Todos conocíamos a don Lautaro Velázquez. Y quién no lo conocía. Don Lautaro fue el farero de siempre. No se podía entender a ese faro de luz, sin la luz del faro de don Lautaro. Cada escalón, cada piedra, cada pared, cada centímetro del faro era conocido por don Lautaro después de estar tantos años en ese lugar. Don Lautaro subía esa escalera de caracol cuando menos veinte veces al día para que todo estuviera en orden. Don Lautaro cargaba muchos botes de un líquido transparente y viscoso, supongo yo que era aceite, pero nunca supe para que servía ese líquido. Don Lautaro era todo un personaje: usaba siempre camisa blanca con los puños arremangados, abrochado el botón del cuello hasta el cogote; vestía overol de grueso dril; tenía el pelo recortado tipo bacinica; barba blanca tupida del color de la cresta de las transparentes aguas del mar; ojos claros como de luna en primavera; fortachón; gorra de cátcher de beisbolista; y una franca sonrisa con la que conquistaba a toda la “fauna” de la zona costeña. Pero don Lautaro no era de esas tierras golferas. Decía la gente que llegó hasta el pueblo como de unos veinte años de edad. Dicen que don Lautaro llegó en una lancha más delgada que una cáscara de cebolla. Don Lautaro venía picado por el sol y por la zancudera. Don Lautaro venía desmayado en la pequeña barca, sino es que a punto de morir. Venía en tan mal estado que uno de los pescadores que lo rescataron preguntó: ¿Lo bajamos, o lo volvemos a echar al mar?, pues lo daban por muerto. Don Lautaro traía los labios tan resecos como cuando se comía puchero de res y quedaba el cebo cubriendo la boca. Los pescadores mandaron a don Lautaro a casa de la Chofi para su recuperación. Don Lautaro se recuperó pero nunca hablaba de donde venía. Sólo en una ocasión le dijo a la Chofi que venía de una isla de ahí enfrente, y señaló hacia el mar. Don Lautaro era un experto reparador de redes de pesca, y pronto le dieron trabajo por esa habilidad. La gente quería muy bien a don Lautaro. Don Lautaro supo corresponder al cariño que la gente le entregó. Le gustaba tanto ir al faro que en ocasión de retirarse del trabajo el farero don Juan, le dieron ese trabajo a don Lautaro. Desde el primer día don Lautaro hizo muy bien su trabajo. Por las tardes subía a lo más alto del faro y perdía la mirada al infinito. Muchas mujeres fracasaron buscando el amor de don Lautaro. Uno de sus amigos más cercanos le propuso que se juntara con Delfina para que no estuviera solo. Y fue entonces que don Lautaro le confió parte de su historia a su amigo, le dijo: Salí de esa isla que aún llevo en lo más profundo de mi alma. En mi casa, en esa isla, me iban a matar. Y una noche, después de estar escondido en el cañaveral, subí con mi joven esposa a la barca de mi tío y logramos huir. Los dos acariciamos un mismo sueño, queríamos ser felices por siempre. Pero en el trayecto mi esposa murió. Y no sabes el dolor tan grande que sentí al desprenderme de ella y echarla al agua después de tenerla muerta entre mis brazos por tres días. Y la vi hundirse, y la vi desaparecer mientras lloraba y se me desgarraba el pecho. Y después grité de dolor, de angustia, de culpa, y ni Dios me pudo escuchar. Y luego vino una terrible soledad en medio del mar salado. Sentí que no podría vivir después de que ella abandonó todo para acomodarse en mis brazos. Y seguía don Lautaro diciendo: Todos los días subo al faro y la busco, pretendiendo que las aguas bondadosas del mar me la devuelvan. Y día con día veo, y no pierdo la esperanza. Don Lautaro murió en el faro con los ojos abiertos viendo el mar en su eterna búsqueda. Descanse en paz quien amó más allá de los límites de la razón.