No tome a mal esta expresión, nada más es un coloquialismo para transmitir mi amor, mi debilidad, vamos, por este sagrado alimento, también popularmente conocido como blanquillo. No sé si ustedes, estimados lectores también padezcan esa debilidad, en mi caso lo traigo en mi ADN, seguro lo heredé de mi padre que, no obstante ser un consumado devorador del producto de gallina, solo unos cuantos meses lo separaron de vivir hasta los 90 años de edad. Desde que recuerdo, mi papá era feliz desayunando, comiendo y cenando huevos. Era tal su afición, que en los años 70 algunos de los huevos que se compraban en el mercado para la casa solían traer dos yemas, bueno, pues ese capricho de la naturaleza era suficiente para que los ojos le brillaran como si hubiera descubierto un tesoro. Lo mismo sucedía cuando una gallina de rancho era sacrificada por mi madre y al destazarla se encontraba con que venía cargada de lo que en ese entonces se llamaba “huevera”, a mi papá le encantaba el consomé rebosado de esas yemas en plena formación ‘huevuna’. Pese a la mala fama que le crearon, los mexicanos somos campeones mundiales en su consumo, nos comemos nada más 23.3 kilogramos en promedio de blanquillos al año, o sea aquello de que era uno de los causantes del colesterol en el ser humano nos tiene sin cuidado. No solo en México sino en el mundo entero ha recuperado su estatus como el ingrediente cardinal de numerosos guisos de los cuales un servidor es devoto: tortilla española, tortilla a la mexicana, tortilla francesa, tortilla de mariscos, omelette, frittata (italiana), rotos, estrellados, fritos revueltos tiernos, motuleños, en salsa, con frijoles, divorciados, rancheros, a la mexicana, tirados, a la albañil, cocido, pasado por agua, con arroz, preferentemente rojo; en capeados, en sopa china, cocido con yema líquida y en postres como natillas, mousse, leche quemada, crema catalana, torta de elote, tarta de Santiago y ¡rompope!… y la yema cocida pero líquida es deliciosa simplemente con un trozo de hogaza de pan. Bueno, el huevo es tan pero tan chingón, que los griegos y romanos lo utilizaban para pegar baldosas. No coma huevo a huevo, hágalo por gusto, es un alimento maravilloso. Foto de TVP. Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.