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Efe

Para los pobladores de Apicpac, en el estado mexicano de Chiapas, el nivel del agua del embalse de la Presa Malpaso ha bajado como nunca antes, lo que permite apreciar el antiguo Convento de Santiago Apóstol, estructura barroca del siglo XVI sumergida desde 1966.

Lo que mejor se observa es la fachada, que se conserva aun cuando ha pasado décadas bajo el agua.

Antonio González Hernández recuerda pensativo que hace 59 años el mundo se vino abajo para los habitantes del pueblo de Quechula con la noticia de que ahí se construiría una de las hidroeléctricas más grandes del país, la central Nezahualcóyolt, mejor conocida como Presa Malpaso, cuya construcción terminó en 1966.

Hoy son sólo tristes recuerdos para los habitantes, como triste fue el momento en que tuvieron que dejarlo todo en contra de su voluntad. Foto: EFE

Los pobladores fueron obligados a dejar la tierra que los vio nacer a ellos y a sus ancestros, y a reubicarse en otro lugar fuera del alcance de las aguas.

Fue así como Quechula -llamado así porque según los habitantes el conquistador español Hernán Cortés encontró allí una joven muy bonita y exclamó “¡Qué chula mujer!”- desapareció por completo.

El único vestigio que da cuenta de la existencia del pueblo es el Convento de Santiago Apóstol, un monumento histórico de la época colonial de estilo barroco, que se resiste a caer en su totalidad a pesar del azote de las fuertes corrientes y de los temblores que se registran en esta región del sureste de México.

Con el terremoto del 7 de septiembre de 2017 tres de sus paredes de 50 centímetros de grosor se vinieron abajo y otras quedaron cuarteadas.

Hoy son sólo tristes recuerdos para los habitantes, como triste fue el momento en que tuvieron que dejarlo todo en contra de su voluntad.

Uno de ellos es Saúl Pérez, un rico hacendado que se resistió a salir del lugar y que según dijo “Yo de aquí no me voy”. Pero cuando el agua llegó a sus pies se vio obligado a salir de su rancho y dejar toda su riqueza, que según dice había tres grandes tinas llenas de oro que todavía están sepultadas bajo toneladas de arena a orillas del embalse.

Quechula llegó a ser un poblado grande, incluso municipio, y fue un bastión de la evangelización española de las comunidades indígenas zoques de la ribera del Grijalva en el siglo XVI. Foto: EFE

González Hernández señala a Efe que el antiguo convento, conocido como “la ruina”, sólo se ve en temporada de estiaje, de febrero a mayo, y se vuelve a esconder bajo el agua en la época de lluvias de junio a diciembre.

Asegura que además que el lago artificial se está secando porque van a limpiar las turbinas de la central de Malpaso, y que el nivel de las aguas ha bajado 60 metros.

El hombre coloca sus manos en la cabeza y manifiesta que entre las personas que abandonaron Quechula también resultaron afectados los grandes hacendados que tenían cientos de hectáreas de cultivos de cacao y café, ya que estas tierras son de las más productivas por ubicarse cerca del río Grijalva, en cuyo cauce se erigió la presa.

“Hoy ya no se dedican a ese trabajo; se dedican a la acuacultura, el 60 por ciento de la población que vive a orillas del agua y los otros rancheros y ganaderos”, sostiene.

Quechula llegó a ser un poblado grande, incluso municipio, y fue un bastión de la evangelización española de las comunidades indígenas zoques de la ribera del Grijalva en el siglo XVI.

La Presa Malpaso trajo tristeza y desolación. Al verse sin tierras que les dieran de comer para poder mantener a sus familias muchas personas cambiaron el campo por la pesca mientras otras, más invadidas por la tristeza por haber perdido su hogar y sus tierras, se fueron lejos para tratar de olvidar.

“Todos conocemos la historia de Quechula, donde anteriormente pasaban los arrieros que pasaban a Villahermosa, a Ocozocoutla, llevando y trayendo mercancía. Pero cuando se construyó la presa subió el agua”, refiere González Hernández.

La sequía también ha afectado a los lancheros que se dedican a la pesca. “Las jaulas han quedado secas, al paso de las lanchas han salido muchos troncos que han golpeado los motores”, expresa Osiel Álvarez Hernández, un joven que ha vivido toda su vida a orillas del río.

“Ha bajado mucho el nivel del agua; ha bajado como unos 40 metros de donde estaba. También nos está perjudicando porque el ganado toma agua de la presa y hay ganado que se estanca porque quedó la tierra muy falsa”, indica.

Álvarez Hernández refiere que la gente aún recuerda su lugar de origen y cada vez que baja el nivel de agua del embalse muchas personas vienen de lejos a ver las ruinas. “Ya se están cayendo los pedazos. Hace cinco años estaba entera (la estructura); todavía estaba el campanario en mejores condiciones”, señala.

Esta es la historia de Quechula, cuyos pobladores que se vieron obligados a irse siguen viviendo en la pobreza, al igual que el resto de las localidades que rodean la Presa Malpaso.

Quechula es hoy un lugar con potencial turístico aún no explotado, aunque cada año llegan visitantes a tomar fotografías de la región, de las aguas, de los árboles que emergen de la superficie y de las impresionantes parvadas de patos y garzas que habitan la zona.