Por Ramón Durón Ruíz (†)
Isaac Newton decía: “Lo que sabemos […de Jesús] es una gota, lo que ignoramos […de Él] es un océano”. Para un viejo ignorante de los quehaceres de la vida, como el Filósofo de Güémez, entre las tantas lecciones que Cristo nos legó están cuatro: el amor, la sanidad, la humildad y ser maestro.
El amor tiene el poder de transformar lo grave en sencillo, lo irrealizable en éxito, hace que salgan a flote los dones que la vida tiene para ti y al concebir que es parte sustantiva de tu vida, tu alma queda lista para recibir algo mejor. El principio de la vida gira en torno al amor, que enriquece tu sentido de servicio al prójimo.
Cuando en una actitud de amor ayudas a otros a encontrar la felicidad, por añadidura ésta llega a ti también, porque el amor es la razón más grande para vivir y trascender, su energía se vibra, no se mide, no obedece a ningún modelo físico matemático, te ayuda a dar un salto cuántico en tu evolución espiritual. Lo más importante no es el dinero las propiedades o el poder sino el amor que eres capaz de transmitir.
Es una energía que funciona en círculo y como es circular, no tiene principio ni fin, es tan fuerte, que entre más la das más te llega, más llena tu cuerpo, tu mente, tu alma y tu corazón, es el camino natural de tu sanación, pues no existe en el universo medicina mejor que la generada por la frecuencia altísima de la luz del amor.
“El misterio de la vida y de la muerte se centra en el poder del amor”, Cristo demostró que la fuerza del amor tiene la virtud de transformar la vida en algo excepcional.
De la sanidad, muchas historias relata La Biblia en donde Jesús curó con sólo el toque físico o la palabra. El contacto físico es necesario para el bienestar corporal-psicológico-emocional, pues ahuyenta la soledad, aquieta los miedos, acrecienta la alegría y la paz interior, fortalece la autoestima, da seguridad, protección y sanidad.
La palabra está llena de fuerza y de poder, dicha con humildad y amor, salvas, purificas el cuerpo y el alma, alivias la pesadez del dolor y la enfermedad, regeneras, traes paz, edificas, influyes positivamente en la vida de los demás –y en la tuya–, porque la palabra está llena de sanidad.
Cuando te conectas con el poder de la humildad, se trasluce la pequeñez del ser humano en el tiempo y el universo y con ella, la fragilidad de la salud, tu vida crece, porque tienes la magia de conectarte con una fuerza, con un poder que trasciende las limitaciones del mundo físico y te lleva a dar un salto cuántico en tu evolución espiritual.
Ser humilde te conduce a ser agradecido, ambos caminos liberan tu ego que tanto daña tu ser, te llevan a vivir cada instante con la intensidad del sol. Cuando vives en humildad aprendes que la adversidad te hace crecer, la sabiduría está en reconocer que la vida es un ejercicio de acierto-error, cuando tienes la humildad de tomarlos como punto de partida para tu crecimiento es cuando construyes los cimientos de tu felicidad.
Jesucristo fue un excepcional maestro que con una vida ejemplar llena de bondad y luz, vivió lo que predicaba, haciendo vibrar las almas que toca, enseñándonos con su sabiduría a dominar pensamientos y controlar sentimientos, para armonizar nuestra vida con el universo, educó con el ejemplo, por eso a su alrededor aprendieron los discípulos y nos ilustró en que cada uno tenemos una misión espiritual que nos lleva a trascender la existencia de la vida. Cristo nos enseñó que “cuando el alumno está listo… el maestro llega”.
A propósito de maestro, los mexicanos lo somos en materia del humor, por eso me permito trascribir del ingenio popular, La Oración de San Alejo:
“Milagroso San Alejo,
con gran devoción te pido,
que me quites lo pendejo,
porque esto me trae bien jodido.
Trabajo con la ilusión,
de ser rico antes que viejo,
pero no falta el cabrón,
que me chingue, por pendejo.
Mi familia muy contenta,
gasta un dineral en casa,
y no me había dado cuenta,
que ¡por pendejo eso me pasa!
Uso amuletos confieso,
me hago ‘limpias’, no me quejo,
es muy cierto que progreso,
pero sólo en lo pendejo.
Que tan pendejo me siento,
que al dormir como una roca,
si se me sale algún viento,
¡me levanto a ver quién toca!
Escúchame San Alejo,
esta oración milagrosa,
porque sé que el que es pendejo,
ni siquiera de Dios goza.
Tu bien sabes cuánto lucho,
por sanar de mis complejos,
quiero triunfar como muchos
que nomás se hacen pendejos.”
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