El mito es la realidad, la verdad y la vida, y con nada morirá, sostiene el filósofo ruso Dmitry Merezhkovsky, porque contra el mito nada puede la historia ni la ciencia. Hace 36 años un fan dio vida de tres balazos al mito John Lennon. Al término de una sesión en la que remataba los últimos detalles de la canción Walking on Thin Ice, Lennon cerró su piano preferido en los estudios Record Plant de Manhattan, tomó sus cosas y junto con su esposa Yoko Ono se trasladó a su departamento neoyorquino del edificio Dakota. Antes de entrar, un joven se le acercó y le pidió le autografiara el álbum Double Fantasy, a lo que el ex Beatle accedió gustoso. Se lo regresó con su firma. El joven –de nombre Mark Chapman, se sabría después– sacó una pistola y le disparó cinco veces. Ese 8 de diciembre de 1980 murió asesinado el integrante más destacado del cuarteto de Liverpool. En ocasión de uno de los aniversarios del asesinato de Lennon, la televisión española reportó que el ex beatle quería ser más grande que Elvis, aunque es difícil evaluar si lo ha logrado. Hasta hace unos años, Presley seguía siendo el rey en el terreno comercial, aunque el mensaje, la actitud y la imagen de Lennon parecen más universales, profundas y aceptadas. Según una lista de la revista Forbes, el rey del rock fue desbancado por el rey del pop, Michael Jackson. Aún así, en esa lista macabra de Los muertos que más dinero generan, Lennon alcanzó el séptimo lugar entre los más cotizados en el mercado del showbiz. Más que una estrella del espectáculo, Lennon es ante el mundo un icono de la paz, y su Imagine, la banda sonora de las buenas intenciones. Aunque las ventas de sus discos no sean espectaculares (la mitad que el otro beatle desaparecido, George Harrison), sus fans lo han elegido como el mayor icono del rock de todos los tiempos en una encuesta de la prestigiosa revista musical británica Q. En otra votación, Lennon aparece como el séptimo personaje más importante de Gran Bretaña, por delante de Newton y Shakespeare. Yoko Ono, su viuda, ha hecho una bandera del mito para hacerlo más universal. Actualizar y dignificar el mito, un proceso que a veces colisiona con los imperativos comerciales, es la gran preocupación de Yoko, quien, como comenta la prensa británica, “está más preocupada ahora por la obra de John que cuando estaba vivo”. No en vano maneja un patrimonio de más de mil millones de euros. Lennon es sinónimo de rock, pero el hecho de haber sido asesinado joven, creó el mito colectivo del pacifista abatido por la violencia que combatió. Más de tres décadas de antologías, reediciones, documentales, exposiciones, subastas, éxtasis pacifistas y hasta un musical en Broadway han transformado a la estrella recluida que era Lennon en sus últimos años en una especie de Dalai Lama del rock. A Pete Nash, presidente del club de fans de los Beatles en Gran Bretaña, no le gusta demasiado ese nuevo Lennon, pero se muestra condescendiente: “No me gusta que sólo se identifique a John con Imagine y la habitación blanca (donde aparece desnudo junto con Ono sobre una cama). Para mí, Lennon era un rockero, es lo mejor que hizo. Pero intento comprender a Yoko. Ella lo amaba y lo vio morir. Así que quizá ella sí lo recuerde como a un santo”. En el empeño de santificar a Lennon se enmarca el acuerdo firmado por Yoko para vender on line las canciones de John: “El siempre apoyó las nuevas tecnologías. Es maravilloso que sus canciones estén disponibles para una nueva generación”, ha justificado su viuda, empeñada en encontrar nuevos mercados. Lennon se ha convertido en el producto que quizá nunca quiso ser. Su mito está más vivo que nunca, sobre todo para los que comercian con su imagen de santo. Hace unos años, la empresa estadounidense Moments in Time, dedicada a la colección de documentos y objetos históricos, anunció la venta de dos de los artículos que más expectación pueden despertar entre sus fans: su piano preferido, un Steinway que tocó momentos antes de su muerte, con un precio de salida de 375 mil dólares, y el disco autografiado a su asesino, que se convirtió en prueba inculpatoria contra Chapman, ya que conserva sus huellas dactilares y las del músico y cantante. Después de pasar más de diez años en un almacén de la ciudad de los rascacielos, el piano que Lennon había utilizado por primera vez para las sesiones de Imagine y en el que había compuesto temas junto a Elton John y David Bowie, el mismo en el que se entretuvo tocando horas antes de morir asesinado, fue comprado por la estrella de música pop Michael George en más de dos millones de dólares. “El piano estaba en el estudio en su último día de vida, que lo pasó conmigo en la sala de mezclas trabajando en Walking on Thin Ice. Antes de irse, tocó el piano durante unos minutos”, asegura el productor Jack Douglas en una carta que Moments in Time adjuntó a la venta. El sonido de ese instrumento, que Lennon “asociaba el sonido rico, brillante y nostálgico del piano a la primera época del rock americano y del rhythm and blues”, según la