La tolerancia nunca ha excitado una sola guerra civil, mientras que la intolerancia ha desolado y ha hecho retroceder a los pueblos. José Fernando Ramírez
En nuestro país, no pasa nada, pero pasa todo. Así podría cualquier guía de turistas o cronista nacional, comenzar por narrar la vida orgánica de nuestro pueblo, el cual es una belleza y una calamidad al mismo tiempo. Pareciera que su corazón es conducido por alguien que se autoflagela y sale sonriendo cada vez que realiza dicha dinámica.
En un libro, que no tengo el gusto de recordar, leí que, si alguien viajara en el tiempo y leyera la primera plana de un periódico en 1857, realizando saltos el tiempo a la década de 1930, 1970, 1990, 2000 y el próximo lunes, los problemas públicos en México, seguirían siendo los mismos: impunidad, pobreza, inseguridad y corrupción.
Esto en primera instancia se infiere, porque el gusto el ejercicio público es partidista, es decir, tribal. La teoría de los contrarios permea en la cosmovisión de quienes ejercen la acción pública.
Toda vez, de la lógica de quien no está conmigo está contra mí, y bajo esa recurrencia de postulados, nuestro país se conduce como un país partido, fragmentado, dividido, que no halla el pegamento o un nuevo sincretismo, que nos permita naufragar de manera competitiva o redistributiva en el gran concierto mundial de naciones.
Sirva pues, observar que las poses anquilosadas son de enorme envergadura, ya que problema que llevamos a la arena pública en lugar de talarlo, se magnifica. Por en sexenios anteriores el tema de la seguridad pública se incrustó como parte central de la agenda de gobierno, hoy es una realidad que ha crecido en el orden de 200%.
Bajo ese hilo conductor, actualmente, tenemos como ejemplo, el de la corrupción, el día de hoy (24 de junio) publicó un reporte referente al Índice de Capacidad de Combate a la Corrupción (ICCC), el cual reporta que México se encuentra entre los países latinoamericanos que tienen una menor capacidad para combatir la corrupción, sólo por encima de Venezuela y Guatemala.
Dicho Índice es elaborado por primera vez por Americas Society/Council of the Americas (AS/COA). México obtuvo una calificación de 4.65, en una escala del 1 a 10, donde la máxima calificación significa mayores posibilidades para sacar a la luz, castigar y detener la corrupción.
Mas allá de que la corrupción sea un tópico que estudio, me genera molestias el letargo para controlarla, ya que desde hace 4 años se comenzó a edificar el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA). Se ha evidenciado a través de este reporte que la capacidad para erradicar el dañino fenómeno sigue siendo baja.
No debe perderse de vista al SNA, como un aliado para la 4T, más, cuando la bandera que los condujo al triunfo fue la lucha contra la corrupción. La utilización de este brazo aliado en términos organizacionales serviría para que los anhelos sociales se institucionalicen y den respuesta.
A partir de lo que en algún momento comentó Ortega y Gasset, al mencionar que “Una nación es un plebiscito cotidiano”, es decir, sino se responde más allá de las buenas intenciones, el pueblo cobra.
Ya que el hecho de que la tendencia de muerte, y la corrupción persista, es el síntoma más visible de que el Estado sigue enfermo.
Pese a esa realidad, regresiva y excluyente de la prosperidad, el pueblo mexicano anónimo y verdaderamente popular, resiste, donde habitan hombres al margen de la luz, llenos de heroísmo, que, en condiciones, por lo general difíciles y a menudo terribles, se lanzan a un espacio donde existe un profundo desconocimiento si podrán llevar el sustento sus hogares.
Pero que un así, pese a los problemas que nos aquejan, por el solo hecho de la existencia de su familia, de sus amigos, hacen que en muchos casos florezcan actos de tolerancia y solidaridad, manteniéndola unida y vida.
Es momento de volver a la esperanza y la tolerancia en una realidad, en un bien público. Me gusta pensarme a través de este escrito, como el alfarero de esa fantasía.