Los diez leprosos. En este día, 13 de octubre de 2019, celebramos el Domingo 28 del Tiempo Ordinario, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (17, 11-19) el cual inicia así: “Cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos decían: ‘¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!’ Al verlos, Jesús les dijo: ‘Vayan a presentarse a los sacerdotes’. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra”. Este milagro es exclusivo de Lucas, y es el cuarto en el viaje de Jesús a Jerusalén. En cada uno de esos prodigios, lo fundamental no es el hecho milagroso sino la enseñanza que surge de ellos. En este caso se resalta la iniciativa de los leprosos, el respeto a la Ley de Moisés, el poder salvífico de Jesús y la gratitud del leproso samaritano. Los leprosos se detienen a distancia ya que su impureza ritual no les permitía acercarse a las personas sanas. En esta ocasión, Jesús no los toca, sino que les ordena con el poder de su palabra que vayan a presentarse a los sacerdotes, de acuerdo con lo que señala el libro del Levítico (13, 1-17). Esta postergación del milagro supone una prueba de fe, como la del General sirio Naamán, que es enviado por el profeta Eliseo a lavarse siete veces en el río Jordán. Pero también supone que en el camino quedarían sanos por el poder de la palabra de Jesús. En caso contrario, no tendría sentido que Jesús los enviara a presentarse ante los sacerdotes del templo de Jerusalén, quienes tenían la potestad de certificar la curación y de readmitirlos en la práctica religiosa comunitaria y en la vida social. La lepra es una terrible enfermedad contagiosa que, poco a poco, va carcomiendo la piel hasta hacerla pedazos. Era considerada en Israel como un signo del propio pecado y del alejamiento de Dios. Los leprosos debían vivir fuera de los lugares habitados. La actitud de Jesús, el médico divino, hacia los leprosos es una muestra más de su solicitud especial por los necesitados y rechazados.
La gratitud del samaritano. El relato evangélico prosigue: “Uno de los diez leprosos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: ‘¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?’ Después le dijo al samaritano: ‘Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”. Sólo el samaritano comprende totalmente lo que ha ocurrido en realidad. Su visión le permite entender no sólo que ha sido curado, sino que ha encontrado la salvación de Dios. Su retorno a Jesús después de su sanación es comparable al regreso de Naamán ante el profeta Eliseo y, en ambos casos, expresa una profunda conversión a Dios. Alabar a Dios es la respuesta que Lucas pone en la boca de sus personajes, para reconocer la manifestación del poder y la misericordia de Dios. En este relato queda muy clara la ingratitud de los nueve leprosos israelitas, pertenecientes al pueblo escogido. La ingratitud ante Dios es una actitud muy grave porque supone el olvido del benefactor y el egoísmo del beneficiario que no lo reconoce ni lo glorifica. La fe del samaritano, ante la persona y el poder de Jesús, es totalmente indispensable para obtener su salvación física y espiritual, ya que lo salva de la enfermedad y lo reintegra a la comunidad.
Dar gloria a Dios. Esto significa reconocer que Dios es aquel a quien le conviene de manera perfecta todo cuanto se acaba de decir y de hacer. La gratitud es un sentimiento profundamente arraigado en el ser humano. Desde pequeños nos enseñan a dar gracias, pues el agradecimiento es la actitud más noble ante lo que vamos recibiendo en la vida. Pocas cosas hay más humillantes que decirle a alguien que es un malagradecido. Sin embargo, son muchos los creyentes que no saben vivir de manera agradecida. Se acuerdan de Dios para expresar sus quejas y necesidades, pero casi nunca nace en ellos el agradecimiento o la alabanza por lo bueno que han recibido en sus vidas.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa