Ahí tienen ustedes que un punto se enamoró apasionadamente de una coma, de lánguida mirada, sensitiva, tierna y de formas estupendas. Aquella pasión profunda rebasaba la morfosintaxis de los argumentos. Un día, la encontró al final de una jornada. ¿Eres casada?, le dijo el punto a su amada. No, respondió la zagala, no soy casada, por eso soy la ¡admiración! de este argumento. Y con paso cimbreante la coma se deslizó por el renglón. Como me gusta, para sus adentros, dijo el punto enamorado, me gusta por bonita, por honrada, por discreta y muy callada. Una interrogación que por allí pasaba, se percató de ese amor apasionado, y decidió entrar en escena para formar parte del contexto. En connivencia con sus vecinas, “las comillas”, esperó a tan respetable dama. ¡Qué hermosa luces!, al unísono le espetaron. Gracias, contestó la coma. Hay un joven que te ama con pasión desesperada, dijo la interrogación alborozada. Si, si, apostrofaban “las comillas”, y es soltero, vigoroso y fuerte, es capaz de mucho, de vestirte de blanco, de llevarte al altar para casarse contigo. Yo también lo amo, comentó la coma sin recato, lo amo por valiente, porque es capaz de separar los enunciados y los pensamientos, y colocarse temerario al final de una jornada. Para poderlos unir, la interrogación y “las comillas”, decidieron consultar con los grandes de la lengua castellana: con Cervantes, con Lorca, con Zorrilla, y esperaron con paciencia franciscana. Aquel día, fue un día de fiesta, el galán había conquistado a su amada, juntos constituirían la pareja ideal: el punto y coma (;). Convinieron en casarse sin demora. El padre Asterisco celebró la misa entusiasmado. A la boda asistieron las premisas y los argumentos. Los códigos fueron respetados, pues las oraciones se vistieron con recato y las proposiciones hicieron derroche de razonamientos. El matrimonio punto y coma estableció su lugar conyugal en la cuartilla marcada con el número nueve de la Calle del Paréntesis, desde donde hacían una vida social con distinguidas familias como los Sintagmas y los Lexemas de la rancia nobleza de la Roma milenaria. Y en aquel nido de amor, y después de construcciones estructurales, procrearon triates, y les pusieron por nombre: puntos suspensivos (…). Todo era felicidad, hasta que apareció el guión, joven esbelto de acendrado linaje, pero de escasos escrúpulos. La coma empezó a ver defectos en el punto: que si estaba muy gordo, que si roncaba, que si andaba con otras. En fin, ambos se ofendían con expresiones metalingüísticas de difícil traducción. Hasta que, en un paroxismo de tipo endocéntrico, llevaron sus diferencias ante el sustantivo, juez de paz y paradigma de los núcleos familiares. El punto argumentaba ser el objeto directo del desamor de su amada. Por su parte la coma acusaba al punto de liviandad. El juez, ante la irreconciliación de los cónyuges, y después de un estudio analítico, falló a favor de la coma, concediéndole la patria potestad de los hijos. Y cuentan que el punto, enfermo y decepcionado, emigró al país de Los Morfemas. Hace cuarenta y dos años, aproximadamente, Antonio Larios Pastrana, maestro por los cuatro costados, construyó esta obra literaria: El Famoso Matrimonio Punto y Coma. El maestro Antonio Larios Pastrana, tuvo la intención, de mostrar en forma clara y didáctica, las reglas gramaticales del idioma castellano y las funciones de los signos de puntuación hoy vapuleados con irreverencia. Quizás la distorsión actual del idioma obedece a que se escribe más rápido de lo que se piensa. Bien vale la pena leer el presente artículo para rescatar este trozo literario de enseñanza sustancial, por cuyo texto parecieran no haber pasado las hojas del calendario. Pido perdón al autor por omitir palabras y algunos enunciados con el fin de ajustar espacios. Gracias Zazil. Doy fe.