El pasado día domingo hubo elecciones en cinco Entidades de nuestro país. En términos generales los resultados confirmaron las tendencias conocidas, resaltando las alternancias en Baja California y Puebla, donde obtuvieron la mayoría los candidatos de Morena. El balance general está en curso, se habla de ascensos y descensos, de reacomodos partidistas y de las expectativas que tienen las fuerzas políticas. Había mucha curiosidad sobre estos procesos electorales por tratarse de las primeras elecciones del nuevo sexenio; se especulaba sobre la incidencia de la popularidad del Presidente y el alcance de los efectos del arrollador resultado obtenido por su coalición el año pasado.
Se puede observar fácilmente que lo local es el factor determinante, que los resultados dependen más de las figuras del lugar y las estructuras dominantes en cada región. En el caso de las gubernaturas pesó el posicionamiento resultante de la elección federal reciente pero sobre todo el descenso y dispersión del partido (PAN) que gobernaba ambas Entidades. Ahí hubo cierta conexión entre el momento electoral del año pasado y el proceso local reciente; los candidatos opositores ya venían jugando un papel político estelar, incluso en Puebla, con elección extraordinaria, quien resultó mayoritario, Barbosa, había sido candidato en la primera elección.
Los resultados están a la vista, cada quien puede hacer el balance, puede haber triunfalismo o no. No hay reacciones ejemplares de los dirigentes partidistas en el sentido de poner su cargo a disposición para efectos de algún relevo; son liderazgos, es un decir, típicos de la cultura política mexicana, aferrados al puesto y reproduciendo prácticas burocráticas; todos. De Puebla, llama la atención que el PAN tenga más votos que Morena, que el partido blanquiazul sea el más votado en la zona metropolitana y que el candidato triunfante obtenga la mayoría en zonas rurales y con los votos del PT y el VERDE. Es indispensable que los partidos reflexionen sobre esos resultados para tratar de entender a la ciudadanía y ofrecer nuevos y eficaces canales de participación. El problema serio es que los partidos no van más allá de su rol electoral, que se vuelve electorero, de juegos de poder y resultan ajenos a las preocupaciones de la gente.
Una gran sombra cubre los resultados en esas elecciones, un fantasma poderoso las opaca: el abstencionismo. Salvo Durango, en los demás Estados la votación promedió el treinta por ciento, es decir, solo tres de cada diez ciudadanos votaron; a siete no les atrajo sufragar ni les interesó quienes podrían ser sus Gobernantes o Legisladores. Eso es muy grave. No hay culpables en lo individual, la crisis es total. Ese fenómeno cuestiona a la democracia toda, como sistema de representación, y a las estructuras políticas; hace ver irrelevantes a los Partidos que parecen representarse a sí mismos. Es grave porque al no votar el ciudadano no se siente representado y tampoco se hace responsable de nada. Si no votan menos respetarán reglas o se harán cargo de tareas colectivas. Se tiene que asumir lo delicado de esta situación. Es muy grave que quienes gobiernen o nos representen tengan un respaldo tal pequeño, de alguna manera eso pone en juicio su legitimidad y la justificación de su proyecto político.
Llama la atención que el partido en el poder, en niveles hegemónicos, también contribuya a este cuadro abstencionista, que no muestre ser alternativa por sí mismo, sin el arrastre de la gran figura de López Obrador. El panorama es crítico, no hay manera de estar optimistas ante las desoladas urnas vacías. Ese resultado nos muestra los rezagos y precariedad de nuestra democracia. No basta cambiar de siglas y colores. No es suficiente un Presidente popular. Hay que reforzar la conciencia y los valores cívicos, hay que sanear los circuitos de representación política, hay que fortalecer a las instituciones, hacer una sociedad de leyes y crear más y más CIUDADANIA, libre y de derechos.
Recadito: si no van por la izquierda al menos que sean humanistas. Me refiero al Gobierno Estatal.