misma carta de Douglas, se puede oír con claridad en el tema Watching the Wheels del álbum Double Fantasy, el mismo que Lennon autografió a su asesino el día de su muerte y cuya imagen, en la que aparece el ex Beatle con Yoko Ono, dio la vuelta al mundo entero mostrando el momento en que Lennon se lo dedica a Chapman. Por esos mismos días de la venta del piano de Lennon y el disco Double Fantasy, que muestra las huellas dactilares del asesino y la firma del mítico cantante, encontrado en los alrededores de la entrada a la residencia del músico donde fue asesinado y que es prueba de su crimen, en Internet se subastó el armazón metálico de los anteojos característicos del ex beatle con un precio de salida de más de dos millones de dólares y que compró en una cantidad indefinida un británico cuya identidad permaneció en secreto. John Warner, vocero de la página donde se realizó la compra (991.com), dijo que la persona que compró las gafas de Lennon es coleccionista de objetos británicos en general y de Lennon en particular: “Quiere donar las gafas a un museo de Liverpool, aunque no se han finalizado los detalles del donativo. Invirtió los ahorros de toda su vida en la operación. Pero es curioso que se haya cerrado el círculo: más de 40 años después, los lentes que dieron la vuelta al mundo regresan a Liverpool, que es la capital europea de la cultura”, expuso Warner. Lennon usó los anteojos durante la gira de los Beatles en Japón en junio de 1966, donde tocaron algunos de sus últimos conciertos en vivo en la sala Budokan. En aquella ocasión, la afamada banda se vio sometida a un operativo de alta seguridad tras recibir amenazas de muerte de fanáticos religiosos molestos por la decisión de permitir que los británicos tocaran en el sitio sagrado. Los Beatles se vieron obligados a permanecer virtualmente prisioneros en su hotel de Tokio, acompañados sólo por su amigo el fotógrafo Bob Whitaker y el intérprete japonés Junishi Yore. Durante su estancia, Lennon se hizo amigo de Yore y después del concierto final intercambiaron presentes. El intérprete, quien más tarde se convirtió en productor de televisión, le dio a Lennon un juego de tazas de cobre y él le regaló sus gafas para el sol. En una nota que escribió en 1984, cuando se deshizo del regalo, Yore explicó que en señal de respeto quitó los vidrios oscuros el día en que John fue asesinado: “Sentimos que nos ve en Japón después de su muerte”, expuso el cantante japonés para confirmar la visión mítica de John Lennon, quien curiosamente no creía en los mitos y en su composición Revolution cantaba: Cuando hables de destrucción no cuentes conmigo, y en su ideario sostenía que “todas las revoluciones terminan con un culto a la personalidad”, o cuando manifestaba su deseo de librarse de la imagen de “la porquería de ser una superestrella”, o como le respondió a Jann Wenner en 1970 durante una entrevista para la Rolling Stone cuando le preguntó si volvería a ser un Beatle, después de la polémica declaración de que los Beatles eran más famosos que Jesucristo: “Si pudiera ser un maldito pescador lo sería. Si tuviera la capacidad de ser cualquier cosa menos lo que soy, lo sería. No es divertido ser un artista. Es una tortura. La gente como yo está al tanto de su genialidad. A los diez, a los nueve, a los ocho años, yo me preguntaba cómo es que nadie me ha descubierto en la escuela. ¿Es que no se dan cuenta que yo soy más inteligente que cualquier persona en esta escuela? ¿Que los profesores son también tontos? Yo me di cuenta de eso mucho antes de los Beatles. Yo le decía a mi tía, botaste mis poesías a la basura y lo vas a lamentar cuando sea famoso. Nunca la perdoné por no tratarme como un maldito genio o lo que fuera que yo era cuando era un niño. Era obvio para mí que yo era distinto”. Y el mito John Lennon, que nunca morirá, se preguntaba: “¿Por qué nadie se da cuenta?”. Los fans lo sabían. Por eso, aquella noche del lunes aciago uno de ellos terminó con un día normal para John Lennon: se levantó temprano, desayuno con Yoko y su hijo Sean de 5 años, se fueron a una entrevista con la RKO, se cortó el cabello en una barbería cerca del edificio Dakota, esperaron a la fotógrafa Annie Leibovitz para una sesión de fotos para la revista Rolling Stone que terminó hasta las 3:30, comieron otra vez los tres, salieron rumbo a los estudios Record Plant para trabajar en el tema Walking on Thin Ice, afuera los esperaba una multitud de fans, entre ellos Chapman con una pistola en la bolsa y le firmó el disco Double Fantasy, regresaron sin cenar al edificio Dakota a las 22:45 para darle las buenas noches a Sean, bajan de la limusina, David Chapman los espera en la puerta y Yoko se adelanta a Lennon entrando al edificio, Chapman le llama desde atrás: “Señor Lennon…”, y antes de que se vuelva le dispara cinco veces por la espalda, cuatro balas dan en el blanco. “¡Te das cuenta de los que has hecho!”, le espetó el portero del edificio Dakota al asesino y él, David Chapman, le respondió: “Sí, acabo de dispararle a John Lennon”.