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Reforma/Yanireth Israde

El gran nahuatlato, la voz de la raíz mexicana, falleció hoy a los 93 años.

Autor de Visión de los vencidos -la obra de mayor difusión en el fondo editorial de la UNAM, con cientos de miles de ejemplares vendidos-, Miguel León-Portilla se encontraba internado desde el 12 de enero, primero en el hospital español y luego en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, debido a una insuficiencia pulmonar.

Atribuía su longevidad al náhuatl: «Yo digo que el que estudia náhuatl va a vivir muchos años. (Fray Bernardino de) Sahagún murió de 91, el padre (Ángel María) Garibay no murió muy viejo, de 75, pero no se quiso atender».

Aún internado trabajaba en una antología de literatura en lenguas indígenas. «Yo, mientras (funcione) el kilo y cuarto que tengo en esta caja de yeso, que es mi calavera y mi cerebro, seguiré trabajando», afirmó en 2016, durante un homenaje en la Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia.

Entonces no solo arremetió contra Donald Trump, el Presidente de Estados Unidos, sino también contra los recortes presupuestales del sector cultural en México.

Luchar fue distintivo de su vida. Solía decir: «el que porfía mata venado», y así, necio, porfiado, consiguió dedicar su doctorado de filosofía en la UNAM al estudio del pensamiento náhuatl, en los años 50.

«‘¿A poco los indios piensan? A ver dígame: ¿cómo es el pensamiento náhuatl?'», le cuestionaba el director de la facultad Francisco Larroyo, filósofo neokantiano.

En respuesta, León-Portilla recitó un poema náhuatl: «¿acaso somos verdaderos los hombres? ¿acaso podemos decir palabras verdaderas? ¿acaso podemos dar un rumbo al corazón?». Después reviró: «¿no le parecen preguntas filosófico-poéticas?».

Filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes tituló su tesis de doctorado, que obtuvo en 1956, siendo acreedora al reconocimiento Summa cum laude.

Originario de la Ciudad de México, donde creció en la Calle Joaquín García Icazbalceta de la Colonia San Rafael, León-Portilla mostró temprano interés por la cultura, que abonó su tío, el antropólogo y arqueólogo Manuel Gamio; lo cautivó en su juventud la filosofía y aprendió griego para leer, en su lengua, a Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, los presocráticos, Platón y Aristóteles.

También en su lengua conoció a los clásicos latinos, desde los más antiguos, hasta Séneca y San Agustín.

Le sobreviven su esposa, la investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, Ascensión Hernández Triviño, su hija Marisa León-Portilla Hernández, historiadora, y sus nietos Miguel Diego y Fabio.