Hoy que está de moda el libro de Denegri, El vendedor de silencios, aparece en él un paisano terrablanquense, Manuel Mejido. Rememoro una columna de hace algunos años, con la presentación de su libro. Va:

“Tarde de jueves del mes de octubre que finaliza. Se va el mes de las lunas más hermosas. Llego a Xalapa, ciudad colonial, bella, histórica, la capital gobernada por una mujer, lo que revitaliza el género. Voy al auditorio Silvestre Moreno Cora, atrasito de palacio de Gobierno, allí donde los políticos, como las almas, suelen hablarse de tú con Dios, como en Chapala. Voy a la presentación del libro de Manuel Mejido (Tierra Blanca, Veracruz, 8 de diciembre de 1932) “Con la máquina al hombro”. Donde destaca batallas periodísticas y buena parte de su vida en ese caminar con esa máquina Lettera 22 marca Olivetti que, asegura Mejido, sí se echaba al hombro. Máquina con la que escribió reportajes que pasan a la historia de los anales periodísticos. Mejido formó parte de aquel viejo Excélsior, cuando sí era el Periódico de la Vida Nacional. Es mañana friolenta. Llego a las seis de la tarde, en la entrada de ese pequeño auditorio que albergará a unas 250 personas hay una gente con los libros. Compro cinco. Regalaré a algunos amigos. La Universidad Popular Autónoma de Veracruz y su rector, Guillermo Zúñiga Martínez, le invitaron. Dos periodistas, Armando Ortiz y José Ortiz Medina, comienzan la disertación del libro. Se entera uno que Mejido -un químico metalurgista, carrera que estudió en la UNAM, porque no existía la de periodista-, llegó un día después de preguntar a un amigo quién era el mejor periodista de México: Carlos Denegri, el afamado periodista de Excélsior, aquel de quien Julio Scherer llamó: “El mejor y más vil de los reporteros”, otra leyenda. Denegri pensó que le haría una entrevista, porque Mejido ya reporteaba en Clarines. Iba a que Denegri le enseñara a ser periodista. Lo reclutó y con él a su lado aprendió este oficio del que García Márquez dice es el mejor del mundo. El libro desvela el caminar de ese hombre lúcido de casi 80 años, hijo de padre gachupín, que en Tierra Blanca fue secuestrado, primero, luego asesinado. Hijo de padres españoles que llegaron a esa tierra ferrocarrilera con una mano adelante y otra atrás, a hacer la América, como la hacían todos ellos, y que al tiempo se convirtió, su padre, en un empresario encumbrado y adinerado, distribuía todos los productos habidos y por haber.

EL VIEJO PERIODISTA

Mejido, 18 veces Premio Nacional de Periodismo, este hombre que ha sido una leyenda en el periodismo, sonreía a placer y le firmaba a quienes habían adquirido el libro. Los viejos periodistas nunca mueren. Y cuando lo hacen, dejan un legado de su bien escribir. Recuerdo leer a aquel Mejido que cubrió de gloria a las letras del diario Excélsior, cuando el terrible y sanguinario golpe de Pinochet en Chile, en septiembre de 73. Ave de mal agüero, le comenzaron a llamar porque, por donde Mejido llegaba, sucedía un problema. Le ocurrió en aquel Paris de las revueltas del 68. Cuando buscó a Jean Paul Sartre y le entrevistó. Le ocurrió por varios lados, vamos, le ocurrió allí mismo en Xalapa, porque el profesor Zúñiga se quejó de que no le habían autorizado la estructura orgánica de su universidad. Pero no era ave de mal agüero, quizá el destino lo ponía donde algo brillaría, aunque fuera maldad. Como le ocurrió el día que llegó en un viejo auto Citroën a entrevistar a Picasso, y este le pintarrajeó su auto con el arte muy suyo, Mejido creo que lo vendió en algo así como cinco mil dólares, al paso del tiempo, que eso era mucho dinero en aquel año. Del auto sólo existe la foto. Se desconoce si lo conserva algún coleccionista.

Igual que cuando tuvo a Gabriel García Márquez o a Pablo Neruda, que no eran aún Nobel. O a Eisenhower, o el momento que Miguel Alemán Velasco le consigue subirlo al avión Air Force One de la Casa Blanca, para ir a los funerales del gran Charles de Gaulle, donde escribió crónica mortuoria señera. Una historia viva. Un libro que desvela su caminar, su paso por el periodismo. De ese hombre al que una vez preguntaron de los viejos y nuevos periodistas, para responder que eso no existe: “Qué solo hay buenos y malos periodistas”. Como todo en la vida.

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