*Al viajar hay que mirar con nuevos ojos. Camelot.

MADRID DIA DOS

El vuelo sin ningún incidente. Estos aviones nuevos, modernos, grandísimos, los Dreamliner de Aeroméxico son extraordinarios, con asientos espaciosos. Uno de la casa Boeing, un 787, pesado, silencioso que en cuanto toca cielo comienza a verse la luminosidad de la Ciudad de México, cuentan los que saben de estas cosas que la capital al igual que Las Vegas, Nevada, son de las dos ciudades donde se ve la gran luminosidad desde el vuelo y que la misma NASA desde allá donde tiene sus satélites espías logran ver Las Vegas, el sitio donde se asentó la Mafia y creó los grandes hoteles de 5 mil habitaciones, allí trabajan unas 15 mil personas por hotel. Algo para Ripley. Allí mismo donde solo la casa gana, para que se enteren los ludópatas. A 10 mil pies de altitud el piloto anuncia a las azafatas que ya pueden levantarse. Me dio curiosidad, a mí que me gusta tanto lo de los aviones y me puse a investigar que los pilotos, según la norma mundial de la aviación, tienen prohibido platicar entre ellos antes de cruzar los 10 mil pies, ni un café ni nada, le llaman “sterile cockpit rule”, o “regla de cabina estéril”. Según esto la concentración debe estar al cien por ciento, pues son las líneas del peligro hasta que llegan a estabilizar el avión al ponerlo en ruta. Eso me lo platicó el orizabeño y piloto retirado de Aeroméxico, Reinhold Hugo Suchowintzky. Allí vamos, tomando la ruta según el GPS del avión, donde saldremos por Nueva York rumbo al Atlántico, cruzar y adentrase en ese mar gigante para tocar tierra y meterse de lleno por Portugal y luego Madrid. Dependiendo la ruta los aviones tienen sus autopistas en el cielo, algunas veces se quiebra por Halifax, en Canadá, donde sepultaron a la mayoría de los hundidos y ahogados en el Titánic, ese barco que, decían sus constructores, no lo hundía ni Dios. Y fue cierto, Dios andaba ocupado en otras cosas, pero lo hundió un Iceberg, cuando un tonto vigía no lo vio y no dio la alerta. Historia muy contada y sabida en la película de Leonardo di Caprio.

LA CENA Y LAS PELICULAS

A poco tiempo dan la cena, uno tiene a escoger esas cenas insípidas pero arriba da hambre, tanta como las cornadas que narraba Luis Spota, o pollo o pasta, que es por lo regular, le entro a una pasta, hay que ir cenado ligero, entre más le llenes a la barriga, más se sufre y se busca los Alka Seltzer, porque Alka Seltzer solo hay uno y como él ninguno. Muestran el catálogo de las películas, comienzo a ver una de acción de 911, los famosos bomberos y paramédicos que en Estados Unidos son unos héroes, por tanta gente que han salvado, luego, a echar un rato la meme y despertar en espera del desayuno, un par de huevos y a preparar la llegada. El vuelo tuvo una duración de 9 horas y media, para Ripley, el viento de cola ayudó. El aterrizaje perfecto, carretea el avión y lo lleva al gusano, bajamos y a checar migración en el Aeropuerto Adolfo Suárez-Barajas-Madrid (los aeropuertos tienen sus historias, a muchos de ellos les han puesto los nombres de los próceres o gente de bien en sus ciudades o países, como el Charles de Gaulle de París, hay uno de Bush en Texas, el famoso John F. Kennedy de Nueva York, al de Madrid apenas le incluyeron el nombre de Adolfo Suárez, el jefe de Gobierno que junto al Rey Juan Carlos lograron la transición a la democracia, y fue el factor de ayuda y apoyo cuando el golpe de estado del locochón Tejero, aquella vez que todo enloquecido tomó el Congreso de los Diputados, ese 23F de 1981, presente lo tengo yo), pasamos sin problema, ninguna pregunta, ni a qué vienen ni nada de eso. Tomo el taxi, los taxis hace tiempo los regularon porque era un desorden, cada quien cobraba lo que quería. La autoridad municipal y federal le fijó 30 euros para llevada al centro y no se hable más. El taxista se medio atonta. La calle del hotel Liabeny, la de la Salud, está cerrada al tráfico, es peatonal hace años, pero este taxi no capta que se puede llegar, llamó a mi cuate Pedro Martínez, el Concierge del Liabeny y él lo orienta. Llegamos y nos registramos, un baño rapidito para salir a ver qué tal está Madrid, cuando apenas son las 5 y pico de la tarde, y aprovechar antes que oscurezca y que no nos agarre la lluvia, porque está pronosticado dos días de lluvia. Del aeropuerto pasamos el bello estadio del Atlético de Madrid, llamado por razones comerciales Wanda Metropolitano, que eso suena a Tarzán: ‘Yo Tarzán, tú chita’, bello estadio (mejor estadio del mundo en 2018) que construyó Carlos Slim con su yerno, Fernando Romero, un arquitecto muy chungón que iban viento en popa a realizar, junto al gran Norman Foster, el Nuevo Aeropuerto Internacional Ciudad de México (NAICM), pero una mañana un peje-estate-quieto derrumbó ese sueño. Los Slim van también por el nuevo estadio de Santiago Bernabéu. Allí en el Atleti juega el mexicano Héctor Herrera, quien apenas anotó el gol que le dio el empate ante la Juventus y el entrenador Simeone, feliz de la vida, luego, también anotó Chicharito en el Sevilla y ahí vamos.

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