaria de avasallar. Ya se verán su talento y convicción al respecto. En una línea innovadora está la propuesta de Alejandro Rojas, aspirante a la dirigencia de ese partido, en el sentido de que los funcionarios que manejen programas sociales se separen de sus puestos con mucha anticipación si aspiran a cargos de elección popular. Ese tipo de planteamientos los pueden hacer distintos de verdad y no caer en los vicios anacrónicos de la política mexicana.
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