En el Senado de la República, a iniciativa del partido Movimiento Ciudadano, se acaba de realizar un homenaje al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Para honrarlo se develó su busto y se puso su nombre al salón de sesiones de los Senadores de dicho partido. Es un acto justo, apenas simbólico para la estatura de Cárdenas, cabeza de la insurgencia cívica del 88, demócrata y notable hombre de Estado. Me interesa destacar alguna parte de su discurso de ese día: básicamente apela al crecimiento económico, a la reactivación de los partidos políticos y a la defensa del pluralismo; sobresale su posición sobre los actores de los cambios sociales en México, dejando claro el sentido colectivo de los mismos; es relevante que lo diga quien ha sido considerado líder moral y fue tres veces candidato presidencial. Hay una inclinación simple en nuestra sociedad hacia creencias, actos de fe y tendencias mágicas que conceden todas las cualidades a algún líder, todas las fortalezas a una persona, omitiendo los procesos y la participación colectiva. De esas posturas viene el culto a la personalidad y el caudillismo tan latinoamericano. Bastaría recordar nuestras épocas del presidencialismo imperial para descubrir que esa película ya la vimos y vivimos.

El Ing. Cárdenas, es un político con sentido de Estado, lo ha demostrado en momentos claves de la vida nacional. Rompió con el partido de Estado, Impulsó una salida pacífica a la crisis del 88, convocó a formar un partido político (PRD), jefaturó al Distrito Federal en una primera elección, figura esencial de la transición democrática, político de amplia convocatoria y visión plural. Cuauhtémoc, tiene suficiente autoridad moral para expresar opiniones críticas y hacer observaciones al rumbo de México. Lo puede hacer por sus conocimientos, experiencia y credibilidad. No tiene facción, no aspira a cargos públicos y su rol es, fundamentalmente, de opinión democrática y de orientación ética. Contra su voluntad sería deseable que ocupara un espacio de mayor incidencia política, tal vez en el Senado. Serviría mucho su sólida postura entre los polos del oposicionismo y el triunfalismo.

Cárdenas, da en la clave de los cambios. Sin memoria no hay historia, registro de los procesos colectivos y los aportes de millones de personas, en lo pequeño, en lo sencillo, en los jalones democráticos, en los brincos electorales, en la resistencia, en la voz pública, en la solidaridad, en la valentía y en cada acto de alguna persona que quiere una vida mejor. Esto es contrario a las visiones mesiánicas y cuasi religiosas. Esto le traslada la responsabilidad y los méritos a la sociedad, pensada como estructura madura, digamos de pantalón largo, y elude las activas tentaciones del «hombre fuerte» y el pensamiento único. Agregaría que sin deliberación pública, atmósfera de libertad, ejercicio de derechos y pleno Estado de Derecho, no se puede pensar en cambio y una vida mejor. Será una tarea de siempre que se aliente, apoye y respete la participación ciudadana. La ruta es el diálogo, el equilibrio de poderes, la reactivación de las minorías, el fortalecimiento de la sociedad civil, la inclusión social y el desarrollo democrático.

Las medidas presupuestales del Gobierno Federal relacionadas con organizaciones sociales y de la sociedad civil las encamina a su extinción si no se renuevan. Estoy hablando de las que recibían recursos para proyectos productivos o actividades diversas. Tenemos a las centrales campesinas que se habían acostumbrado a obtener año con año cantidades millonarias de las que poco se sabía en su destino y transparencia; ahí no hay cuestionamiento de fondo, podrían seguir con su trabajo sin tener que administrar presupuestos cuantiosos. En el caso de las organizaciones de la sociedad civil es distinto, ahí hay más cualidades y eficacia; debería rectificarse la manera en que se les trata. De todos modos ante estas disminuciones en la organización de la sociedad, se impone un trabajo ciudadano autónomo, que insista en la participación de la gente en la vida pública. Que no dependa de los gobiernos o grupos de interés, que fije agenda y mantenga el aliento de la crítica ciudadana. En ello descansa nuestra libertad y la democracia.

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