Fuego y bautismo. En este día, 18 de agosto de 2019, celebramos el Domingo 20 del Tiempo Ordinario, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (12, 49-53) el cual inicia así: “Jesús dijo a sus discípulos: He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega!” Lucas asocia el bautismo con el fuego: “Declaró Juan Bautista a todos: yo los bautizo con agua. Pero está a punto de llegar alguien que es más fuerte que yo; él los bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). Este fuego es evidentemente simbólico y puede revestir diferentes significados, según los contextos: el Espíritu Santo, o el fuego que purificará y encenderá los corazones y que debe encenderse en la cruz, o también el estado de guerra espiritual que suscita la aparición de Jesús. En el Antiguo Testamento, el fuego se considera como un medio de purificación que simboliza la intervención soberana de Dios y de su Espíritu para purificar las conciencias. Bajo la forma de lenguas, como de fuego, el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés. Respecto al bautismo que Jesús anhela, nos ilumina su respuesta a los ambiciosos hijos de Zebedeo: “¿Pueden beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?” El bautismo que va a recibir Jesús es una imagen de su Pasión, ya cercana, por la cual será sumergido en terribles sufrimientos: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser crucificado y resucitar al tercer día” (Lc 9, 22).
El fuego del amor. Hay que aproximarse a Jesús con los ojos abiertos y el corazón despierto para descubrir el fuego que arde en su interior, el cual es el amor apasionado por su Padre Dios y el amor compasivo por los pobres y desamparados. Son sus motivaciones profundas para aceptar la Pasión y la muerte en la Cruz, con la firme esperanza de la Resurrección. Conocer y amar a Jesucristo nos impulsa a vivir con plenitud el mandamiento fundamental del amor a Dios sobre todas las cosas y el amor a nuestros prójimos, como él nos ha amado. Los creyentes en Cristo no podemos estar con los brazos cruzados, sino abiertos a la oración constante y al compromiso social. Estamos llamados al aprecio consciente y la defensa entusiasta de los valores fundamentales, como el don maravilloso de la vida humana en todas sus etapas; el matrimonio, como la alianza consciente y estable de un varón y una mujer, que se aman profundamente y se abren con generosidad a la paternidad y a la maternidad responsables; a la familia, como célula fundamental de la sociedad, santuario de la vida y escuela básica para la educación de los hijos; a la distribución más justa y equitativa tanto de los bienes materiales como de los espirituales; a la ecología, como respeto a la naturaleza de nuestro mundo maravilloso, con sus manantiales, ríos, mares, flora y fauna; y como defensa entusiasta ante las agresiones de quienes sólo buscan nuestros recursos naturales para su propio enriquecimiento desmedido, como la minería toxica y las presas hidráulicas.
División y decisión. El texto evangélico de hoy continúa: “¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”. Jesucristo es llamado el Príncipe de la paz y su Reino resalta la verdad y la vida, la santidad y la gracia, el amor, la justicia y la paz. Sin embargo, su persona y su enseñanza siempre han provocado divisiones en la humanidad de todos los tiempos: cristianos y no cristianos, católicos y ortodoxos, evangélicos y sectas, liberales y conservadores, creyentes y ateos, estado laico y estado confesional. No se trata estrictamente que Jesús provoque la división, pero frente a su misión y su mensaje hay que decidirse, y esta decisión trae inevitablemente la división que puede convertirse en cismas y apostasías.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
Foto de «encontacto.mx»