Vamos a tratar temas de adultos, con madurez y seriedad.

Y para empezar les diré que una de las preguntas que me asalta todos los días es por qué se ha incrementado en estos últimos tiempos la violencia contra las mujeres. La también llamada violencia de género y que hoy, en el caso de haber un crimen de por medio, ha sido catalogada genéricamente como feminicidio, que no es otra cosa que un crimen de odio hacia la mujer por el hecho de ser mujer, en donde está de por medio un acto de violencia extrema, repito, por su sola condición de mujer.

No quiero parecer superficial ni frívolo, ni estoy tratando de minimizar la violencia de género, pero seguramente el uso de la fuerza extrema del hombre hacia la mujer ha estado presente en la historia de la humanidad desde que la mujer es mujer y desde que el hombre es hombre, lo que sí, nunca tan preocupantemente como hoy.

No me voy a detener a analizar las causas, usted y yo de alguna manera sabemos dónde está el origen y cuáles son algunos de los factores que la determinan. Estos pueden ir desde la educación, la cultura individual y colectiva; la falta o distorsión de valores como la moral, la religión, las costumbres, patologías conductuales (psicosomáticas), entre muchos otros dependiendo de la persona. Y la violencia contra las mujeres se expresa de muchas formas: física, sexual, psicológica y económica, no hay una exclusividad tácita de un estrato social en particular.

Tampoco se confina a un país, región o cultura específica, ni a grupos particulares de mujeres en la sociedad. En México hay machismo, pero los mexicanos no somos menos machistas que los italianos o árabes, por ejemplo. Repito, desafortunadamente se ha generalizado y no discrimina estratos o grupos sociales determinados.

Pero me voy a detener en un factor que, a mi juicio, ha sido determinante en los últimos tiempos en el incremento de la violencia hacia las mujeres, y me refiero concretamente a la difusión indiscriminada de la pornografía. Y no quiero que la veamos con pecaminosidad. Usted y el que esto escribe hemos consumido pornografía alguna vez en nuestras vidas. Vengo de una época en la que la vida era color de rosa, la candidez nos brotaba por los poros, sin embargo, ya había algo de literatura, de la buena y de la mala. Abundaban los libros de Xaviera Hollander, había una revista descarnada para esos tiempos, quizá la recuerde, muy popular, ‘Pimienta’, en donde venían historias de una pulga lujuriosa que acostumbraba meterse en las partes íntimas de hipotéticas mujeres de las que describía con lujo de detalles esas pecaminosas incursiones. Bueno, y ya había revistas europeas a todo color, sin faltar las películas de carrete de 16 milímetros.

Pero hoy la cosa es diferente. En el porno de hoy es muy frecuente presenciar escenas de abuso sexual, por supuesto, abuso psíquico, abuso verbal y violencia en el trato hacia las actrices porno. Los usuarios de la pornografía sólo observan escenas acabadas, vídeos editados, no ven lo hay detrás, no pocas actrices sufren para escenificar actos humillantes, degradantes y violentos en los que les piden participar las productoras.

Muchas películas centran -desde hace muchos años- las escenas en los placeres del sexo masculino está por encima del femenino, llenando los videos de brutalidad y violencia hacia las mujeres, en una relación de dominación y sometimiento. Cierto es que no se puede perder de vista que son ficciones, que son –aunque cueste trabajo asimilarlo- actores y actrices profesionales de una industria que tiene un enorme éxito comercial. Así no es el sexo en la vida real, al menos así no debiera ser, sobre todo tratándose de adultos, maduros y acabados.

El problema es que el porno, y por miles de filmes, está al alcance de la mano en cualquier adolescente en su smartphone. Y para una mentalidad a medio acabar, en plena formación física, mental, psíquica y sicológica, pues más que formar deforma, distorsiona, aleja de la realidad y es muy probable que confunda al chico o la chica. Así no es el acto sexual en la vida real, en donde lo ideal sería que en el encuentro de dos seres hubiera ante todo reciprocidad, delicadeza, satisfacción mutua.

La mente de un adolescente, como su nombre lo indica, adolece de mucha información y formación. Pero hay mentes adultas ya formadas, física y sicológicamente, que nunca crecen, se quedan pequeñas y es ahí a donde está el problema. Muchos a lo mejor no estamos preparados para diferenciar la realidad ficticia de la realidad real. Así no se trata a las mujeres, punto.

gama_300@nullhotmail.com @marcogonzalezga