*“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.” Camelot.
TIA ESPERANZA (QEPD)
Anoche mismo, mi hermana Flor me dio la mala noticia. Había fallecido en Ciudad de México Esperanza Muriedas Pavón, la tía Lancha, como la llamábamos con cariño. Murió en la tranquilidad de su descanso, pues tenía años le había dado un feo Alzheimer y entre sus compañeros, en una casa de Asistencia, vivió sus últimos años rodeada del cariño de la familia Muriedas, que la visitaba constantemente. Y me fui a mi pueblo a recordarla, en aquellas tardes donde con mi madre (Gloria) y la tía Edelmira, en ese corredor de la casa tejada donde veían pasar a la gente y las tardes calurosas recordando a los idos, a nuestros muertos, a la tía Rufina y la tía Eustolia, de quien era yo su consentido. Mujeres de nuestros pueblos, una de ellas viuda de un revolucionario que, cuando llegó y pasó la Revolución por ahí, fue llevado en leva y jamás se supo de él, las épocas de la dolorosa Revolución Mexicana, pero Eustolia fue lista, guardó sus monedas de oro enterradas como en la película El bueno, el malo y el feo, y no hubo poder humano que la hiciera revelar dónde había guardado su tesoro. Muchos años después los desenterró. El gerente del banco del pueblo pelaba los ojos, porque todavía iban esas monedas de Centenarios con lodo, con tierra reseca, guardo uno de 25 que me regaló, con ese dinero pudo hacer su casa de mampostería, bien hecha en lo alto de una loma frente a la escuela secundaria, para cuidar y darle techo al hijo, que fue víctima del alcoholismo y vivía la tía para cuidarlo, hasta su muerte, que llegó por la misma maldita enfermedad. Y de la tía Rufina, quien al morir una noche de ese mismo día, un sillón de la casa se movió, luego dilucidamos que era ella avisando que había muerto y fuéramos a checarla a su casa. Así vivimos esas historias, anoche me puse a recordarlas y recordar a la tía Lancha cuando era mi maestra de Química en la secundaria oficial, y pues al sobrino me pasaba casi de panzazo, de seises, nunca me dio más de un ocho, así eran los días, y luego dando años de su vida en aquella farmacia del hospital de los ferrocarrileros, donde como una buena química de profesión ayudó a que cientos y cientos tuvieran el medicamento indicado. Los tiempos de oro de los Ferrocarriles en Tierra Blanca. Tiempo después incursionó en la empresa privada, cuando montó una farmacia en el pueblo, y después partió a Veracruz a vivir y a Ciudad de México, su destino final. Descansa en paz, querida tía.
NOCTURNO A ROSARIO
Como el poema de Manuel Acuña: “que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro, que ya no puedo tanto, al grito que te imploro, te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión”. Se dio a conocer que el Juez que llevó la causa contra Rosario Robles, Felipe de Jesús Delgadillo Padierna, es tío y familiar cercano de Dolores Padierna. Al juez ya lo llaman el Baltazar Garzón de AMLO. Por ahí hilen el caso que los lleva hasta las ligas de René Bejarano, en tiempos que Carlos Ahumada, el novio de Rosario de aquel tiempo, jugó en contra de AMLO y exhibió al mundo cómo Bejarano guardaba en ligas un dinero para un cochupo. El presidente ya debe cerrar el capítulo en las ‘mañaneras’ del nocturno a Rosario, debe dejar que la justicia haga su trabajo, se comporta como los viejos presidentes priístas. La venganza es un plato que se come frio, diría Kamalucas, un filósofo de mi pueblo.
AQUELLA DETENCION
La nota del apañe de Rosario, nos remontó cuando Carlos Salinas de Gortari encarceló a Eduardo Pesqueira Olea, que secretario de Agricultura era y lo fue de Miguel de la Madrid. Pero aquello fue una venganza apache. La historia nos dijo que cierta vez, cuando el Gabinete de Miguel de la Madrid estaba en una tentada de toros, Pesqueira, que era bien desmadroso y relajiento, en las bancas de concreto del tendido del redondel llegó por la parte de atrás y le ensestó una peluca de mujer a Carlos Salinas de Gortari, que secretario de Programación y Presupuesto era. Todos rieron burlonamente. Salinas volteó y le miró con odio jarocho. Con esa mirada que años después vio a aquellos de: ‘ni los oigo ni los veo’, y se la guardó a Pesqueira. Habrá dicho para sus adentros, algún día la pagarás. Y la pagó.